Revista Personae

EX LIBRIS

Filosofía para bufones.

Un paseo por la historia del pensamiento: Pedro González Calero

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Lo bueno de contar con una pequeña pero selecta biblioteca es que en cualquier momento se tiene a la mano un buen libro para leer y comentar y, sobre todo, cumplir con el objetivo básico de las obras impresas: divulgar, aunque sea un poco, la cultura que han logrado los seres humanos a lo largo de la historia. Tal y como lo ha hecho el profesor y autor español Pedro González Calero con Filosofía para bufones, donde hace suya la máxima de Epicuro: “Si quiere ser feliz, vive oculto”. Además, González Calero ha aprendido a leer —lo que sea—, simple y llanamente por gusto, sin otro propósito que gozar esa aptitud propia de los seres humanos: leer, leer y leer. Resalto esta aptitud porque algunos “intelectuales” de reciente factura, servidumbre lacaya de la Cuarta Transformación, pontifican que leer por simple gusto, llanamente no es admisible. Estupidez supina a la altura de los morenistas que por el momento están en el poder en este país digno de mejor suerte. El subtítulo del volumen que hoy nos ocupa aclara el objetivo de esta colaboración: “Un paseo por la historia del pensamiento a través de las anécdotas de los grandes filósofos”. Además, la obra del profesor Calero va por senderos que no siempre se recorren: la filosofía y el humor, quizás por eso este delicioso trabajo —cuya primera edición apareció en 2007–, ya supera las diez ediciones. Un libro delicioso.

 

Filosofía para bufones

 

Como todo mundo sabe, o casi, la filosofía no es materia popular, sino todo lo contrario. Más cuando los que la escriben lo hacen “en difícil”. Pero, no todos los filósofos actúan así. Por ejemplo, cuando alguien le preguntó a Bertrand Russell por qué nunca había escrito sobre estética, éste respondió: “Porque no sé nada de estética, aunque reconozco que no es una buena excusa, porque mis amigos dicen que mi ignorancia nunca me ha impedido escribir sobre otros temas”. Algo semejante sucede con muchos que desde hace años creemos que escribir es andar en tierra quemada, donde cualquiera hace lo que le viene en gana. Los hay que además de tener éxito en la política —y llegar a Presidente de un país presupone un gran triunfo—, presumen de haber “escrito” decenas de libros, lo que no deja de ser una insolencia, sino además no tener respeto por la palabra escrita. Eso es un abuso imperdonable. Para colmo, se jactan de que el pago de regalías, por su último libro, les permite vivir como “reyes” en un Palacio Nacional. Como dicen los muy respetables gallegos respecto a las meigas (brujas, hechiceras: chuchonas o chupadoras), “de haberlas, haylas”. Simple remedo de “tomen para que aprendan”, como si se ignorara como se “venden” los escritos de los altos funcionarios cuando tienen el poder en las manos. Adolfo Hitler también cobró sus regalías por Mein Kampf (Mi lucha), cuando las autoridades civiles debían entregar un ejemplar del libro a todas las parejas que contraían matrimonio. Millones de alemanes se unieron en matrimonio durante el fallido Tercer Reich. Simple breviario cultural. A otros tontos con esas bolas ensalivadas.

Al toro. Don Pedro González Calero prologa su libro en el mejor de los tonos: “Cuenta la leyenda que Crisipio (de Solos), uno de los filósofos (griegos) más importante del estoicismo antiguo, apasionado de la lógica, pero también del humor, murió de un ataque de risa al ver a un asno comerse unos higos, echar unos tragos de vino y, tras ello, tambalearse como un borracho”…”En honor a Crisipio —agrega González— y a otros filósofos bienhumorados, este libro trata de rescatar las muestras de humor que nos ha dejado la historia de la filosofía, pero también las bromas de que han sido objeto los filósofos y sus ideas (tal vez burlarse de la filosofía también sea, como dijo —Blaise— Pascal, hacer filosofía)”. 

