Revista Personae

LOS (NO) CONSEJOS DE VIRGINIA WOLF PARA LEER CON ABSOLUTA LIBERTAD

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Días pasados, al buscar en un apiñado estante de la biblioteca familiar que se ha convertido la casa donde vivo, encontré una joyita literaria editada en España en la excelente colección Centellas, en cuya portada se reproduce una desconocida fotografía de Virgina Wolf, sedente, con lentes, su brazo y mano derecha tocándose la frente, leyendo un volumen que sostiene sobre sus piernas. La imagen se tomó en junio de 1926, cuando la escritora contaba 44 años de edad, 15 años antes de que muriera. Lucía hermosa —fue modelo como su madre y hermanas para fotógrafos de la época—; la foto resultó ad hoc para el tema del librito en cuestión: ¿Cómo debería leerse un libro? Traducción impresa en 2012, en apenas 69 páginas, en un formato de bolsillo. Lo bueno tiene que ser poco.

 

Los (no) consejos de Virginia Wolf para leer con absoluta libertad

 

Adelina Virginia Stephen (su nombre original) —1882-1941–, que pasaría a la historia como Virginia Wolf, escribió la primera versión de ¿Cómo debería leerse un libro? Para una conferencia que dictó el 30 de enero de 1926 a las alumnas de un colegio privado de Hayes Court (Kent, Reino Unido). En octubre del mismo año, publicó una versión revisada en The Yale Review; volvió a revisar el texto, con el título El amor por la lectura, para Hampshire Bookshop de Northampton, Massachusetts, USA, en 1931; y por último, lo revisó y lo publicó al siguiente año, en la segunda colección titulada The Common Reader II, de Hogarth Press, de Londres. Estas dos colecciones de ensayos constituyen el núcleo para estudiar a Virginia Wolf en su faceta de crítica literaria. El más leído, traducido y estudiado es precisamente Cómo debería leerse un libro.

 

La vida y la obra de Virginia han merecido toda una suerte de lecturas, comentarios y análisis. Sin duda fue una de las escritoras británicas más influyentes de su tiempo aunque nunca perteneció, propiamente, a la intelectualidad de la época que le tocó vivir. No tuvo una formación académica propiamente dicha, pero su talento literario fue más que suficiente para legarlo a la posteridad en su país y para lo que ahora se debate como movimiento feminista, a uno y otro lado del mundo.

 

En el texto que nos ocupa, Wolf ofrece parte de sus reflexiones acerca de la lectura. Tras reafirmar que la independencia de criterio es la cualidad más importante del lector —que muchos críticos han señalado como una falla de la novelista que se circunscribe al mundo anglosajón—, y resaltar el distinto tipo de aproximación al texto que exigen la novela, la poesía (inglesa, por supuesto), y los libros de historia o de memoria, Virginia distingue dos operaciones o procesos en el acto de leer: la primera y más fácil consiste en abrir la mente al caudal de innumerables impresiones que comunica la lectura; en la segunda, mucho más difícil, se trata de juzgar y comparar.

 

Tal y como lo marca Wolf, el gusto personal no deja de ser la principal guía y luz, aunque con el tiempo se puede educar y enriquecer en una permanente dialéctica entre las lecturas y la vida que nos permitirá imponer orden en nuestras percepciones. Entonces nos proporcionará más placeres en frecuencia desconocidos.

 

Los (no) consejos de Virginia Wolf para leer con absoluta libertad

 

La escritora conoció muchas vivencias trágicas. Sin duda, su final fue el más trágico de todos. Su suicidio en las aguas del río Ouse, Lewis, condado de East Sussex, Inglaterra, tuvo lugar el 28 de marzo de 1941, a los 59 años. Uno de sus libros más famosos fue Una habitación propia, que se le ocurrió por la idea de que “una mujer debe tener dinero (en concreto 500 libras esterlinas al año, de su tiempo), y una habitación propia para poder escribir novelas”. Es un llamamiento a la independencia económica y social y a la licencia poética y libertad personal para crear arte.

