EL VERBO, MÁS ALLÁ DE LA PALABRA
Primera Parte
- POESÍA
- marzo 2021
- Marcela Magdaleno
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Lavará en vino su vestido, y en la sangre de las uvas su manto.
Génesis, XLIX: 11
Más allá del performance, la palabra es aguja que revienta realidades…
“Sin poesía no hay ciudad”
Es el amuleto de camino de Arminé Arjona en su misión poética. Dicen que Juárez es feo con avaricia, y en algunas zonas lo es, porque se han pasado por el arco del triunfo el desarrollo urbano y la educación. Juárez parece tierra de nadie, porque ahí lo más importante es el peculio sospechoso que transita en casas blindadas donde se hacen planes macabros y se trafica todo, como una adivinanza ahogada en el retrete, y luego lanzada al aire: trata de niñas, trata de órganos, trata, trata, trata de no hablar….
En Juárez hay un encanto misterioso
Sombras rondan por las calles planas y se extienden bajo un cielo azulísimo donde las almas de las muertas velan y susurran al oído, menean sus palabras con un vértigo agridulce, enredan sus cabellos en la monumental X que parece derretir sangre de un mestizaje fronterizo deslavando la identidad. Porque aquí el alma raspa, talla, lija, cala para no hablar; lobotomía sagrada que clona, induce, bebe la sangre y te calla al final…
Aquí los huesos humanos se mezclan con los fósiles del desierto en rutas donde vigilan los patriarcas de la trata de blancas.
En el ocaso, las manos de las desaparecidas retoñan de entre las dunas y a veces asoman ojos que miran todo como testigos bifurcando realidades. Y mientras tanto, el mito de las Alicias en el país de las maravillas desenfunda la metralleta con una mano, y la poesía con la otra. Es cuando poetas, cantantes, académicos, bibliotecarios indignados, adoloridos y callados, se citan en la Plaza Central para iniciar la Marcha de la Paz, haciendo honor a todos los idos con clamores de “Ya basta” de esos, “Ni una más”. Como Susana Chávez que inmortalizó la frase antes de que le arrancaran su propia vida, y que su crimen quedara impune, como el de tantas y tantos. Entre todas esas voces emerge de la esquina donde se para el transporte público, la de Arminé leyendo Ocaso, poema de Susana, dedicado a Ruby, joven asesinada, hija de Marisela Escobedo, también masacrada meses después:
“He perdido la cuenta de tus huesos/ introduciendo mi palabra al tiempo/ entonces me fui a alguna parte/ con el apetito dormido/ fuiste tú el sitio del crimen/quien me volvió clandestina melodía/a quien contemplo mezclada de imágenes/sentada en una butaca del cine para ver mi sombra/nos enredamos en el vacío/y de la nada surge tu boca/a desprenderme a Dios de su aliento/en un espejismo que me brota por un rumor indefinido/surge despuntando tu lengua liberando a Sofía de tu interior/aquí está embalsamada casi real entre los árboles,/pareces un chacal, un alebrije que me conquista más allá de lo intocable/te veo desatada en una ventana alrededor de mi otra parte dándole a mis ojos el cierre final/ veces te veo atapada en un secreto que duele entre mi carne/así voy avanzando paso a paso tomando con una mano tu ruptura y acariciando con la otra los cabellos de alguien por quien tocó la magnánima vehemencia, así voy en mí misma/perdiendo la cuenta de tus huesos.
Después de tomar la calle con un grupo de escritores independientes y acabar la lectura junto a un taller mecánico, Arminé saca de su mochila un pincel teñido de sangre y dibuja en un muro pálido: “Esta es la calle Susana Chávez, y kí-kara macara, títere fue…”.
Al tiempo, la hidra capitalista, que devasta hogares, familias y conciencias, sigue declarando en los medios de comunicación que no pasa nada.
Yo sigo mi camino y me detengo frente a la escultura de Pancho Villa a quien nadie pone flores porque nadie sabe quién fue… Hay tantas mujeres que han muerto sin que nadie sepa quiénes fueron, porque fueron nadie, porque en las maquilas eran aguja desechable, trozo de tela torcida al antojo, hilo que se usa y se arranca como las piernas y los brazos dispersos que enmudecen la ciudad a carcajadas, gozando el festín de la ignorancia. Con un tono incisivo Arminé usa El brazo fuerte:
La ciudad nos vomita/sus brazos maquileros/bajan de Cerrolandia,/ emergen por doquiera/ y no importa la hora,/ los turnos siguen plenos,/el hambre golpetea,/martillo permanente/de cables, fibra e hilos/enorme telaraña/que envuelve a su carnada/hormigas necesarias/que tiran los arneses/de empresas extranjeras/sedientas de esta fuerza,/ joven e interminable/ para primeros mundos/que viven de tercera.
