Revista Personae

«YO EL SUPREMO», DE AUGUSTO ROA BASTOS

Edición conmemorativa

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Ni el título, ni la edición de la obra que en esta ocasión comentamos son nuevos, pero resulta que el trasfondo de la creación del paraguayo Roa Bastos en gran medida se está recreando en México en los días que corren. Con motivo del centenario del nacimiento de Augusto José Antonio Roa Bastos (Asunción, Paraguay, 13 de junio de 1917-26 de abril de 2005), y a propuesta de la Academia Paraguaya de la Lengua Española, en colaboración de la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española, se sumaron a dicha celebración editando Yo el Supremo, novela que llegó a las librerías en 1974, valorada por los críticos no solo como la obra maestra del Premio Cervantes en el año 1989, sino como uno de los títulos clave de la literatura iberoamericana del siglo pasado.

 

Yo el Supremo, de Augusto Roa Bastos.

 

El escritor y guionista paraguayo calificaba su trabajo literario como “obra polémica, cuestionadora de los valores establecidos, una de esas que parecieran destinadas a producir alergias de todo tipo en los lectores”. Tanto así, como las que según contaba el ya fallecido escritor mexicano Carlos Fuentes Macías, pretendían incluirse en el proyecto editorial planteado por él mismo y por Jorge Mario Pedro Vargas Llosa, el escritor peruano —que también cuenta con la nacionalidad española—, Premio Nobel de Literatura 2010, en la Argentina del año 1962, bajo el título general de “Los Padres de la Patria.

El proyecto de Fuentes y de Vargas Llosa era muy interesante. En la Presentación del volumen de Yo el Supremo, se cuenta la historia: “Una colección de obras que conformarían un “bestiario político” en el que un selecto grupo de novelistas contribuirían escribiendo sobre los dictadores que detentaron el poder en cada uno de sus países: Alejo Carpentier se encargaría del dictador cubano Gerardo Machado; Carlos Fuentes de Antonio López de Santa Anna; José Donoso del boliviano Mariano Melgarejo; Julio Cortázar de Juan Domingo Perón; Vargas Llosa del general Sánchez Cerro; Augusto Monterroso de Anastasio Somoza; y Roa Bastos del doctor Francia”.

“No fraguó el proyecto completo de “Los Padres de la Patria”, aunque surgieron un conjunto de obras que la crítica agrupó bajo el rubro de “novelas de dictador”, cuyo germen podría encontrarse ya en el Tirano Banderas (1926) de Ramón María Del Valle-Inclán y en El señor Presidente (1946) de Miguel Ángel Asturias, en el Recurso del método (1974) de Alejo Carpentier, Yo el Supremo (1974) de Roa Bastos, el Otoño del patriarca (1975) de Gabriel García Márquez, Oficio de difuntos (1976) de Uslar Pietri o, de algo posterior, La fiesta del chivo, de Vargas Llosa”.

Todos, libros de excepción. Que sin duda “contribuyeron de forma decisiva al… resurgimiento de la novela hispanoamericana… creando una nueva valoración de lo autóctono más genuino, dotándola de un lenguaje nuevo enriquecido por el mestizaje entre el español y las lenguas indígenas, y llevando su poética narrativa hasta unos niveles difíciles de superar”.

 

Yo el Supremo, de Augusto Roa Bastos.

 

Yo el Supremo apareció en 1974 con gran repercusión más allá de Paraguay que consolidó la aportación de Roa Bastos a la literatura escrita en español tanto en América como en España. El “dictador” del paraguayo se “singularizó en el conjunto de los dictadores literarios iberoamericanos gracias al cambio de perspectiva narrativa que permite presentar al doctor Francia desde su intimidad, en la soledad de su poder —característica de todos los hombres que viven en Palacio Nacional, desde México hasta Argentina—, como intérprete de sus propios documentos (suelen decir que ellos tienen “otros datos”) y actuaciones, como juez de su propia vida y de los acontecimientos pasados y presentes, y a la vez defensor de su causa ante el juicio de los historiadores. Esta primacía de la conciencia del doctor Francia después de muerto otorga una nueva dimensión al personaje, que llega a convertirse en el verdadero “autor” de la novela que Roa no es más que el mero «compilador». Todo ello articulado en una estructura novelística de pensada complejidad, en la que a la linealidad de la sucesión secuencial se añaden frecuentes saltos temporales, así como apuntes, notas a pie de página, notas del compilador, la «Circular perpetua» o el «Cuaderno privado», de bitácora del propio Dictador».