Abunda el autor: “Muchas de estas bromas y anécdotas fueron reales, pero otras han sido inventadas en algún momento de nuestra tradición cultural y desde entonces es difícil separarlas de la imagen que proyectan los filósofos a los que fueron atribuidas. De todos modos, el autor de este libro no inventa nada… Aunque no creo que se pueda decir que ésta sea una obra seria de filosofía, como la que (Ludwig Josef Johann) Wittgenstein creía que podía escribirse a base de chistes… Ciertamente, la filosofía no es una disciplina pródiga en humor. A no ser que uno piense, como Bertrand Russell, que “todo acto de inteligencia es un acto de humor”… “Por lo demás, al autor de Así habló Zaratustra le encantaban las bromas… Recordemos quien en sus últimos días se le ocurrían bromas como convocar a un congreso ficticio de casas reales europeas, con “una proclama para aniquilar a la casa Hohenzollern, esa raza de criminales e idiotas escarlata”.

Y González Calero entresaca ejemplos de humor de los filósofos antiguos, orientales, medievales, modernos y contemporáneos. Y empieza con Tales de Mileto, “quien pasa por ser el primer filósofo de la historia, y a quien se atribuye haber dicho que todo procede del agua y que ése es el elemento común a todas las cosas, sostenía también que no había verdadera diferencia entre la vida y la muerte. A propósito de esto, alguien le preguntó: —Y si no hay diferencia, ¿por qué no te mueres? —Por eso mismo —contestó Tales—, porque no hay diferencia”

“Desde el principio, los filósofos tuvieron fama de despistados, tal como sugiere una de las anécdotas más famosas de la historia de la filosofía. Según cuenta Platón en el Teeteto, andaba Tales en cierta ocasión observando los astros cuando fue a caer en un pozo. Una graciosa criada tracia que presenció la escena se burló de él diciéndole: —¿Qué quieres ver en el cielo si no eres capaz de ver el suelo que pisas?

“Un oráculo era para los griegos el santuario donde se practicaba la adivinación. Pero los griegos también llamaban oráculo a la respuesta que daba el dios cuando era preguntado por algún visitante del santuario… De todos los oráculos griegos, el de Delfos fue el que más prestigio llegó a alcanzar. A él acudían quienes querían pedir consejo a los dioses o conocer algún dato del futuro. Cuando Querofonte, amigo personal de Sócrates, preguntó al oráculo de Delfos quién era el hombre más sabio, la pitonisa a respondió que Sócrates… Al ser informado Sócrates de las palabras del oráculo, comentó la sentencia diciendo que su sabiduría consistía en reconocer que nada sabía, mientras que sus conciudadanos creían saber lo que en realidad no sabían”.

“Cuando un alfarero consultó a Sócrates sobre qué hacer, si casarse o permanecer soltero, Sócrates le aconsejó:

—Hagas lo que hagas, te arrepentirás”.

“Paseando por los mercados atiborrados de mercancías, Sócrates solía decir: —¡Hay que ver la cantidad de cosas…que no necesito!”.

Filosofía oriental, aplicable para el momento: “Chung Tzu cuenta que había una vez un hombre que tenía miedo de su sombra y que renegaba de sus huellas; quiso huir de ellas, pero cuanto más corría, más huella iba dejando, y por mucho que corriera su sombra no se separaba de él; entonces, creyendo que el problema estaba en que no corría lo bastante de prisa, corrió lo más velozmente que pudo y no paró de correr hasta que murió agotado. Aquel hombre ignoraba que poniéndose a la sombra, la sombra desaparece, y que permaneciendo en quietud no se dejan huellas”.  Al respecto, las pistas sobran.

Filosofía medieval para los días que corren. “Según San Agustín (de Hipona), no hay tiempo donde no hay mundo, pues sin mundo no hay cambio, y sin cambio no hay tiempo. Por tanto, no pudo pasar un tiempo determinado antes de que Dios creara el mundo, sino que el tiempo y el mundo sólo pueden haber surgido a la vez…De ahí que, según San Agustín, carezca de sentido preguntarse qué hacía Dios antes de crear el mundo, tal y como ocurría en un chiste de la época, por mucho que la respuesta del bromista fuera: —Antes de la creación del mundo, Dios estaba perpetrando el infierno para quienes hacen ese tipo de preguntas”.

Y, “San Agustín propugnaba en sus obras de madurez la castidad y el recogimiento, pero él mismo llevó durante sus años de juventud una vida bastante disoluta. En sus Confesiones reconoce que de joven recitaba esta plegaria: “Señor, concédeme castidad y continencia, pero todavía no”.

