CARRERA DEL MÁS FUERTE, LA MASA SOCIAL VS. COVID-19
- REPORTE POLÍTICO
- noviembre 2021
- Juan Danell
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–Dos de frijol… uno de mole verde… uno de chicharrón… ¡Aaaaahhhh, qué delicia! Los rostros no mienten, expresan el disfrute de este alimento callejero, tacos de canasta, muy de la Ciudad de México que “llenan la panza por 50 pesos, incluido el refresco, y aguantan para todo el día”, y que el comensal adereza de propia mano con salsas picosas o chiles encurtidos. Los clientes, apilados en torno a los recipientes, están sin cubrebocas, por supuesto, sino ¿cómo comen? El despachador, apoyado en el cuadro de su bicicleta en la que lleva la canasta con las viandas, que bien pudiera considerarse un foodtruck (elegante forma para decir vendedor ambulante) a baja escala, pero que funciona de la misma forma; lo lleva debajo de la nariz porque “está cabrón aguantarlo (de la manera correcta) todo el día”, afirma.
Están al aire libre, sobre la banqueta en una esquina bien transitada (generalmente esa ubicación es la mejor para este negocio de subsistencia), una de tantas de la gran ciudad, para captar ventas por el paso continuo de empleados, trabajadores o simples transeúntes, que sin mayores preámbulos y con los protocolos sanitarios sujetos a su manera de ver la vida y obtusa interpretación de la pandemia, se incorporan a la llamada nueva normalidad con la acostumbrada conducta y comportamiento anteriores a la pandemia; matizados por uso de cubrebocas y el lavado de manos constante, de la sana distancia de metro y medio, ni hablar. En la vorágine de esta vida cotidiana citadina no hay espacio para eso.
–¿El caballero desea ordenar?
–Voy a querer aguachile verde de camarón, tostadas de pulpo y…
Previamente le sirvieron cerveza con limón y hielo en un tarro escarchado con abundante sal. El mesero uniformado con los colores distintivos del negocio y relamido el cabello con algún aditivo para fijarlo durante largas jornadas, lleva el cubrebocas rubricado con el logotipo del lugar, ajustado bajo la nariz, pero eso sí, bien ensayados los diálogos que amenicen y den confianza y confort al comensal que no trae cubrebocas y disfruta de su bebida acompañado por otras tres personas, en un espacio de quizás 50 metros cuadrados con cupo para ocho mesas para cuatro personas cada una: todas ocupadas. En su expresión se percibe el confort de considerar que ha elegido un lugar que en plena pandemia considera seguro para comer, libre del patógeno que acecha a la comunidad mundial.
El restaurante invade improvisadamente un pasaje peatonal abierto, que en el centro tiene una espléndida fuente lineal de chorros medianos que brotan del piso y en el que, en horas que anuncian el mediodía, algunos parroquianos llevan a sus perros a jugar y refrescarse con las aguas recicladas de los borbotones, en tanto los dueños de las mascotas conversan con la libertad de no cubrirse nariz y boca, para escucharse mejor y verse a plenitud como preludio de nuevas amistades que ‘reestablezcan’ la ansiada normalidad de la vida social presencial, el contacto físico grupal entre las personas. El comportamiento de manada racional.
Los tianguis, estos mercados callejeros que ofertan todo tipo de alimentos, peregrinan por la ciudad con sus espacios atiborrados de consumidores, algunos con cubrebocas y otros con el rostro al aire libre sin la más mínima sana distancia. Lo mismo sucede en las plazas comerciales y los festejos grupales en los llamados antros, bares y cantinas.
Es el ir y venir de la cotidiana actividad en la megalópolis, una de las más grandes del mundo, los días con sus horas delimitadas por las jornadas habituales de sus millones de habitantes, caminan del brazo lo mismo de la chacota, que la angustia o la necesidad por llegar a sus destinos de trabajo o de regreso a sus hogares, y con ellas, quizás, el miedo o la apatía hermanadas, tal vez, frente a posibles contagios por el virus.
Se entrelazan en el escepticismo frente a la COVID-19, que en 21 meses y hasta ahora ha logrado burlarse de científicos y gobernantes: muta con gran facilidad y se adapta a las nuevas circunstancias para cobrar vidas de esa masa humana ¿Insensata? ¿Necesitada? ¿Inconsciente? O que simplemente actúa por sentido común, ante una pandemia indomable que no cede y sigue por aquí y por allá en el rodaje de una realidad apresurada y diferente que exige cambios de roles de vida, de hábitos y costumbres.
Ese tránsito abundante y desparpajado de la muchedumbre parece ignorar o simplemente desestimar las cifras diarias de contagios y muertes por el letal microbio, que en las estadísticas nacionales de México promedian más de 500 decesos diarios y diez mil contagiados. Las mismas cifras del mismo mes de 2020 en que el pánico alimentado por los medios de comunicación y las redes sociales fue el rezo de cada día y mantenía a las personas agazapadas en sus hogares. Hoy las masas humanas se adaptan con gran velocidad a las nuevas circunstancias, compiten contra el virus en esa carrera.
La masa social escribe sus propias reglas ante la ausencia e incapacidad de los gobiernos para hacerle frente a la emergencia mundial de salud. Una parte de ella, quizás la más pequeña, la que se mantiene informada de las estadísticas de la pandemia, respalda su nueva vida social en las estadísticas difundidas oficialmente que le dictan que en México menos de 3% de la población total se han contagiado con el virus, y de ellas poco menos de 9% han muerto, aunque en los números oficiales los contagios acumulados en México, después de más de año y medio, representan alrededor de 2.7% y las defunciones significan 0.21 por ciento (al cierre de este texto).
La otra parte, sencillamente, se rige por la necesidad de salir para conseguir el sustento que le permita sobrevivir con o sin pandemia en un sistema en el que, si no trabaja, no percibe ingresos, aunque sean una miseria, para cubrir sus necesidades muy elementales en el caso de 70 por ciento de la población, e ignora u omite las estadísticas pandémicas.
Así, los días transcurren por calles y avenidas de barrios bulliciosos y colonias de endeble pompa. En ellos transitan a pie las masas sin distingo de clases sociales, o si acaso diferenciadas por las zonas geográficas de la urbe de los pobres y la clase media: los ricos y muy ricos, se mueven en otras esferas.
El común denominador para las sociedades, aún de los países industrializados, es romper con el aislamiento que las llevó a potenciar enfermedades psicológicas como ansiedad, estrés y paranoia, y las empujó a incrementar los suicidios y la violencia intrafamiliar. La intolerancia en los hogares por el confinamiento es campo fértil para la ruptura de las familias y ello conlleva una problemática social mayor, que se expresa en la violencia y atiza la inseguridad e ingobernabilidad.
Hoy la muchedumbre va inmersa en ese transitar nutrido, ansioso, apresurado, por rescatar su libre movilidad y satisfacer su necesidad de socializar, la que sentía antes de la pandemia, ajena a las disposiciones oficiales y recomendaciones protocolarias de salud pública. Ve incentivos para hacerlo en la vacunación contra el virus y la información que empieza a circular sobre los avances de la fabricación de medicamentos curativos, sin importarle si esto es una mera estrategia del capital mundial para fortalecer la industria farmacéutica y sus grupos de empresas a costa de las vidas humanas.
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