La edición conmemorativa de la que nos ocupamos, como en el resto de los títulos de la colección dirigida por las academias de la lengua española, está acompañada por una serie de estudios monográficos y breves ensayos que enriquecen al volumen. Los autores de estos trabajos especiales son los siguientes: Darío Villanueva, Ramiro Domínguez, Beatriz Rodríguez Alcalá, Francisco Pérez-Maricevich, cuyas colaboraciones aparecen en las primeras hojas del volumen. Y lo cierran, los trabajos de Susana Santos, Esther González Palacios, Wilfredo Penco, Roberto Ferro, Antonio Carmona y Milagros Ezquerro. Completa el tomo una bibliografía básica, un índice onomástico y un glosario de voces utilizadas en la novela. Así como una cronología de los acontecimientos históricos que tuvieron lugar durante el tiempo que acota la novela.

Villanueva explica en el primer trabajo introductorio de esta edición, que el discurso que pronunció Roa Bastos al recibir el Premio Cervantes sitúa en el «núcleo generador de mi novela» precisamente el Quijote. «Su decisiva influencia consistió en «imaginar un doble del Caballero de la Triste Figura cervantino y metamorfosearlo en el Caballero Andante de lo Absoluto; es decir, un Caballero de la Triste Figura que creyese, alucinadamente, en la escritura del poder y en el poder de la escritura, y que tratara de realizar este mito de lo absoluto en la realidad de la isla Barataria que él acababa de inventar; en la simbiosis de la realidad real con la realidad simbólica, de la tradición oral y de la palabra escrita».

Pero hay una diferencia fundamental —continua Villanueva—, entre ambos protagonistas. mientras la locura de don Quijote era fruto de la sabiduría, la del Supremo Dictador paraguayo «no era sino alucinación de lo absoluto, obnubilación ególatra de la razón, cerrazón de la luz» (Roa Bastos). Un absoluto marcado por una contradicción insuperable: «la libertad como producto del despotismo, la independencia de un país bajo el férreo aparato de una dictadura perpetua» (Roa Bastos).

La novela, dice Villanueva, «ostenta en su seno un marchamo de originalidad e independencia no solo —ni siquiera preferentemente — debido a aquella neutralidad de juicio que algunos llegaron a entender de manera errónea como auténtica reivindicación del Dictador Perpetuo del Paraguay».

Por todo ello —abunda Darío Villanueva—, la novela de Roa Bastos, más allá de la reconstrucción de una era dictatorial paraguaya, es una audaz metáfora sobre las relaciones profundas entre la palabra (la escritura) y el poder, que tan pronto descubrieron en Grecia los cínicos, fundadores de la Retórica.

Como punto final a su introducción a Yo el Supremo, Villanueva cita una frase de Roa Bastos que obliga a meditar en la esencia de la escritura: «Por muchas vueltas que se les dé a las palabras, siempre se escribe la misma historia».

Ramiro Domínguez firma el segundo trabajo de Introducción a la edición conmemorativa de Yo el Supremo, y aclara, de entrada: «comencemos por destacar su desconcertante complejidad y virtuosismo literario, que, sin lugar a dudas le hacen la cifra más cabal y consumada del itinerario poético de su autor, y acaso uno de los hitos señeros en la nueva narrativa de occidente». Y, para finalizar, el estudioso cita al autor: «Mis obras son mi memoria. Mi inocencia y mi culpa. Mis errores y aciertos. ¡Pobres conciudadanos, me han leído mal!».

 

Yo el Supremo, de Augusto Roa Bastos.

 

En su turno, Beatriz Rodríguez Alcalá, sintetiza el trabajo de Roa Bastos: «En la agonía física de El Supremo la afasia representaría entonces el anonadamiento metafísico y la pena mayor, sin rescate posible, que le es infligida por haber traicionado el Poder Absoluto al haber defraudado en algún momento su fuente natural: la soberanía popular».

Cuando los hombres del poder confunden la soberanía popular con la concesión de una patente de corso que les «permite» decir y hacer casi todo, basados en millones de votos que no duran para siempre, entonces «El Supremo es juzgado por la carroña de su propio perro en una parodia que su obsesión proyecta al aguafuerte sobre la plancha, sobre la lápida que le cubre y lo separa del mundo de los vivos, de la imperecedera persona-muchedumbre, única fuente de todo poder, de toda soberanía, de toda sobrevivencia», tercia doña Beatriz Rodríguez al comentar la edición conmemorativa de Yo el Supremo, de Roa Bastos.

Este es el tiempo de leerlo o releerlo. Las 790 páginas son pocas. VALE. 

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