 

 

En la tierra de los ciegos, el tuerto es rey. (Baruch de) “Spinoza había sostenido que el mundo existe por necesidad. (Gottfried Wilhelm) Leibnitz, sin embargo, afirmará que nuestro mundo no es necesario, sino uno de los muchos mundos posibles concebidos por Dios. ¿Pero por qué existe entonces este mundo y no otro? Según Leibniz, en el momento de la creación Dios eligió el mejor de entre todos los mundos posibles. Por eso nuestro mundo no es perfecto, pero sí es el mejor universo posible. Con ello, Leibniz intentaba justificar la existencia del mal en el mundo (este optimismo sería parodiado unos años después por Voltaire (François-Marie Arouet, llamado…) en su célebre Cándide, un relato en el que uno de los protagonistas, Pánfilos, intenta explicar todos los sufrimientos que él y sus compañeros de infortunio padecen apelando a los principios filosóficos de Leibniz. Pero, en medio de tanta desventura, la lección de Pangloss no resulta muy convincente. Si éste es el mejor de los mundos posibles —, viene a decir Voltaire—, ¡cómo serán los otros!”.

“Esta teoría de Leibniz recuerda a una leyenda popular que circula por Europa. En ella se cuenta que un teólogo ensalzaba desde el púlpito las bondades de la obra de Dios y que, al acabar su sermón, un jorobado se acercó a él y le dijo: —Si Dios lo hace todo tan bien como usted dice, ¿cómo se explica lo mío?  —-y al decirle esto, el hombre arrimó ostensiblemente su joroba al teólogo.

“El teólogo, que debía conocer la teoría de Leibniz, respondió: —¿De qué se queja buen hombre? Si está usted muy bien…para ser un jorobado”.

Y, a la memoria de Enrique González Pedrero —el maestro de Ciencias Políticas que se esforzó por que algunos de sus alumnos entendieran la “dialéctica” de Georg Wilhelm Friedrich Hegel, la “conciencia de la modernidad”. —“La dificultad para entender el pensamiento de Hegel es proverbial. En el Prólogo a la Fenomenología del Espíritu escribió, entre otras cosas igual o más difíciles de entender: “Sólo lo espiritual es lo real; es la esencia o el ser en sí, lo que se mantiene y lo determinado —el ser otro y el ser para sí—, y lo que permanece en sí mismo en esta determinabilidad o en su ser fuera de sí o es en y para sí. Pero este ser en y para si es primeramente para nosotros en sí, es la sustancia espiritual”.

“Para mí, sin comentarios; para sí, no sé”.

“De la supuesta sabiduría de Hegel dijo (Arthur) Schopenhauer que no era más que una payasada filosófica, un galimatías repugnante, un oscuro encadenamiento de insensateces y disparates que a menudo recuerda a los delirios de los enajenados. En su Parerga y Paralipómena escribió:

“Si se quiere embrutecer adrede a un joven y hacerle incapaz de toda idea, no hay medio más eficaz que el asiduo estudio de las obras originales de Hegel, porque esa monstruosa acumulación de palabras que chocan y se contradicen de manera que el espíritu se atormenta inútilmente en pensar algo al leerlas, hasta que cansado decae, aniquilan en él paulatinamente la facultad de pensar tan radicalmente, que desde entonces tienen para él el valor de pensamientos las flores retóricas insulsas y vacías de sentido…si alguna vez un preceptor temiera que su pupilo se hiciera demasiado listo para sus planes, podría evitar esa desgracia con el estudio asiduo de la filosofía de Hegel”.

“Como decía (Friedrich Wilhelm Joseph) Schelling (él mismo, por cierto, bastante oscuro) a propósito de la oscuridad reinante en la filosofía de su época: “En filosofía, el grado en que uno se apartaba de lo inteligible casi se convirtió en la medida de su maestría”. Lo gracioso de estos filósofos decía (Christian Johann Heinrich) Heine, es que encima se quejan de no ser comprendidos. Según se cuenta, las últimas palabras de Hegel fueron: “Hubo uno que me entendió y ni siquiera ése me entendió”.

“Pero hay una parodia de esta leyenda, que parece aludir a (Karl) Marx (pues Marx asumió la dialéctica hegeliana, pero dándole un rumbo materialista que Hegel nunca habría aprobado), según la cual las palabras de Hegel deberían haber sido estas otras: —Hubo uno que me entendió y a ese no lo entendí yo”.

Creo que no habría de desmentirlo. VALE.

CULTURA

Núm. 293 – Abril 2024