HASTA SIEMPRE QUERIDÍSIMO SERRAT
- SEXUALIDAD
- junio 2022
- Miguel Ángel Romero Miranda
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Ayer fuimos Kukis y yo a ver la despedida de la Ciudad de México, del siempre admirado Joan Manuel Serrat; al parecer la edad y las condiciones de su salud le impiden realizar giras musicales que deben ser realmente agotadoras. Nos enteramos tarde de la presentación del cantautor catalán y sólo encontramos lugares en la zona más alta del Auditorio Nacional, tres filas antes de la última fila. El evento estaba programado para iniciar a las 20:30 h. Empezó media hora después. El Auditorio estaba completamente lleno, pocas veces lo he visto así, a toda su capacidad. El público era en su mayoría gente de la tercera edad, en correspondencia con el artista. Se sentía la nostalgia, íbamos a despedir a un acompañante permanente en nuestras vidas. A darle las gracias por sus canciones, por los poemas que musicalizó, por tantas historias que nos contó, por su congruencia en la vida.
Desde que salió al escenario lo recibimos con una ovación estruendosa y prolongada. Me imagino lo que sentía un hombre cercano a los 80 años y ver a diez mil personas de pie rindiendo tributo y un total reconocimiento a su larga carrera y a su profesionalismo.
Los comentarios de las personas que estábamos cercanas decían que era un día para llorar, para recordar cada quien su canción favorita, cada quien su situación personal, cada quien sus emociones.
Pero la circunstancia invitaba, cuando menos a mí, a evocar recuerdos tristes, nostálgicos. Recordé amigos y familiares muertos, enfermos, a otros que pasan por una situación difícil. Amigos que hace mucho tiempo no veo. Por eso, la gran mayoría de las canciones o las emotivas y largas conversaciones de Joan Manuel me provocaron llanto. Un llanto silencioso, nada estridente, un llanto que no dolía, que aliviaba. El cubrebocas fue muy útil para poder llorar sin que nadie lo notara. Había llanto, mucho llanto, pero todo en silencio. Era producto de los recuerdos que a cada uno le provocaba la actuación del catalán. Vimos a un Serrat elegante, siempre lo fue, con una vestimenta sencilla, playera y saco, pantalón de casimir. Erguido como siempre, con un caminar de espalda recta que ya quisiéramos quienes tenemos mucho menos edad que él.
Lo habíamos vistos tres ocasiones anteriores y a Kukis y a mi nos parecía que iba perdiendo la voz. Sobre todo, en la presentación que realizó en Bellas Artes, pero también en la que hizo con Joaquín Sabina, a quien se le veía un poco más entero.
Pero no, por momentos la voz de Serrat alcanzó notas tan altas que parecía el mismo de hace quince, veinte o más años. Cantó por más de dos horas y media. Fue generoso con su público, montó una presentación para la gente y no para él. Escuché todas las canciones que esperaba oír, no faltó ninguna. Hubo dos o tres que no conocía, pero lo más importante es el sentimiento con que cantaba ese querido hijo de la madre patria, y la reacción que teníamos en el público, todo era emoción, entrega, pasión por su música, agradecimiento, algo indescriptible. El final fue lo más difícil. El público no lo dejaba ir, él no quería irse. Por eso regresó tres veces al escenario y cantó, cantó, cantó, y conversó como pocas veces lo había hecho. Lo más emotivo fue cuando narró su larga estancia en México, a quiénes conoció, con quiénes convivió, su agradecimiento especial a la hospitalidad de la familia Taibo, las reuniones con los intelectuales que solían visitar esa casa tan afamada por su hospitalidad y generosidad con los visitantes. No hizo alarde de nada de su vida personal. Sólo de pasada mencionó su asilo político en nuestro país. No habló mal de nadie. Pero muy bien de muchos. Se fue, no lo volveremos a ver en persona, pero tuvimos una despedida sensacional, hasta siempre queridísimo Serrat.
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