Sobre una acera lateral de la avenida que lleva a El Paso, Texas
Las historias revientan en autobiografías amordazadas en narcofosas; de las cloacas afloran ataúdes y fragmentos de ceniza que esparcen su alarido de coyote en la noche cuando todo pasa y nadie ve nada, cuando todo sucede y punza hasta la mutilación de órganos y la amputación de la palabra; voz de voces sofocadas por leyes incompetentes y vendidas al mejor postor, leyes que medran almas,porque aquí el cuerpo no vale nada, porque el ser humano es una trueque más.
Rumbo a la frontera de la antes llamada Villa de Juárez
El mural de Juan Gabriel guarda en su mirada los secretos de Estado que tienen un lugar exclusivo en la cantina. En los antros de mala muerte, de una ciudad ensangrentada, las mujeres se desnudan y lucen como espectros para ganar dos pesos y sobrevivir. A esas horas, cuando los individuos se quitan la sombra y desenfundan la 45, Arminé camina disfrazada de vocero por un Paseo que huele a tortura, pero debe ser discreta, porque como en casi todas partes, aquí no se dice nada… Ella escribe:
A mis hermanas tamaulipecas:
Sin retenes, sin plomo/ni carmines/la palabra alzó su vuelo/victoriosa/Sin tapujos, sin mermas/armoniosa/decantó su canto/viento en prosa/Hilvanadas las voces/sin bandera/anidaron su verso/en la memoria/hermanadas en única/trinchera/la palabra se elevó/y cantó Victoria.
En este paraíso maquilero la gente desechable brota de la tierra y el objetivo es hacer esclavos para la maquila, el sicariato y el narcotráfico, o si te va bien, prospecto de mojado.
Pero qué importa si aquí no pasa nada, no importa que al mojado le dé gripe o deba atravesar el desagüe industrial e incinerar su conciencia, porque es el único camino que queda hacia la frontera donde están los alambres y los abismos seducen. El camino a la muerte donde la sangre se espesa y se decolora el alma. Ahí es cuando Arminé Arjona recoge los alaridos de los resquicios que parten la realidad de la visión, porque ella no le teme el lobo feroz, porque sus letras acechan y sus manos juntan estrellas y lágrimas negras, en una sociedad con 3000 muertas sin rostro ni rastro, donde no pasa nada…
En Ciudad Juárez los versos de amigos desaparecidos se escuchan bajo la arena; las quinceañeras emergen del oasis como úlcera en muros desgajados, frente a los burritos Tin Tan.
Y en ese contexto macabro emergen los aforismos de una poeta ácida, realista y solidaria con quienes han perdido la vida de manera violenta, sus letrinas de pasión abren la ventana y el viento canta: Más allá del miedo están ellas… Crímenes sin sentido, crímenes irónicos, crímenes pasionales, crímenes casuales. Listas y listas de mujeres activistas y defensoras de derechos humanos, en el panteón. ¡Ay Arminé, cómo me duelen tus pasos…! El eterno retorno es un vértigo sin fin, que se estira y encoge, una y otra vez. El amasijo emocional estalla en poesía y el fuego cruzado tiende a escandalizar, porque en México no está permitido hablar. Ese es otro reto de la poeta: expresarse en la Zona del Silencio. Escribe frases cortas en los muros, y sabe que el escándalo es la única alternativa: decir, darle valor a la palabra, al ser humano, dejar de ser invisible, visibilizar el problema, dar voz a quien jamás lo tuvo, gritar el sentimiento, rapear, mover, caminar, poetizar: polinizar la palabra como antídoto de la salvación. La palabra como espada contra la impunidad, la palabra irradiando espacios huraños, la palabra secreto, la palabra escudo contra el protocolo de los sicarios. Y a lo lejos, como una visión, veo a los abuelos rarámuri ataviados de arcoíris, reyes de estas tierras, sabios del desierto rodeando una gran antorcha y haciendo un ritual atávico en el cerro del Cristo Negro, envolviendo con cantos de humo las cruces rosas de las tantas muertas que no pudieron hablar: la palabra como símbolo de paz.
Las letras de Arminé irrumpen en la noche oscura:
“Mi desierto ha caído en un pozo de sombras…”
Y en otro muro: “Para una lluvia de balas un arcoíris de paz”. Su lírica se ubica en un contexto donde la violencia es un modo de vida y la nota roja se une al lenguaje poético. Ella toma frases de la calle, de lo cotidiano, de los chavos, del pisto, las tachas, el tatuaje… Mescolanza cultural de la Ciudad Frontera que bien usada enriquece el idioma con sus términos nuevos; la voz de una realidad fracturada.