FRENAR PARA AVANZAR
- MISCELÁNEO
- Karla Aparicio
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Vivimos en un mundo donde la optimización lo es todo. Queremos hacer más, saber más, ser más y además todo de manera inmediata: Todo es fast food, fast life, fast love, fast money, fast friends… ¡Qué locura! Consumimos sin reflexionar, vivimos sin respirar, nos movemos sin contemplar.
Yo no soy la excepción. Últimamente me sentía muy saturada y sabía que tenía que bajar el ritmo. Estaba en el camino de aprender a disfrutar del estar presente y conectar conmigo misma. Pero no lograba salir del terrible espiral de la inmediatez. Una de mis metas más personales era seguir sanando a mi niña interior. Sabía que aún me faltaba profundizar más, solo que no sabía por dónde; no tenía un mapa.
Y entonces la vida me dijo: “¿Quieres frenar? OK, frena.”
Y, ¡saz! Un mal paso en la escalera, la misma que todos los días bajo y subo, bastó para cambiar mi rumbo, dando como resultado una fractura que necesitaba operación.
Contemplación forzada
De un día para otro mi mundo dejó de moverse. Mi rodilla rota se convirtió en una pausa obligatoria, en un paréntesis en mis días acelerados. Dicen que 21 días son suficientes para formar un hábito, pero ¿qué pasa cuando esos 21 días no los eliges tú, sino la vida? Se me presentaron tres semanas en las que no iba a poder caminar, ni moverme con libertad. Al principio sentí frustración, siempre he dado por sentadas mis rodillas y mi independencia, el simple hecho de levantarme sin pensarlo. Luego llegó la resignación, no había nada más que hacer que rendirse al presente: aprendí a pedir ayuda (y a recibirla sin culpa). Aprendí a disfrutar del tiempo sin llenar cada segundo con aquella voz que me dice que tengo que ser “productiva”. Y descubrí lo que realmente importa: el amor que me rodea, el cuerpo que sana y la oportunidad de hacer una pausa sin culpa.
Y, finalmente, cuando el cuerpo empieza a despertar, la mente también cambia. No es solo la rodilla la que está en recuperación… es la manera de caminar por la vida.
Mis amigos y maestros me dijeron:
«¡Qué oportunidad para escribir, para crear, para hacer todo lo que nunca tienes tiempo de hacer!»
Y sí, fue una oportunidad. Pero no de la forma en la que imaginaban. Porque en lugar de sumergirme en la productividad, descubrí la contemplación.
El arte de estar (sin hacer nada)
Contemplar no es lo mismo que ver. Contemplar es habitar el momento, dejar que la vida te hable sin interrumpirla con tus pensamientos. La contemplación es ese estado casi prohibido en estos tiempos de tanta prisa, donde el mundo sigue girando, pero tú te quedas quieto, mirando. Es descubrir que el silencio no incomoda, que el tiempo no apura, y que al final, lo que más importa no estaba en la agenda, sino en los detalles que siempre corrían más lentos que tú. Y ahí estaba yo, en pausa, en silencio, descubriendo un ritmo que no conocía.
Me di cuenta de que nunca había visto cómo entraba la luz a casa de mis papás que fueron quienes me cuidaron los primeros días. Aquí el tiempo se detuvo, entre risas, amor y paciencia, y sané más que la rodilla: abracé a la niña que un día fui y que, sin saberlo, aún necesita ser cuidada. Nunca había sentido el peso real de mi propio cuerpo en reposo. Nunca había permitido que me cuidaran sin sentir culpa o la necesidad de compensarlo. Tomé los cuidados y el amor de mi tribu.
¿Cuándo fue la última vez que dejaste que alguien te ayudará sin pensar que le debías algo?
Cuando el ego exige y el alma susurra
Claro, mi ego intentó boicotearme:
“Aprovecha el tiempo.”
“Sé productiva desde el reposo.”
“Haz algo útil con esta pausa.”
Pero mi alma, por primera vez en mucho tiempo, susurró algo diferente:
“Solo quédate aquí. Presente. Sintiéndote. Recibiendo.”
Al principio fue extraño. Sentía que tenía que justificar mi descanso, convertirlo en un proyecto, darle un propósito. Pero el propósito ya estaba ahí: aprender a existir sin exigencias, y fue el mejor regalo.
Dicen que cuando la vida te quita, también te da a cambio
Yo perdí la movilidad, pero gané algo más profundo: el permiso de no hacer nada.
El permiso de quedarme quieta, de recibir amor sin prisas, de sanar sin sentir que debía pagar por ello con productividad. El mejor regalo no fue la recuperación de mi rodilla. Fue descubrir que siempre estuve sostenida. Que nunca estuve sola. Que el amor que tanto busqué afuera siempre estuvo aquí. Así que sí, la vida me dio lo que pedí. Solo que no de la forma en que imaginaba. Y hoy, desde esta pausa, desde este presente sin exigencias, le doy ¡GRACIAS!
Una invitación a la contemplación
En estos tiempos donde todo parece moverse a la velocidad de la luz, detenerse un momento a abrazar la quietud se convierte en un regalo para el alma. La contemplación nos permite respirar profundamente, observar sin prisa y conectar con lo esencial. En la calma encontramos claridad, en el silencio una conversación profunda con nosotros mismos. Es un recordatorio de que, en medio de tanto ruido, hay belleza en simplemente ser. Y a veces es en esos pequeños espacios de paz donde florecen las ideas más puras y los sueños más verdaderos.
No esperemos a que la vida nos frene a la fuerza para aprender a bajar el ritmo. No hace falta romperse una rodilla para detenerse y ver, realmente ver, la vida que sucede frente a nosotros. Hoy te invito a frenar, aunque sea por un momento…
A mirar por la ventana sin pensar en lo que sigue.
A saborear un café sin revisar el celular.
A escuchar a alguien sin pensar en qué responder.
A quedarte en silencio y simplemente existir.
Y, sobre todo, a permitirte recibir.
Porque a veces, la verdadera sanación no viene de lo que hacemos, sino de lo que nos permitimos sentir.
Gracias a quienes me leyeron hasta aquí.
Gracias a quienes me cuidaron, me acompañaron y me ayudaron a sanar.
Gracias a la vida por detenerme justo cuando más lo necesitaba.
Con más KAriño que nunca:
KARLA APARICIO
MISCELÁNEO

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