Revista Personae

Kafka y su centenario luctuoso

(1833, Austria Hungría- + Junio 1924, Austria)

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“¿Qué no se ha escrito o dicho sobre la vida y la obra de Franz Kafka? Eppur si muove” dijo el clásico. Los especialistas en la obra kafkiana informan que se han editado 20 mil publicaciones del escritor checo-alemán que según el argentino Jorge Luis Borges tuvo un destino específico: “transmutar las circunstancia y las agonías en fábulas; (amén) de redactar sórdidas pesadillas en un estilo límpido”. Si a esto le agregamos las primeras líneas de uno de sus principales libros: “Alguien debió haber calumniado a Josef K., puesto que sin haber hecho nada malo, una mañana fueron a arrestarlo”, la novelística del enigmático narrador es algo que sobrepasa la irrefrenable tendencia a jugar con las locuras de la mente. Tal y como sucede en el libro de Kafka, La metamorfosis —que empieza con la frase “Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto”—, toda la narración de El proceso surge de la situación anunciada en la oración inicial.

 

Kafka y su centenario luctuoso (1833, Austria Hungría- + Junio 1924, Austria)

 

El protagonista de El proceso, Josef K., nunca descubre de qué se le acusa ni logra comprender los principios que rigen el sistema judicial en el que se encuentra atrapado. La narración sigue al personaje en su agotador empeño de entender su situación y de declararse inocente una y otra vez, frente a la total ausencia de una doctrina capaz de explicarle qué significa ser culpable o de qué se le acusa en realidad. Al seguir a Josep K., en sus esfuerzos por lograr la absolución, el libro nos ofrece un relato increíblemente conmovedor de lo que significa venir desnudo e indefenso a un mundo absolutamente incomprensible, armado tan solo con la sincera convicción de ser inocente. De hecho, de ¿qué es inocente el ser humano? Los que lo cantan día y noche, son los más repugnantes que no solo deberían amanecer convertidos en asquerosos insectos y que pese a la evidencia nadie se los crea. En este sentido, Kafka se adelantó a la modernidad: el mundo está dividido en dos tipos de especímenes: los insectos que lo son y pretenden ignorarlo, y los que no lo son pero que por servidumbre “casi animal” los idolatran. En México abundan.

 

Los asuntos judiciales en la narrativa de occidente han servido para referirse a las más absurdas complicaciones del ser humano. Por eso la literatura policiaca —género que no todos los creadores dominan—, tiene tanta popularidad, aunque no siempre se le considera literatura «artística», por lo que frecuentemente se usa como guión de serie de televisión o de filmes en blanco y negro, aunque el 007 británico le dio un giro distinto al género. En los días que corren en México se viven momentos delirantes por las propuestas presidenciales que han suscitado una atípica guerra contra el Poder Judicial. Las locuras del poder, o las derivaciones del final de los mandatos constitucionales. La pesadilla del mando. En nuestro país veremos muchas metamorfosis muy pronto.

 

La metamorfosis Kafka y su centenario luctuoso (1833, Austria Hungría- + Junio 1924, Austria)

 

Al celebrar el siglo del fallecimiento de Kafka, los lectores del “profeta del infierno burocrático, perspicaz anatomista de los mecanismos del poder, heredero de la mística judía y humorista incomparable”, como lo presenta la revista Letras Libres del mes de junio del año en curso, en un volumen hemerográfico “a cien años de la muerte” del personaje en cuestión, tienen a la mano un excelente documento titulado “Bajo el signo de Kafka”, compuesto por las coloraciones de Enrique Vila-Matas, Reiner Stach, Christopher Domínguez Michael, Enrique Krauze, Mónica Zgustova, Fernando García Ramírez y Ernesto Lumbreras. Tan excelente revista (número 306) pasará a la historia. Como mera acotación de esta EX LIBRIS, no hay que olvidar que si el excelente amigo que tuvo Kafka, Max Brod, hubiera obedecido la orden del autor para destruir sus escritos, Franz no existiría en el mundo de la literatura. En 1939, Max abandonó Praga huyendo de la invasión nazi llevándose consigo cartas y manuscritos del escritor. Bendita desobediencia.

 

De tal forma, Adán Kovacsics, el traductor al español de ascendencia húngara (nacido en Santiago de Chile) que vertió al castellano El proceso, bajo el sello Alianza, declaró a Leonardo Domínguez en una entrevista titulada “Traducir a Kafka es tocar a Mozart al piano”: “¿Por qué es relevante la obra de Kafka en nuestro siglo? ¿Qué lectura nos da de nuestro presente?: —Lo relevante es su compromiso absoluto con la literatura. Lo relevante es el carácter ambiguo y emblemático de su obra, en la que no sabemos si habla desde una observación fría y realista de un mundo exterior o es de la visión, a través de fábulas y parábolas, de un mundo interior. ¿La construcción de la muralla china” es la descripción de un funcionamiento del poder o la descripción de la propia obra de Kafka que no le sirve del todo para protegerse y además no termina nunca? Lo grande de Kafka es que todo presente encontrará algo en sus escritos”.

