LA GUERRA CIVIL DE ESPAÑA Y
DOS DE SUS NOVELAS
Soldados de Salamina y Línea de Fuego
- EXLIBRIS
- febrero 2021
- Bernardo González
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Ubérrimas son las bibliografías de la Revolución Mexicana y de la Guerra Civil de España. Creo que nadie podría aportar un número aproximado de cuántos libros se han escrito sobre ambos conflictos. Buenos, regulares y malos. En español y en otros idiomas extranjeros. La importancia de estos capítulos históricos supera, con creces, la simple suma y resta del número de muertos, heridos y otras consecuencias irreparables de esa Revolución y esa Guerra Civil que definieron, para toda la vida el derrotero de México y de España respectivamente. A más de cien años de la primera y casi ochenta de la segunda, todavía escribimos y discutimos de ellas. Sus marcas fueron indelebles.
Siempre he creído que ninguna revolución ni ninguna guerra —todas son inciviles—, son “limpias” o “sucias “. Todas, absolutamente todas causan dolor, mucho dolor, a los participantes y a sus descendientes. La condición humana las han provocado, y una vez iniciadas nadie sabe cómo terminan. De la primera soy de tercera generación, mi abuelo paterno, Vicente González Sánchez, fue coronel villista y dos tíos abuelos maternos —Alfonso y Sixto Torres Alarcón—, fueron mártires de la posterior guerra cristera. Mi padre, Vicente González Medel, fue huérfano de la Revolución y su madre, Elísea Medel Sánchez, viuda soldadera. La muerte de mi abuelo no originó blasones para sus ejecutores, carrancistas. Lo asesinaron en su rancho allá por Cumbres de Aquila, Veracruz, en las faldas del Pico de Orizaba. Hasta su muerte, a los 114 años de edad, mi abuela maldijo a los “ladrones carranclanes”, nunca superó la pérdida de su esposo, a la mala.
Mi progenitor era devoto de las novelas de Martín Luis Guzmán, el autor de las Memorias de Pancho Villa. Quién hubiera pensado que uno de los nietos del coronel Vicente González, Bernardo González Solano, precisamente yo, escribiría a máquina mecánica miles de cuartillas de reportajes y crónicas internacionales en el escritorio en el que el novelista, periodista y político, nativo de Chihuahua, Martín Luis Guzmán Franco, había redactado, con estilográfica, hoja tras hoja, el original manuscrito de las Memorias de Pancho Villa. Eso sucedió hace mucho tiempo —long ago—, cuando iniciaba mi trabajo periodístico y formé parte de la redacción de la inolvidable revista Tiempo, cuyo propietario y director general era precisamente Don Martín Luis Guzmán. El mejor escritor y novelista de la Revolución Mexicana. En mi oficina —primero como redactor y después como Editor—, estaba el histórico mueble de madera que nunca olvidaré. Obviamente siempre me sentí villista. Faltaba menos. Pero esas son otras historias. Al toro.
De la Guerra Civil española no soy heredero, pero por cosas del destino desde muy niño tuve relación con refugiados republicanos —no hubo de otros—, que llegaron a México cuando el presidente Lázaro Cárdenas del Río les brindó asilo en el momento que la República Española fue derrotada por los sublevados franquistas. El primero que conocí y traté fue a don Evaristo Rodríguez, que había sido dirigente del sindicato de trabajadores cinematográficos españoles en Madrid y que había tomado parte en varias de las principales batallas de la Guerra Civil. Don Evaristo no podía ser más que español, su pinta era ibérica por los cuatro costados. Era vecino de la casa de mis padres en Tierra Blanca, Veracruz, y para no errar se desempeñaba como portero del Cine Sección XXV de Ferrocarrileros, dirigido por tres tíos míos, dos hermanos de mi padre, y por un primo hermano de mi madre, doña María del Carmen Solano Torres. Don Evaristo tomó parte en la defensa de Madrid y en otros lugares. Lucía en la frente un recuerdo de guerra: un lobanillo producto de una esquirla de bomba que nunca se extrajo. Ese obrero ilustrado, como él mismo se llamaba, me contó sus peripecias en la Guerra Civil, y me explicó quiénes habían sido los traidores del gobierno de la República. Su derrota y cómo tuvo que tomar el camino del exilio. Un trasterrado más que jamás regresó a su tierra natal. Falleció en Tierra Blanca, donde sus restos descansan para siempre.
Cuando salí de mi pueblo natal para seguir mis estudios en distintas ciudades nunca pensé que lo que sabía de la Guerra Civil influiría tanto en mi vida profesional. Como dice el epígrafe de la novela de Javier Cercas, Soldados de Salamina, cuya primera edición apareció en España en 2001, hace dos décadas, “Los dioses han ocultado lo que hace vivir a los hombres” (Hesíodo, Los trabajos y los días). El destino tiene muchos senderos.
