SOLITUD CON COMPAÑÍA
- MISCELÁNEO
- Karla Aparicio
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La vida está llena de matices, y uno de los más bellos es la convivencia en grupos. Compartir momentos con otras personas nos enriquece de maneras que a menudo no imaginamos. Pero ¿qué pasa con esos momentos de soledad que también son parte de nuestra experiencia? Los dos aspectos se complementan en nuestra búsqueda de bienestar.
Conexiones que Nutren el Alma
La convivencia en grupo ya sea en familia, con amigos o en comunidades, tiene un poder transformador. Nos brinda la oportunidad de crear lazos, compartir experiencias y disfrutar de la calidez humana. Es en estos encuentros en donde encontramos risas, apoyo y un sentido de pertenencia que nos recuerda que no estamos solos en este viaje de la vida.
Cada momento compartido nos ayuda a crecer emocionalmente. Los distintos puntos de vista y experiencias de los demás nos hacen más comprensivos y, sobre todo, más empáticos. Nos enseñan a valorar lo que cada uno de nosotros aporta a la mesa, creando un hermoso mosaico de relaciones que enriquecen nuestras vidas.
La soledad es peligrosa, es adictiva
No obstante, es fundamental hablar de la soledad y “la solitud”, dos conceptos que a menudo se confunden. La soledad puede ser una experiencia dolorosa, donde a menudo nos sentimos aislados y anhelamos la compañía de otros. En contraste, la solitud es una elección consciente de estar a solas y disfrutar de ese espacio. Disfrutar de momentos a solas es un regalo que nos permite crecer y encontrar paz interior.
A veces, la soledad se convierte en una sensación peligrosa, como bien describe Carl Jung.
La solitud es tremendamente bella, porque es hermosamente libre
Hace unos días experimenté esto al alejarme de la vida social, sintiendo que el refugio en la solitud se tornaba cada vez más cómodo. Descubrí una paz mental abrumadora, donde podía sumergirme en mis “piensos” sin distracciones. Me motivó a conocerme mejor y a reflexionar sobre mis sentimientos. Me llevó a explorar la imaginación y nuevas ideas: fueron días sin estrés en los que viví unos momentos de calma que solo me llevaban a un bienestar y relajación. Disfruté tanto de mi propia compañía y me ayudó a enfocarme en mis objetivos. Fue realmente un remanso de paz. Sin embargo, en medio de esa tranquilidad, comencé a sentir un vacío cada vez más profundo, una desconexión con el mundo exterior que me llenó de inquietud. Fue ahí cuando me di cuenta de que estaba experimentando soledad.
Recuerdo un momento en particular en el que me di cuenta de cuánto me estaba aislando. Un día, al mirar por la ventana y observar las risas y el bullicio de la vida cotidiana, sentí un nudo en el estómago. La paz que había encontrado en la soledad comenzó a desvanecerse, revelando un miedo a perderme lo que estaba sucediendo a mi alrededor. Fue entonces cuando decidí que era tiempo de retomar el contacto con el mundo.
Un renacer a través del movimiento
Mi primer paso hacia el contacto exterior y la vida social fue asistir a una clase de baile en casa de mi vecina. Al llegar, experimenté una mezcla de nerviosismo y emoción. Pero a medida que la música comenzó a sonar, y los ritmos llenaron el salón, algo cambió dentro de mí. Sentí cómo cada nota me invitaba a moverme, a dejar atrás mis preocupaciones y a volver a sentirme en comunidad.
Mientras bailaba, me dejé llevar por el ritmo y la energía a mi alrededor. Las sonrisas, las palmas, el apoyo implícito de quienes compartían ese momento conmigo me hicieron recordar la belleza de la conexión humana. Cada paso y giro se convirtieron en una celebración de la vida, donde el aire fresco acariciaba mi piel y la música resonaba en mi corazón. Estar rodeada de personas que compartían el mismo entusiasmo me revitalizó, fortaleciendo en mí la certeza de que hay una magia especial en la convivencia.
Al salir de aquella clase, mi alma estaba llena de alegría y gratitud. Me di cuenta de que esa experiencia, el contacto grupal y la risa compartida son vitamina para la vida.
El equilibrio ideal
Si me preguntan si prefiero la soledad o la compañía, me doy cuenta de que ambas experiencias son igualmente valiosas. La soledad positiva, esa solitud donde somos capaces de escuchar nuestra voz interior, nos brinda la oportunidad de conocernos mejor y aprovechar nuestros recursos internos. Pero la vida también nos necesita en comunidad, donde encontramos apoyo, amor y una conexión genuina con los demás.
En este camino hacia el equilibrio, es esencial escuchar nuestras necesidades. Hay momentos en que podemos disfrutar del silencio y la tranquilidad, y otros en que anhelamos la risa y la compañía. La clave está en encontrar ese balance que nos permita ser solitarios conscientes, disfrutando de nuestra propia compañía y al mismo tiempo, abriendo nuestro corazón a los demás.
La soledad no es necesariamente enemiga del compañerismo, pues nadie es más sensible al compañerismo que un hombre solitario. Carl G. Jung.
En la danza de la vida, tanto la soledad como la compañía son pasos importantes. Aprendemos a ser mitad solitarios, mitad comunitarios, y en este flujo encontramos lo mejor de nosotros mismos. Al final, lo que realmente importa es cultivar un espacio donde seamos capaces de disfrutar de nuestras propias reflexiones y, al mismo tiempo, abrirnos a las conexiones que nos llenan de alegría. Así que, celebremos la riqueza de convivir en grupo y ser empáticos y también la dulce paz de la solitud. Cada momento, ya sea en compañía o en soledad, es una oportunidad para crecer y conocer un poco más sobre nosotros mismos y el mundo que nos rodea.
¡La vida es hermosa en su diversidad, y todos somos uno!
Con KAriño
Karla Aparicio
MISCELÁNEO

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