Revista Personae

LOS PENDIENTES DE TU CUERPO

Llorar

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¿Has sentido un nudo en la garganta? ¿Tienes ganas de llorar y no sabes por qué?
¿Cuántas veces a la semana te han dado ganas de llorar? ¿Cuántas en el último mes?

 

 

Todo el mes de junio me han buscado mis consultantes para decirme que tienen ganas de llorar y no saben por qué. Sin distinción de género ni sexo, en junio ¡hemos tenido muchas ganas de llorar! También lo veo en las redes sociales, muchas personas hablan de que se sienten muy emotivas, emocionales, tristes, con ganas de llorar, con opresión en el pecho.

Ante todo esto me pregunto: ‘¿qué hacemos cuando tenemos ganas de llorar?’. Ahora te pregunto a ti directamente: ‘¿Qué haces cuando te dan ganas de llorar?’.

Casi puedo adivinar que la mayoría de personas se aguantan porque están con sus hijos, con su pareja, con sus papás o con compañeros de trabajo. No tienen tiempo, ‘porque hay que ganarse la chuleta’. Terminan exhaustos con todos los roles que tienen que jugar durante el encierro. Me ha pasado a mí y les pasa a mis amigas, a mis consultantes. Estamos en una sociedad en la que llorar es algo así como ser “niñita”, “putito”, “vieja”, y muchos adjetivos calificativos peyorativos más. Llorar es sinónimo de debilidad, no sé por qué no lo han integrado en el diccionario de la Real Academia Española.

 

Haz una pausa y reflexiona, recuerda, piensa, ¿cuántas veces te han dado ganas de llorar esta semana? ¿Qué haces? ¿Qué piensas al respecto?

 

Desde que contacté de manera más profunda y sentida con mi cuerpo, llegué a la conclusión que las ganas de llorar son como las ganas de ir al baño, de comer, de dormir. De vez en vez el cuerpo pide llorar, sacar esa agua salada de los ojos y pocas veces le damos la oportunidad. No he investigado si médicamente hay investigaciones o hallazgos sobre esta reflexión, es una tarea que me acabo de dar, investigar qué tanto hay de que llorar es una necesidad corporal. Esto incluye las emociones y la historia de vida, ¡por supuesto! Somos un todo interconectado y en esa interconexión muchas veces no sabemos qué es primero, si el huevo o la gallina, si la emoción, la sensación o el pensamiento que nos genera las ganas de llorar. Y tú muy bien lo sabes, no sólo de tristeza se llora, también de reír, de alegría, de gratitud, de éxtasis espiritual.

 

 

Ahora cuéntame ¿cuántas veces en tu vida te has reprimido llorar y después ya ni te acuerdas que tienes ese pendiente? En mi experiencia de vida, llorar se convirtió, por mucho tiempo en un pendiente de mi cuerpo hasta que me di la oportunidad de llorar. Han sido mares los que he llorado: mi herida de abandono de mis padres, el cáncer y la muerte de mi madre, la separación de mi hijo por casi tres años, las decepciones amorosas, las muertes, sólo por mencionar algunas cosillas que me había aguantado llorar. ¡Imagina! Ahora tú confiésate a ti mismo todas esas que te has aguantado.

 

En todo este andar llegué a otra conclusión, el cuerpo tiene memorias, y las memorias pueden ser cíclicas. Lo que no lloré en su momento, lo lloraré en otro, el problema es que se acumulan los duelos y con eso todas las lágrimas no derramadas en su momento. El problema es que andamos por la vida con ganas de llorar y no somos conscientes de por qué. Sólo nuestro cuerpo es consciente de que hay que hacerlo. Hay que sentir esos espasmos que dan con el llorar, hay que sentir cómo salen las lágrimas, cómo el pecho está oprimido y luego se libera, los ojos hinchados, el nudo en la garganta.

 

¡Necesitamos permitirnos SENTIR!

Por más miedo que nos dé sentirnos mal, ¡pasará como pasa todo en la vida! Ni el dolor ni el placer son permanentes, son pasajeros. Y tú eliges si quieres vivirlos consciente o inconscientemente.

 

Si decides que quieres ser consciente de lo que te hace llorar puedes anotarlo. Si tienes alguna situación que te hace llorar pero no puedes permitírtelo en el aquí, recuerda que en el momento más próximo y oportuno es necesario sacar esas lágrimas, deshacer ese nudo en la garganta, sentir ese temblor, suspirar profundo, reconocer tu herida. Eso hará que no se haga ni muy grande ni muy profunda, y evitará que las aguas que no soltaste pronto se conviertan en aguas pantanosas y profundas que después no puedas sacar tan fácilmente y que requerirás de muchas sesiones terapéuticas, así como tiempo y dinero invertidos para soltar unas lágrimas que te reprimiste en algún momento.

 

A mí me pasa que cuando no puedo llorar en el instante porque hay que resolver una situación de emergencia, si no lo lloro inmediatamente, después me cuesta mucho trabajo hacerlo. Cuando me doy cuenta que no podré sacar esas lágrimas sólo con la intención, busco inmediatamente alternativas. Aquí te comparto dos:

 

 

Escucho música que me recuerde el evento doloroso y le doy rienda suelta a mis lágrimas. O me busco películas tristes que me hagan llorar. Sirve como una especie de pretexto, pero lo ideal es ser consciente que no estás llorando sólo la ficción de la película o de la canción, estás llorando aquella muerte que no pudiste en su momento, aquel accidente catastrófico, aquella separación, aquella infidelidad, la sensación de abandono, el despido laboral, la materia reprobada, la enfermedad, etc.

 

Eso sí, ¡no te quedes mucho tiempo regodeándote en el dolor ni te conviertas en la víctima de la película! Observa y sé consciente de cuándo tu cuerpo ya liberó lo que necesitaba y no permitas que tu mente y tus pensamientos obsesivos te lleven una y otra vez a ese episodio. Una vez que quieres estar consciente de tus procesos psicocorporales y emocionales, viene una gran responsabilidad, viene trazarse límites, metas, auto observación, y si es necesario recurrir a una persona especialista para que te acompañe en este emprendimiento de autoconocimiento, sanación y bienestar.

 

Te invito a que seas pionero, pionera, o pionere en tu familia y les enseñes, con el ejemplo, lo que es no tener vergüenza ni miedo de llorar, lo que es atreverse a mostrarse vulnerable. Si tienes hijos, mucho mejor mostrarles desde pequeños que nada tiene de malo llorar, todo lo contrario.

 

Con este encierro, que no te parezca extraño que sientas ganas de llorar, tiene su porqué en el estrés, la incertidumbre, el miedo, las memorias corporales, las emociones no nombradas, lo desconocido de ti mismo. Toma una pluma y escribe lo que vas sintiendo, al mismo tiempo que lo sientes, lo lloras y lo liberas. Deja memoria escrita de tu valor de conocerte de otra forma, de conocerte llorando para que, más adelante, cuando vuelvas a leer eso que escribiste, te abraces y te digas: ¡LO LOGRÉ! ¡LO LIBERÉ! ¡AQUÍ ESTOY VIVO Y AGRADECIDO!

 

Y si te animas a contarme, me encuentras en: ammaranta.ammart@gmail.com,

Fb: Ammarte Tierra.

SALUD

Núm. 292 – Marzo 2024