ENTREVISTA ANDRÉS HENESTROSA Y EL VASCONCELISMO
- PERSONAJE
- octubre 2021
- Marcela Magdaleno
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Niña, cuando yo muera
No llores sobre mi tumba;
Toca sones alegres, mi vida,
Cántame la Sandunga. A H
¿Cómo vivía Andrés Henestrosa en sus últimos días, a sus ciento tres años? ¿Qué nutría su alma para seguir con ese jadeo revolucionario? Henestrosa vivía de recuerdos, agua, besos y leyendas. Esta fue la última vez que conversé con él, ya que su hija Cibeles no recibía a nadie, cuidaba celosamente a su padre. Pero cuando me presenté me abrieron las puertas de su casa y su corazón. Yo lo recordaba en la cámara de Diputados sentado hasta atrás leyendo versos. —Esto es lo que tengo que soportar todos los días—, me decía sereno. —Por eso diario me traigo un libro para no aburrirme. ¡No sé porque les dio por hacerme diputado! Desde la entrada emergían recuerdos, fotos de su amada esposa vestida de tehuana. Sus aventuras en el Istmo, e imágenes de su juventud. Su hija me dejó a solas con él. —Cualquier cosa estaré en la sala. Ahí estaba Andrés en su cama mirando al cielo. Hola Andresito ¿Cómo estás? He venido a visitarte. Andrés Henestrosa – Ayer me morí dos horas y nadie lo supo. ¿Cuándo se darán cuenta que ya no estoy aquí? Este mundo ya no me pertenece… (Besos, besos y más besos. De eso se alimentó Andrés, Andresito querido, en sus últimos días. Su alimento era un abrevadero de amor).
Marcela Magdaleno- Andrés vine a visitarte eres el último amigo vivo de mi abuelo ¿Recuerdas cuando se reunían en el Club Italiano?, vine a que me hables de tu época vasconcelista. (Su mirada reposa en las estrellas, mejillas rosas, con trabajos mueve las manos que elevan el arranque de una lucha de juventud. Casi sin voz, pero con un tono procedente del alma contesta):
AH– El vasconcelismo fue una lucha nuestra. La vivimos como la restauración de una nueva patria, hecha por jóvenes que no le temían a nada, ni a las balas. ¡Banderas que talan conciencias, banderas de libertad! (En el imaginario de un pueblo indígena vital, Andrés se reanima).
AH– Recuerdo que el que más era amigo de Germán de Campo era Mauricio Magdaleno, tu abuelo. Pobrecito de Germán se fue, pero pronto. Recuerdo ese terrible día, y la pobre mamá con el delantal teñido de sangre inocente, de su hijo amado, llorando, y nosotros junto a ella. Una gota de sangre atravesaba el ataúd y escurría hasta nuestros pies. ¡Septiembre de 1929! Antonieta Rivas Mercado nos ayudó en la sepultura. A partir de eso siempre anduvimos juntos. Los cuervos nos mandaron a decir a Mauricio y a mí: ¡Se van inmediatamente! Mauricio me dijo: ¡Vámonos porque ese desgraciado es capaz de dispararnos en el pecho! Estábamos en el mitin, junto a la policía. Allí evocamos palabras perdidas. Esa frase salió de Vasconcelos, nos las repetía una y otra vez, porque siempre nos decía: —“Si las palabras no están acompañadas de acción, son palabras perdidas”— Pero las nuestras no fueron perdidas. Éramos una generación que salvamos la patria, nos enfrentamos a unas verdaderas panteras: Valente Quintano, Banderas, López, Roberto Cruz, Palomero López, Calles, Manuel Riva Palacio presidente del P.R.D. Todos esos nos ninguneaban, nos metían al bote, nos ponían contra el suelo, cuando hablábamos de libertades, de justicia y de educación. ¡Y aún así los llamamos bandidos en su propia cara! Y a cambio de la libre expresión recibíamos garrotazos de la policía en la cabeza; y del poderío de Calles en las calles. Nosotros estábamos dispuestos a enfrentarnos al peor, al tal por cual. Así éramos. Queríamos dejar un ejemplo, aunque pierdan, aunque mueran. Queríamos dejar lo imborrable y ahí llegó en primer lugar Mauricio Magdaleno, amigo de siempre que después lo veía en las sesiones de la Academia Mexicana de la Lengua, en que soy miembro desde el 23 de octubre de 1964. Había una novela un joven ruso Vasili Rózanov que muere por un ideal, que todo el grupo leíamos apasionadamente. Todos queríamos morir sintiendo en el pecho las balas. Y el asesino en el poder. En su carota le dijimos que era un bandido a ese caudillo que le arrebató la presidencia a Vasconcelos, el maestro de las Américas.
