DE LIBRERÍAS Y SU INFLUENCIA
- EXLIBRIS
- septiembre 2020
- Bernardo González
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En memoria de la inolvidable Libros Escogidos
—de Hidalgo 81-A, frente a la Alameda— y de Polo Duarte y su padre del mismo nombre.
Todo ser humano debería tener su librería preferida o, mejor, su librería inolvidable. Aunque toda vida es irrepetible, muchos tuvieron (tuvimos, aclaro), la suerte de conocer y abrevar en una librería al comenzar la parte adulta de la vida: en los días que se comienzan los estudios universitarios, cuando se empieza a tener la peregrina idea de que ya “somos” hombres o mujeres, y que, en el peor de los casos, el arribo al campus universitario nos permitirá contar —después de algunos años—, con la llave del éxito, nunca del fracaso ¡vive Dios! Cada quien tiene su propia Divina Comedia: “Nel mezzo del cammin di nostra vita mi ritrovai per una selva oscura ché la diritta vía era smarrita (“A mitad del camino de la vida, me encontraba en una selva obscura, con la senda derecha ya perdida”), empieza su clásica obra, Dante Alighieri. ¡A la mitad del camino!, cada quién su vida.
Con experiencias distintas. No siempre la Universidad tiene el mismo significado. El origen cuenta mucho. El provinciano arriba a la gran capital con una visión diferente a la del capitalino. El recién llegado semeja a una esponja, todo lo absorbe, no quiere que nada se le escape. A pie, caminando, es como se conocen las ciudades. Con poco dinero y ríos de asombro. En los años sesenta del siglo pasado, el centro histórico de la ciudad de México, como ahora le llaman, era una enciclopedia sobre todas las actividades humanas. De lo mejor a lo peor, o al revés. De los cabarets a las librerías. Lo demás era lo de menos. Conocí (los y las) mejores y peores, por fortuna. Así llegué a Libros Escogidos, entre otros Runrunes, de los que ya he escrito en ocasiones anteriores en Personae y en otros medios. Simplemente INOLVIDABLES.
Ahora se trata de un volumen sin desperdicio. Se titula simplemente Librerías, del catedrático, periodista y escritor español Jorge Carrión, doctorado en Humanidades por la Universidad Pompeyo Fabra de Barcelona. Este ensayo, exuberante por sus innumerables datos sobre libros, escritores, nos lleva de la mano con otras tantas ratas de librería —que eso es lo que somos los que no concebimos la vida sin deambular por toda suerte de librerías a lo largo y ancho del mundo—, que son contrapesadas por las sombras de personajes oscuros y malévolos que también frecuentaron sus librerías como Adolfo Hitler y José Stalin. Carrión, otro adicto a los viajes como el autor de estas líneas, no ha desaprovechado sus andares por esos “caminos del señor”. Lugar al que llega, tiene que dirigirse inmediatamente a una o varias librerías locales. Como debe de ser. AsÍ, el 3 de abril de 2013, el jurado del 41o. Premio Anagrama de Ensayo, decidió declarar finalista a Librerías de Jorge Carrión, y como ganador del mismo a Luis Goytisolo por su Naturaleza de la novela. Excelente decisión.
“Nostálgico pero desmitificador, fruto de decenas de lecturas y de otras tantas visitas a librerías de los cinco continentes, entre la crítica cultural y la crónica de viaje, Librerías es al mismo tiempo un recorrido por la historia del comercio de libros desde la Antigua Roma hasta el siglo XXI y una vuelta al mundo”. Un universo fascinante, pero también crepuscular. En síntesis, un mundo sin librerías no sería mundo, aunque en los días que corren su futuro es incierto.
Aparte de su interesante y variado contenido —nombres, sexo y afinidades de los propietarios: compra venta de locales, historias casi de ciencia ficción, supervivencia, libros famosos solo por la fotografía de su portada (Marilyn Monroe, en traje de baño leyendo el Ulises de James Joyce, por ejemplo), etcétera—, la obra de Carrión tiene la virtud de recordarnos que para algunos (como su menda) la vida se ha disfrutado en infinidad de librerías en diferentes rincones del planeta. Desde los lugares más fríos al norte de este continente hasta la última gran ciudad del cono austral del mismo, Buenos Aires, donde por cierto adquirí una tercera edición en inglés del ya citado Ulysses del discutido novelista irlandés. La fortuna de recorrer el mundo es algo a lo que no todos tienen acceso. El suscrito la ha tenido y no sé por cuánto tiempo más. La pandemia del Covid-19 ha trastocado las cosas.
