Revista Personae

2022 NACE INTOXICADO

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Con el fracaso a cuestas de Estados y organismos internacionales, inicia 2022 en un mundo extrapolado y deprimido. En medio del caos pandémico, los ricos ahora son más ricos y se abrieron un camino próspero para la mayor acumulación de sus ganancias. Los pobres se multiplican por minuto y cada vez son más pobres, aún en los países industrializados. Un virus de familia conocida –influenza– que ha coexistido por un siglo con la humanidad en múltiples formas, mutaciones para ser correctos, que le permiten adaptarse y burlar el trabajo científico y las prácticas empíricas que buscan erradicarlo, de nueva cuenta los pone en ridículo y atiza el desorden mundial, agita las aguas de las que habrán de sacar provecho los grandes pescadores, sólo ellos.

           

El apetito letal de la partícula que actúa como un parásito, puesto que sólo se puede multiplicar adherida a las células vivas de los organismos, es insaciable. Su respuesta a las fórmulas bioquímicas que lo debilitan, pero que no logran erradicarlo, es su capacidad de mutar. Así lo ha determinado la ciencia. En realidad, es eso, un mutante que evoluciona con mucha más rapidez que los organismos vivos y, en este caso, que los humanos. Y eso lo convierte en un cómplice perfecto para las desgracias sociales, económicas y políticas de la sociedad mundial, acentuándose las tragedias en los países que tienen menos recursos, herramientas y posibilidades estructurales y superestructurales, para enfrentar emergencias sanitarias que de facto los someten per se a las disposiciones de las naciones industrializadas en cuanto a las estrategias, alquimia político-social y económica que éstas disponen para enfrentar la emergencia global.

 

2022 nace intoxicado

 

No queda claro el porqué de la incapacidad de los países desarrollados para enfrentar una contingencia anunciada, tienen el dinero, los más grandes avances científicos y tecnológicos para enfrentar y explicar la evolución y transformación de la sociedad, ellos la determinan y saben perfectamente bien que la explotación irracional de los recursos naturales necesariamente resulta en desequilibrios de la naturaleza por sus acciones depredadoras. Pero a eso le llaman externalidades del desarrollo, como si fuera una consecuencia simple que se debe aceptar sin mayor reflexión, como el resultado de un proceso reproductivo de la especie humana. Con ello pretenden ocultar las consecuencias de la depredación de selvas y bosques, la extracción de combustibles fósiles y todo tipo de materiales del subsuelo; la ciencia lo ha comprobado que altera el hábitat de los organismos vivos, que de manera natural buscarán subsistir como especie al ser desplazados de sus propios espacios por la acción depredadora de las empresas que explotan esa geografía antes intocable, para extraer sus riquezas. La biología determina que esos organismos vivos, lucharán, por decirlo coloquialmente, con las especies endémicas para consolidarse en los espacios a los que fueron obligados a invadir por la insensata ambición de los saqueadores de la naturaleza.

 

El sentido común lleva a considerar que las naciones que acumulan la riqueza que extraen de los recursos naturales y concentran el desarrollo tecnológico del que se sirven para estos fines, en ese grado de evolución, no tendrían porqué entrar en pánico, ni soltarle las riendas al caos que estresa la economía, quiebra la estabilidad cotidiana de la sociedad y libera los demonios de la política: ámbitos en que los protagonistas que los lideran se llevan los mejores dividendos, sin importar el costo social y las vidas humanas que por ello se paga.

 

Eso remite a pensar en la lógica del imperio de la ganancia, de la utilidad, del negocio. Y en ese terreno no hay empresas malas o buenas, desde su óptica, respecto a sus acciones de explotación: sólo existen empresas exitosas o ineficientes, medidas por el nivel de riqueza que logran acumular, nunca por el grado depredador que ejercen en la naturaleza.

 

En ese tránsito de las emergencias pandémicas no cambia la filosofía empresarial: primero la ganancia, después la suerte que puede correr la sociedad, la masa, que es el verdadero soporte de la riqueza que acumulan. Y desde el púlpito los gigantes que imponen las reglas para el enriquecimiento particular dictan homilías que deben adecuar los Estados y gobiernos a sus respectivas realidades, traducirlas al vulgo para impregnarlas en la conciencia de sus gobernados, a fin de que donen su aceptación impensada, irreflexiva.

 

Y en ese tránsito, hoy una vacuna es eficaz. Mañana, otra es mejor. En algún momento todas fracasan, y se necesita una nueva. Los fabricantes de éstas, las ganancias ya las acumularon, pero hacen falta más utilidades, éstas, también, son insaciables. El campo es fértil para lograrlo, porque liberaron un mutante que así lo permite, sin necesidad de gran esfuerzo. La amenaza que representa para la vida humana quedó implícita en una cuarentena que la sociedad global no resistió, ni respetó, quizás porque fue ponderada como encierro, aislamiento, confinamiento; situaciones que aterran la conciencia del individuo y de la sociedad misma. Son situaciones en las que nadie quiere estar, ni aún, cuando existe delito que castigar.

 

2022 nace intoxicado

 

Pero el virus sigue ahí, latente, sin importar las decisiones colectivas para enfrentarlo en la lógica de la masa en la que sobrevivirán los más fuertes, muchos o pocos, eso no importa. Finalmente, la muerte llega cuando tiene que llegar, y no hay forma de escaparse de ella: es el pensamiento que mueve a la muchedumbre. Ahí ya no tienen cabida las erráticas decisiones y disposiciones de los gobiernos, unos aíslan sus territorios e intentan medidas restrictivas poco eficientes en las que prevalece el interés del mercado: cerrar las puertas de las habitaciones, pero sin que deje de fluir la producción y el intercambio de valor que de ella se obtiene.

Otros desestiman la emergencia sanitaria y exhiben su profunda ignorancia para enfrentar crisis pandémicas, eliminan los protocolos que podrían salvar vidas y dan vuelo libre a la producción y el intercambio de valor, los mercados permanecen abiertos y eso es el mayor botín político que pueden obtener en las situaciones de conflicto.

 

La masa poco importa en ambos casos. La masa ignora ese contexto. Tampoco hay gobiernos malos o gobiernos buenos, como los ven los políticos. Existen los ineficientes y repudiados por segmentos sociales no afines a ellos, y los eficientes, queridos, también, sólo por fracciones de la masa. Pero, en ambos casos prevalecen los intereses de los grupos en el poder político y económico cuyo objetivo es mantenerse en la cresta del dominio, en la supremacía, desde donde puedan continuar con su existencia parasitaria de las riquezas naturales y el sometimiento de la sociedad, para nutrir sus arcas económicas y políticas.

Y en esto el virus altamente mutante, irreconciliable con la humanidad, es el centro de los reflectores, todos lo ven, pero nadie lo entiende, o por lo menos eso deja sentir la comunidad mundial de expertos y científicos en sus parcos comunicados y dislates en la difusión que se hace de los embates del patógeno. Hoy le llaman Ómicron, antes Coronavirus, anteriormente Influenza: una familia letal que activa negocios de inmensas ganancias.

POLÍTICA

Núm. 300 – Noviembre 2024