MM – ¿Qué diferencia ves entre la generación actual y la tuya? (Desde su cama rodeado de libros y recuerdos sonríe y desde lo más hondo de su corazón con gran esfuerzo, pero colmado de ánimo contesta):
AH– No conozco ni entiendo bien a la actual. Nosotros éramos una generación inmaculada, nos enfrentábamos, decíamos verdades, leíamos, nos ayudábamos, nos organizábamos, fundábamos comités, estábamos con la reforma educativa. En los mítines vasconcelistas estábamos con el pueblo, nos daban ánimo. Así éramos. Ellos traían los mísiles, nosotros el coraje, las ideas y la libertad. Sabíamos de antemano que estábamos derrotados, pero queríamos dejar un ejemplo, una generación, que peleara contra la ignominia, contra la injusticia. Aunque la muerte estuviera de nuestro lado queríamos dejar un lugar imborrable, un verdadero ejemplo. La sangre de Germán de Campo, la del compañero obrero y el de las mujeres colegas, no se borró nunca. Es un ejemplo, cuando pasan los años siempre recordarán que un grupo de muchachos quiso cambiar la historia de México y ponerlo en el camino de la civilización, de la cultura, de las aulas, de los libros. Nosotros nunca nos conformamos con la derrota. (Después se encierra en sí mismo recordando aquellas masacres, injusticias, aquel dolor de perder a buenos compañeros. Y gira la mirada, pidiendo mi mano, para sentir la realidad a través del calor humano).
MM.- ¿Qué le recomiendas a los jóvenes de hoy?
AH– Que no olviden que fuimos una generación de jóvenes del 29 que quiso cambiar la historia de este pueblo mediante la justicia. Cada uno llevaba la ropa que iba a hacer su mortaja, su ropa fúnebre y las mujercitas que nos acompañaron. Fuimos una generación transparente por su conducta, ninguna sombra, ninguna mancha, ninguna palabra falsa. ¡Contra las balas de las dictaduras! Recomiendo que lean mucho, que estudien los fragmentos de la historia real. Que conozcan todo México, que viajen, porque nuestra patria está aureolada de misterios y secretos. Que luchen para que se cumplan los sueños de Morelos, de Hidalgo, de Vicente Guerrero. Que no olviden que hubo un Madero, un Ricardo Flores Magón, un Simón Bolívar, un Vasconcelos que regalaba libros clásicos en todas las rancherías de la nación. Que no olviden que hubo un Mauricio Magdaleno que escribió nuestra contienda, la lucha esforzada, y recomiendo que lean su libro Las Palabras Perdidas. Que por cierto no están perdidas. En el aire de México flotan metáforas. En la esquina de un jardín abandonada aún podemos oír un grito de autonomía. Caminando, nos detenemos en algún callejón abandonado, y de pronto oímos un eco, una nueva patria, el ejemplo sigue vivo. (Súbitamente guarda silencio y como si estuviera dialogando a si mismo irrumpe diciendo):
AH.- Te hablaré sobre mis leyendas. Ya es hora de inclinar los ojos en el México del pasado. Las leyendas, los dioses que dispersaron la danza, hay que regresar al México antiguo, lo que dijeron los zapotecos, mis paisajes. También evocar la música de María Grever. El mexicano siempre enfrentó sus grandes dolores cantando. Un amigo mío decía que cantando hicimos la revolución, los corridos las Adelitas. Es hora de desenterrar los milagros, las tradiciones y volver a escuchar la música de nuestras lenguas. (Baja el tono de su voz y cierra los ojos, considerando que ya es tiempo de despedirme. Abre los ojos evocando a sus amores dice).
AH.- En la época vasconcelistas teníamos muchas enamoradas, las mujeres de aquel tiempo querían acompañarnos. Estaban enamoradas de nosotros yo digo que más bien nos tenían compasión. Sabían que podíamos morir de un momento a otro. En los mítines cuando nos íbamos a Aguascalientes, Zacatecas, Veracruz, nos seguían, nos despedían, iban llorando; las mujeres, nuestras novias desconocidas. Recuerdo la tarde aquella, íbamos cargando el cadáver de los jóvenes vasconcelistas. La marcha fúnebre salía de Bellas Artes hasta Dolores y la gente detrás. Todas nuestras novias ayudando, cantando, firmes, valientes. ¡Ahí les dejamos el ejemplo para que lo repitan, y si pueden, que lo mejoren! Son nombres los nuestros, que algún día van a ser parte de la historia, de las gloriosas derrotas, del valor con que afrontamos los peligros, el coraje de pelear el valor con el que enfrentamos el peligro el coraje de pelear por un ideal. Yo viví un México pobre. Mi querido pueblo ha vivido una de las más grandes miserias. Un país que apenas tiene pan para comer no se le puede robar, no se pueden saquear las arcas públicas. Como gobernante no se puede vivir en un palacio, teniendo un pueblo de miseria. Nosotros fuimos una generación transparente en su conducta, ninguna sombra, ninguna mancha, ninguna palabra falsa. Cuando tuvimos alguna responsabilidad dimos la lección. Cuando Mauricio fue subdirector de la Secretaría de Educación Pública no se robó un centavo. Cuando yo estuve en Bellas Artes y en algunas otras cuestiones de gobierno, recuerdo que el Tesorero General, aún en función, me dijo: —Maestro usted puede venir en su coche para irnos juntos. Le dije: —“Señor yo no tengo coche” —¿Cómo? Contestó —¡No tengo, hombre! El Tesorero se admiró que no tuviera coche, pensó que era un hombre como él.
Aunque tuvimos cargos no robamos un centavo. Así es mi niña, no hay que agregar nada de lo que hemos hecho, ni agregar nada a nuestras acciones. Todo lo que quisimos lo hicimos, lo vivimos. Nosotros transformamos. El futuro de México, la juventud, esta encerrada en una caja donde les lavan el cerebro y les dicen qué hacer. Quizás por eso no tienen ese brío que nosotros tuvimos, ese arrojo, esa valentía. Mi niña espero que no sean inútiles las lágrimas, los sacrificios. Si algún día tienes sueños lucha por ellos hasta que se cumplan.