 

El día que eligió para suicidarse, el 28 de marzo de 1941, por la mañana, Virginia Woolf salió de su casa “a dar un paseo”. Hacía días que no se encontraba bien. El horror de la guerra —casi a la mitad de la SGM—, y su destrucción era una obsesión continua. Dejó cartas para Leonard (su esposo) y para Vanesa, su hermana. A él le confesaba que creía que se estaba “volviendo loca” otra vez y que no podría “superar otra de esas temporadas terribles”, que “no se recuperaría”. “He “empezado a oír voces y no puedo concentrarme. Así que hago lo que me parece mejor (…) No puedo seguir luchando. Sé que estoy destrozándote la vida. Que sin mí podrás trabajar (…) te debo toda la felicidad de mi vida. Has sido absolutamente paciente e increíblemente bondadoso conmigo”. E insistía: “Sólo me queda la certidumbre de tu bondad. No puedo seguir destrozándote la vida. No creo que dos personas pudiesen haber sido más felices que nosotros”.

 

A Vanesa le decía también que oía voces y que no podría superarlo, que Leonard había sido siempre bondadoso, que nadie podría haber hecho por ella más que él. “Creo que le queda mucho por hacer y que seguirá adelante mejor sin mí, y que tú le ayudará”. Lo cierto es que Leonard murió a los 88 años, en 1969.

 

Los (no) consejos de Virginia Wolf para leer con absoluta libertad

 

En fin, Virginia dice en su conferencia: “En primer lugar, deseo subrayar que el título (de su libro) es una pregunta, ya que va entre signos de interrogación. Si yo supiera la respuesta, ya que va entre signos de interrogación. Si yo supiera la respuesta, sólo sería válida para mí. En realidad, el único consejo sobre la lectura que pueda dar una persona a otra es que no acepte consejos que siga sus propios consejos, que use sus propias conclusiones. Si estamos de acuerdo en esto, me siento autorizada para exponer unas cuantas ideas y sugerencias, porque no permitiréis que las mismas encadenen la cualidad más importante que puede poseer el lector: la independencia. Al fin y al cabo, ¿qué leyes pueden dictarse sobre los libros? La batalla de Waterloo se libró determinado día, sin duda, pero ¿acaso es Hamlet una obra mejor que El rey Lear? Nadie lo sabe. Cada cual ha de decidirlo por sí mismo. Aceptar autoridades —por muchas pieles y togas que Luzcan— en nuestras bibliotecas y permitirles que nos digan cómo leeré leer y el valor que hemos de dar a lo que leemos, es destruir el espíritu de libertad que se respira en esos santuarios. En todos los demás lugares podemos vernos atados por normas y convenciones, allí no tenemos ninguna”.

 

“Claro que, para disfrutar de libertad, si el tópico es excusable, sin duda tenemos que controlarnos. No debemos malgastar nuestras facultades necia e inútilmente mojando media casa para regar un rosal; hemos de disciplinarlas con firmeza y precisión aquí, en el lugar concreto. Tal vez sea ésta una de las primeras dificultades que se nos plantea en una biblioteca. ¿Qué es “el lugar concreto?” Podría parecer sólo un desorden caótico. Se amontonan en los estantes poemas y novelas, historias y memorias, diccionarios y libros de informes oficiales, libros escritos en todos los idiomas por hombres y mujeres de carácter, raza y edad diferentes”. Y fuera de la biblioteca rebuzna el asno, las mujeres charlan en la fuente, los potros galopan por los prados. ¿Por dónde hemos de empezar? ¿Cómo vamos a ordenar este caos multitudinario para disfrutar más y mejor de lo que leemos?”.

 

Ya lo dijo Virginia Woolf: con libertad y a gusto de cada quién… “Yo al menos he soñado a veces que cuando llegue el día del Juicio Final y los grandes conquistadores, jurisconsultos y estadistas acudan a recibir sus recompensas —sus coronas, sus laureles, sus nombres grabados de forma indeleble en mármol imperecedero—, el Todopoderoso se volverá a Pedro y le dirá no sin cierta envidia al vernos llegar con nuestros libros bajo el brazo: “Mira, éstos no necesitan ninguna recompensa. No tenemos nada que darles aquí. HAN AMADO LA LECTURA”. VALE.

 

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