 

Lo extraordinario con la obra de Kafka es que por donde se quiera acceder a ella, hay tema profundo. No hay término medio. Te interesa o de plano la repeles. Así, la lectura atenta de El Proceso —cuya primera edición apareció en 1925, hace casi un siglo—, tiene un peculiar efecto. Aunque la primera reacción frente a los forcejeos de Josef K., con las autoridades es una sensación de familiaridad y de reconocimiento, pronto se produce un extraño vuelco. Nos parece que nuestro mundo solo se parece al de Kafka,  que nuestra lucha solo tiene solo un leve parecido con esa lucha esencial que nos revelan los apuros inacabables de K. Por ese motivo, El proceso, en su misma falta de conclusión, en su imposibilidad y dificultades es un libro extraordinariamente estimulante que nos traslada al corazón mismo (pero es corazón vacío) de la experiencia de estar vivo en un mundo de juicios cotidianos hasta sus últimas consecuencias.

 

El castillo Kafka y su centenario luctuoso (1833, Austria Hungría- + Junio 1924, Austria)

 

Al año siguiente, en 1926, una buena prueba de los avances literarios de Kafka, es que aun siendo una versión no terminada, El castillo (Das Schloss, en alemán), no pierde en absoluto su propósito. A diferencia de lo que sucede en El proceso y en La metamorfosis, la primera frase no contiene literalmente la historia completa: no es posible saber si ello se debe al carácter inacabado de la novela, pero en todo caso El castillo es indudablemente una obra incluso más asfixiante e indefinible que aquellas. Casi parece justo que carezca de enlace, que los hechos narrados parezcan formar parte de una serie infinita de la cual tan solo un pequeño segmento habría llegado a las páginas de una novela.

 

El arribo del agrimensor K al pueblo que rodea el castillo y el descubrimiento de que no es bien recibido y de que no puede permanecer ahí, constituye la narración propiamente dicha; pero el hilo de la lectura por medio de frases relativamente sencillas tiene todas las características de una pesadilla. La combinación de realismo y absurdo típica de Kafka alcanza aquí su máxima sutileza; los hechos no se apartan nunca de su aparente literalidad, pero de algún modo continúan siendo extraños. Nada fuera de lo común en las obras kafkianas. Pese a la aparente rigidez de los personajes, la sensación de lejanía, de que cada cual está interpretando deliberadamente un papel, es ineludible. Más que narrar una historia, El castillo conduce hacia un ambiente de perpetuo malestar. Hay una sensación de que algo temible acecha desde alguna parte oculta; todo lo demás queda oscurecido por los obstáculos interminables de la burocracia. El libro completo se asemeja a ese momento final de un sueño en el que se trata de hablar y no te alcanza la voz por falta de aire, mientras el tiempo se mueve con infinita lentitud.

 

Los personajes que trascienden a su momento, por el conjunto de su existencia y su obra escrita como es el caso de Franz Kafka, marcan la diferencia con otros que únicamente aparecen como insectos de la servidumbre humana como es el caso de muchos políticos que solo les interesa el supuesto juicio de la historia. Kafka, pese a su reticencia por reconocer su propio genio, es imperecedero, no necesitó “vejigas para nadar”.

 

Kafka y su centenario luctuoso (1833, Austria Hungría- + Junio 1924, Austria)

 

En lo que a mi menda toca, termino esta EX LIBRIS con una cita que hace la escritora y traductora checa española Monika Zgustova del obituario que escribió la amiga de Franz, Milena Jesenká en su libro Cartas a Milena: “Hace dos días, Franz Kafka…murió en el sanatorio Hoffmann de Kierling…en los alrededores de Viena. Pocas personas lo conocían aquí, pues era un hombre solitario, sabio, un hombre aterrorizado por la vida, llevaba años sufriendo de una enfermedad pulmonar…”. “Cuando el alma y el corazón no pueden soportar la carga que llevan, colocan una mitad sobre el pulmón, para que el peso se reparta en partes iguales”, escribió una vez en una carta, y esa era su enfermedad. Le confirió una delicadeza casi milagrosa y un refinamiento intelectual tan intransigente que asustaba. Era tímido, ansioso, amable y bueno, pero escribió libros crueles y dolorosos. Veía el mundo como lleno de demonios invisibles y que hieren y destruyen a los desprotegidos. Conocía a los hombres como solo pueden conocerlos personas de gran sensibilidad nerviosa, que están solas y pueden ver proféticamente al hombre entero a partir de un único guiño de su rostro. Era un hombre y un artista de conciencia tan aguda que llegó a oír hasta allí donde otros, sordos, se sentían fuera de peligro”. VALE. 

CULTURA

Núm. 300 – Noviembre 2024