Después de procrear un hijo, sembrar un árbol y escribir un libro, los seres humanos deberían adornar su vida con infinidad de visitas a las librerías. “Se hará lo que se pueda” dijo el legendario torero Juan Belmonte después de que un admirador le reconvino que en la plaza solo le faltaba que lo cornara un burel.
La gran ventaja de Librerías, Editorial Anagrama, S.A., México, D.F., 2013. 342 pp., $239.00, es que se empiece a leer por cualquier página no hay dificultad para entender de lo que se trata. Por ejemplo, en la página 60, en el capítulo 3, Las librerías más antiguas del mundo, Carrión escribe: “Una librería no sólo tiene que ser antigua, también debe parecerlo. Cuando entras en la Livraria Bertrand, en el número 73 de la rua Garret de Lisboa, a pocos pasos del Café Brasileira y de su estatua de Fernando Pessoa y por tanto en pleno corazón del Chiado, la B sobre fondo rojo del logo muestra orgullosa una cifra: 1732. En la primera sala todo señala hacia ese pasado venerable que remarca la fecha: la vitrina de libros destacados, las escaleras corredizas o el escalón de madera que permite acceder a los estantes más elevados de unos anaqueles vetustos. La placa oxidada que bautiza como “Sala Aquilino Ribeiro” el lugar donde te encuentras, en homenaje a uno de sus más ilustres clientes, asiduos como Oliveira Martins, Eca de Queirós, Antero de Quental o José Cardoso Pires, y sobre todo el diploma de Guinness World Records que certifica que es la librería en activo más antigua del mundo”. Hace poco más de tres décadas ahí estuve.
En la siguiente página continúa la historia: “…Y Bertrand posee varias decenas de sucursales por todo Portugal. De modo que posiblemente sea la porteña Librería de Ávila —frente a la iglesia de San Ignacio y a cuatro pasos del Colegio Nacional de Buenos Aires— la librería independiente más antigua del mundo, siempre y cuando aceptemos 1785 como su fecha de fundación, pues fue entonces cuando se instaló en la misma esquina un colmado que, además de ofrecer comestibles y licores, vendía libros”. Y en la Librería de Ávila adquirí una edición especial, encuadernada en piel de becerro nonato con el título impreso con hierro candente como para marcar ganado, de El Gaucho Martín Fierro, de José Hernández, cuya primera edición apareció en 1872. Este poema es uno de mis predilectos: “Yo soy toro en mi rodeo/ y torazo en rodeo ajeno,/ siempre me tuve de bueno/ y si me quieren probar/ Salgan otros a cantar/ Y veremos quién es menos”/. La memoria todavía no me falla. ¿Cuántas cosas no me hizo soñar el jaquetón de Martín Gaucho?
Hojas posteriores, en la 120, el autor redacta: “Hasta los años sesenta no pudieron publicarse legalmente y sin cargos por obscenidad en Inglaterra y los Estados Unidos El amante de Lady Chaterly, de D.H. Lawrence, o Trópico de Cáncer, de Henry Miller. En 1930 la Unión Soviética prohibió la edición privada y la censura oficial existió hasta la llegada de la Perestroika. Eugenio Pacelli, futuro Pío XII, leyó Mein Kampf en 1934 y convenció a Pío XI de la conveniencia de no incluirlo en el Índex para no enfurecer al Führer. Se quemaron libros públicamente durante las últimas dictaduras chilena y argentina. Los obuses serbios trataron de destruir la Biblioteca Nacional de Sarajevo. Periódicamente aparecen manifestantes puritanos, cristianos o musulmanes, que queman libros de igual modo a como queman banderas. El gobierno nazi destruyó millones de libros de escritores judíos mientras exterminaba a millones de seres humanos judíos, homosexuales, presos políticos, gitanos o enfermos, pero conservó algunos de ellos, los más raros o preciosos, con la intención de exponerlos en un museo del judaísmo que sólo abriría sus puertas tras la conclusión definitiva de la Solución Final”.
Y, en la página 121, Carrión cita a Claude Roy, el autor de El amante de las librerías: “Intento tratar a los libros como ellos me tratan a mí, es decir, de hombre a hombre. Los libros son personas o no son nada… En cuanto se quiere encontrar una utilidad utilitaria a la literatura se la ve languidecer, encogerse y perecer. Una librería es ese lugar gratuito y perfecto que no puede servir para nada”.
Quizás Librerías sea el libro en el que más anotaciones haya hecho nunca. El tema es mi vida. Nada en este volumen está de más, y su exquisita Bibliografía, desde Fernando Aínsa hasta Stefan Zweig, con su Mendel el de los libros, me condujo al mejor de los mundos, el de los libros. Este, de Jorge Carrión, hay que leerlo. VALE.