Revista Personae

Y EL NIDO QUEDÓ VACÍO

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Y el nido quedó vacío

 

Una cosa es querer que los hijos sean independientes, otra cosa es verlos irse inevitablemente…

 

“Mamá, «¿tú estás consciente de que el día que yo me vaya para Alemania a mi nuevo trabajo ya no volveré a casa?». En ese momento, sintió que el mundo se hundía a sus pies. Sintió como si se le desgarrará el corazón, una tristeza profunda le invadió… Se paralizó, no supo qué decir. Lo único que pudo hacer fue irse y encerrarse a llorar sin consuelo.

 

Susana, una de mis grandes amigas, está viviendo la etapa en que su único hijo de 25 años se fue a trabajar al extranjero, con una muy interesante oferta de trabajo. Ella está devastada porque vivió para él los últimos 24 años, las 24 horas del día. Aunque lo preparó y cargó de herramientas para este momento, ahora no sabe qué pasará con su vida, se siente fuera de lugar. Su (así le apodo de cariño) con la ardua misión de ser mamá, como a muchas de nosotras, no le dio el tiempo de pensar en qué pasaría con ella cuando llegara a esta etapa. Por un lado, es la mamá más feliz de ver a su crío independiente, pero por otro lado se siente rota, vacía y muy insegura. Ella dejó relegadas, en un segundo plano, sus necesidades y deseos. Tanto enfocó su atención en su hijo que hasta desplazó de tal manera su atención lejos del esposo, y esto generó tantos conflictos de pareja que se volvió irreparable, y se divorciaron hace muchos años.

 

“Su” vino a mi casa a que le dé algún consejo, no porque yo sepa qué hacer, sino porque tengo tres hijos que ya volaron, que ya miraron de frente a la vida y sintieron el llamado para vivirla por ellos mismos y buscar sus propios sueños: ya son capaces de vivir sus propias aventuras, en completa realización.

 

Cuando tuve a mis hijos, mi gran sueño, como el de muchas mamás, era que fueran niños independientes, capaces de enfrentar todos los retos de la vida. Niños adaptables, autosuficientes y valientes. Para esto desde muy pequeños ya iban a talleres, guarderías, cursos de verano. Esto reforzó aún más esas habilidades de adaptabilidad y resiliencia que yo siempre había querido para ellos. Era importante que mis hijos estuvieran rodeados de personas diferentes a lo que había en casa, para darles la oportunidad -desde temprana edad- de generar habilidades sociales y de adaptabilidad. Gracias a mi trabajo pude lograrlo.

 

Aquí escribiendo frente al teclado recuerdo perfectamente el primer día que mi hija menor fue a su primer curso de verano. Llevaba en sus espaldas una mochila enorme, mucho más grande que ella, y bajándose del carro me dijo: “¡Adiós, mamá!”, con su sonrisa llena de alegría por esta nueva aventura. Nunca olvidaré el orgullo y las lágrimas que brotaron de mis ojos ese día. Mi hija no le tenía miedo a nada en ese momento, estaba feliz y confiada. Ella sabía que ese iba a ser un día inolvidable, y así fue.

En ese momento entendí que estábamos haciendo las cosas bien y que lo que había soñado para mis hijos estaba sucediendo.

Sin embargo, el día que volaron, era algo para lo que yo no estaba preparada y para lo que no creo que ninguna mamá lo esté. Una cosa es querer que los hijos sean independientes, otra cosa es verlos irse inevitablemente…

Y es aquí donde voy a compartir mi experiencia, después de que mis tres hijos se fueron de casa, las reflexiones que he hecho y lo que me ha ayudado a superar este difícil momento.

 

 

¿Qué es lo que nos pasa cuando los hijos se van?

Pienso que lo que haces por mucho tiempo deja de ser lo que haces para convertirse en lo que eres, eso se llama identidad. Es por esto, por lo que después de terminar la universidad, no dices, soy una mujer que ejerce la psicología o el diseño, dices: SOY psicóloga, SOY diseñadora, ¿no?