Por los días que apareció la novela de Cercas, hace veinte años, estaba enfrascado en varias investigaciones sobre la organización terrorista vasca Euskadi ta Askatasuna (ETA: Patria Vasca y Libertad), que durante más de un mes publiqué en la revista Siempre! Mi vida transcurría en España, en Madrid, Santander, el País Vasco y Cataluña, especialmente en Barcelona, la Ciudad Condal. Mis preocupaciones giraban alrededor del terrorismo etarra. La aparición de Soldados de Salamina no me pasó inadvertido, pues en poco tiempo tuvo éxito de crítica y público, al tiempo que impulsó la carrera de uno de los novelistas más leídos de la actual narrativa ibérica. El Premio Nobel de Literatura de origen peruano, Mario Vargas Llosa ha dicho que el libro de Cercas es “una de las grandes novelas de nuestro tiempo”.
El tema del libro es el siguiente: a finales de enero de 1939, apenas dos meses antes del final de la Guerra Civil, un grupo de prisioneros franquistas es fusilado cerca de la frontera francesa por soldados republicanos que huyen hacia el exilio. Entre esos prisioneros se halla Rafael Sánchez Mazas, fundador e ideólogo de la Falange, poeta y futuro ministro de Francisco Franco, el Generalísimo, quien consigue milagrosamente escapar y ocultarse en el bosque mientras los republicanos lo persiguen, hasta que un soldado lo descubre, lo encañona y, mirándolo a los ojos, le perdona la vida. Sesenta años más tarde, un novelista que se considera fracasado descubre por azar este increíble episodio bélico y, fascinado por la historia, emprende una investigación para aclarar sus circunstancias y desentrañar su significado. Ese es el libro de Cercas (Ibahernando, 1962).
En el último tercio de 2020, el Año de la Pandemia del COVID-19, el conocido periodista y académico de la Lengua originario de Cartagena, España, Arturo Pérez-Reverte (1951), agregó un título más a su ya larga lista de obras publicadas: Línea de fuego, Editorial Alfaguara, Barcelona-México. Aunque el volumen está clasificado como una novela, la verdad es que no es una novela sobre la Guerra Civil, sino sobre los hombres y las mujeres que combatieron en ella. La historia de los padres y abuelos de muchos españoles de este momento.
Combinando la ficción con datos históricos y testimonios personales, el antiguo corresponsal de guerra, Pérez-Reverte coloca al lector, con realismo, entre quienes, voluntarios o a la fuerza, combatieron en los frentes de batalla de la Guerra Civil. Sus nombres no son los que registran los anales de la historia, pero sí lo que les sucedió. Sus peripecias llenan las 683 páginas del volumen. Con el dramatismo de una memoria que pertenece a propios y ajenos, a españoles y a mexicanos, y a todos los lectores que tiene en sus manos el referido libro.
“Durante la noche del 24 al 25 de julio de 1938, la XI Brigada Mixta del ejército de la República cruza el río para establecer una cabeza de puente en Castellets del Segre. En las inmediaciones del pueblo, medio batallón de infantería, un tabor marroquí y una compañía de la Legión defienden la zona. Está a punto de comenzar la batalla del Ebro, la más cruda y sangrienta que se libró nunca en suelo español”.
En una entrevista concedida a raíz de la aparición del libro, Pérez-Reverte explica sus razones: “…no puede haber comprensión sin conocer la historia de quienes sufrieron como soldados en tan siniestro desastre. El principal núcleo de memoria de esa guerra, el más conocido, lo constituyen los hechos políticos y sociales, así como los terribles crímenes de retaguardia, pero lo que en mi opinión define con más exactitud la tragedia, lo que ofrece lecciones muy duras y a veces admirables —todo drama humano tiene contenidos morales—, son los hombres y las mujeres que pelearon en los frentes de batalla. Fue allí, en las trincheras, donde más víctimas hubo del tan sangriento disparate. Por esa razón escribí Línea de fuego, título que resume la intención: dar voz a quiénes en ambos bandos y fusil en mano, pasaron hambre, frío y miedo, resultaron heridos o perdieron la vida, quemaron su juventud y luego fueron olvidados… (No quise escribir) otra novela sobre la Guerra Civil, sino la novela de quienes, de grado o la fuerza, lucharon de verdad”.
Hay que leer a Cercas y a Pérez-Reverte, pues no todos tienen la fortuna de haber tenido a la mano a un Evaristo Rodríguez para que le contara lo que sucedió en la Guerra Civil.