De la misma forma, ERES mamá a medida que compartes más tiempo con ellos y te involucras más en sus vidas.

Es completamente natural que nuestros hijos nos desplacen del centro de nuestra propia vida, porque nos volvemos satélites que orbitan alrededor de ellos, y muchas veces perdemos nuestro centro, dejamos de ser prioridad. Ellos son nuestro motor, nuestra gasolina, nuestro TODO. En ese momento ser pareja, no digo que sea bueno, ya no es nuestra identidad, ahora SER mamá es lo que somos.

 

Entonces, cuando los hijos se van, muere esa identidad de madre, ese SOY MAMÁ, ya no es, porque el centro ya no existe como existía antes. El centro que son nuestros hijos ya no está. Cuando ellos se van de la casa, se experimenta una especie de muerte, así de fuerte es, y hay que vivir un duelo, por eso duele mucho.

Después de que los hijos emprenden su vuelo, la inmensa mayoría de nosotras, las mamás que nos dedicamos 24/7 a criarlos, nos quedamos sin nada, y nos toca empezar a buscar un nuevo centro. Hay que tener la capacidad y sabiduría para reinventarnos y construir una nueva identidad y esto también duele, porque te sientes perdida. Ese es el síndrome del nido vacío.

No puedo decirles que fue fácil para mí cuando mis hijos volaron. Me tomó meses de reflexión y lágrimas volver a un estado de equilibrio. Creo que lo que más me ayudó a superarlo fue recordar eso que desee cuando eran pequeños:

“Quiero hijos independientes, capaces de enfrentar todos los retos de la vida. Hijos adaptables, que no tengan miedo a las nuevas experiencias, autosuficientes y valientes”.

 

Entendí que en realidad la vida me estaba regalando exactamente lo que había pedido, y lo que más deseaba en lo más profundo de mi corazón. Ese día comprendí, que lo mejor que me pudo haber pasado, es que mis hijos se hubieran ido, pues ese hecho era en realidad la culminación de un sueño. ¡Y esto había que celebrarlo!

Cuando me di cuenta, dejé de pensar en la falta que me hacían, en lo difícil de estar sin ellos y el dolor se transformó en gratitud profunda e infinita con la vida, por el regalo de tener hijos con las habilidades que siempre soñé.

Desde ese momento empecé a ver la vida de otra manera, descubrí y aprecié la libertad que tenía. Retomé proyectos que había postergado: me sentí más ligera. Poco a poco fui recuperando mi centro, ahora me hago cargo de mí, comenzando una nueva etapa maravillosa.

 

Y el nido quedó vacío

 

Quiero decir que el nido vacío no se trata solo del silencio ensordecedor que se siente. Se trata más de volver a ubicarse en el centro de tu propia vida, en ese espacio que por tantos años ocuparon los hijos. El nido vacío da la hermosa oportunidad de volver a retomar tu libertad, esa libertad y manejo de tu tiempo que te permite hacer las cosas que siempre quisiste hacer: estudiar, dormir más, trabajar en lo que siempre quisiste, hacer el viaje que siempre soñaste, retomar todas esas cosas que dejaste para después, es entonces, ¡conectar contigo!

 

Su: Sé que volver a pensar en ti primero, antes que, en tus hijos, no es nada fácil. Tomará tiempo acostumbrarte, pero sé que puedes lograrlo y una vez lo entiendas y veas lo maravilloso que es, prometo que vas a disfrutarlo.

 

El nido vacío no se trata sólo de la despedida de los hijos que se han ido, también de la bienvenida que debes darle a la maravillosa persona que ha regresado: tu nueva yo.

 

¡Larga vida a todas las Su que vivieron, viven o vivirán el síndrome del nido vacío!

 

Con Ka-riño

KARLA APARICIO

MISCELÁNEO

Núm. 294 – Mayo 2024