TARDÓ 33 AÑOS, AHORA CASI SE EJECUTA LA
FATUA EN CONTRA DE SALMAN RUSHDIE
- EXLIBRIS
- septiembre 2022
- Bernardo González
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Aunque los tiempos que corren en México y en el resto del mundo no son precisamente pacíficos, preocupa que en este país casi pasó inadvertido el horroroso atentado en contra del escritor originario de la India, y actualmente nacionalizado británico y estadounidense, Ahmed Salman Rushdie, autor del libro Los versos satánicos —por cuya autoría el fanático ayatolá de Irán, Ruhollah Musavi Jomeini, en 1989 dictó una fatua (fatwa) pidiendo la muerte del escritor, porque consideró que su novela escrita en inglés The Satanic Verses (Los versos satánicos, en español, y en italiano I versi satanici) era una blasfemia contra el profeta Mahoma y el Corán. La condena del religioso iraní inauguró una época de censura religiosa que se mantiene hasta el momento. El libro apareció un año antes de ser condenado por el régimen iraní, que prohibió su circulación en el país. Asimismo, se ofreció una recompensa “oficial” de más de tres millones de dólares para cualquiera que lo asesinara.
Otros nombres se han agregado a la lista de los “blasfemos” a los que el fundamentalismo ha querido silenciar. Como el del egipcio Naguib Mahfuz, único escritor árabe que hasta el momento ha recibido el Premio Nobel de Literatura. Ahora, el atentado da pie para que algunos escritores franceses, como Bernard-Henri Lévy pidan que el máximo galardón literario se entregue a Rushdie: “No puedo imaginar a ningún otro escritor que tenga la audacia, hoy en día, de merecerlo más que él. La campaña empieza ahora”, reflexiona Lévy, el mediático filósofo y autor francés, en el semanario Le Journal du Dimanche.
Tal parece que México ya perdió su capacidad de asombro e indignación apabullado por las miles de muertes que la delincuencia —organizada o no—, causa cotidianamente desde hace varios años. Los ríos de sangre que corren en el país apagan la protesta que la sociedad mexicana debería demostrar frente a actos criminales como el que acaba de sufrir Salman Rushdie, dedicado a escribir libros, dictar conferencias, es decir ser ejemplo de uno de los derechos más valiosos del ser humano: el de la libertad de expresión. Pero, la polarización y el odio que sufre el país lo mantiene en un indígnate sopor que se agudiza cada vez más, sobre todo desde que se inició la Cuarta Transformación. Esta situación debe cambiar radicalmente. La “estrategia” contra la delincuencia que se ha utilizado en los últimos años está equivocada. Tal y como se han desarrollado los acontecimientos, el país se encuentra al borde de perder el “Estado de Derecho”. Con solo buenos propósitos el problema de la inseguridad no se resolverá. Pero, esa es otra historia.
De vuelta al tema del atentado contra Rushdie —del que parece, pese a la gravedad de las diez o más heridas que sufrió, se recuperará aunque con muchas secuelas—, el gobierno de Irán se distanció de la fatwa de Jomeini, aunque el sentimiento anti-Rushdie ha persistido. La organización Index on Censorship, que promueve la libertad de expresión, dijo que se recaudó dinero para aumentar la recompensa por su asesinato en 2016, subrayando que el decreto del ayatolá continúa en pie. Eso explicaría, en parte, el ataque de Hadi Matar —joven descendiente de libaneses divorciados— de 24 años de edad, residente en Fairview, Nueva Jersey, que propinó varias puñaladas al escritor en el cuello, en el abdomen y en los brazos. El sospechoso fue capturado casi inmediatamente de cometer su crimen, una vez que el autor estaba a punto de iniciar una conferencia sobre la libertad de expresión en el auditorio de la institución Chautauqua, en el estado de Nueva York, EUA. Además, Henry Reese, presentador del conferenciante en el sitio, a unos 88.5 kilómetros al sur de Buffalo, en un área rural, también fue herido, aunque levemente en la cabeza.
Las primeras investigaciones indican que el atacante cuenta con un amplio historial de apoyo en redes sociales a movimientos radicales del chiismo, la versión del Islam que domina en Irán. Las autoridades estadounidenses no han dado a conocer ningún tipo de información acerca de la posible motivación del crimen, aunque hay sospechas a la acción de moro fanático musulmán. Se sabe, que Hadi Matar es un declarado simpatizante de la Guardia y que actuó con premeditación.
Al momento de escribir esta EX LIBRIS, se informó que tras varias horas de operación, Rushdie estuvo conectado a un respirador artificial y no pudo hablar desde el viernes 12 de agosto por la noche. Y su asesor, Andrew Wylie, detalló posteriormente que podría perder un ojo, y que su hígado estaba dañado y los nervios de uno de sus brazos fueron cortados. Lo mejor es que para el sábado por la noche ya pudo hablar y reconoció a su interlocutor con el que gastó alguna broma. Asimismo, el fiscal de Distrito, Jason Schmidt dijo que el ataque contra el autor fue premeditado y dirigido. El joven inculpado, obtuvo un pase de cortesía para asistir a la conferencia que el escritor daría en el centro intelectual de verano donde ocurrieron los hechos y viajó al lugar desde un día antes de la cita. La policía del estado investiga el motivo del ataque, y en una declaración del abogado de la defensa, dijo que el joven se “declaraba inocente de todos los cargos”.
LOS ANTECEDENTES.- Las amenazas de muerte y la fuerte recompensa ofrecida por el ayatolá obligaron a Rushdie a mantenerse a buen recaudo bajo un programa de protección del gobierno británico, a la sazón dirigido por Margaret Hilda Thatcher, que incluía una guardia armada las 24 horas. Después, Rushdie poco a poco emergió después de casi una década de reclusión y cautelosamente reanudó sus apariciones públicas, manteniendo su crítica abierta al extremismo religioso en general.
Desde el 14 de febrero de 1989, cuando Jomeini lanzó la fatwa, Rushdie pasó trece años recluido y vivía entre las sombras. Cada dos o tres días cambiaba de domicilio, dentro de lo posible, evitaba el contacto con su familia (sus dos hijos y su segunda mujer, en aquellos tiempos era Marianne Wiggins). Prácticamente desapareció de la vida pública. Vivía, si a eso se le puede llamar “vida” —como la han sufrido otros escritores amenazados por la delincuencia o por el fanatismo religioso, por ejemplo, el italiano Roberto Saviano que continúa escribiendo en condiciones semejantes, del que en EX LIBRIS se está al tanto de sus últimas publicaciones—, rodeado de guardaespaldas que un mal día pudieran traicionarlo presionados por sus enemigos, sometido a un complejo sistema de seguridad dirigido desde Scotland Yard. Rushdie a ser una sombra, a “vivir” demasiadas horas nocturnas en hoteles de una noche, o de “paso” como se les llama en México, aunque, de hecho, todos los hoteles son “de paso”. O en pisos francos. Salman Rushdie (Bombay, ahora Mombay, 1947), pasó, de escritor a fugitivo por obra y gracia del fundamentalismo. Mientras el ser humano se consumía por la acción de sus detractores fundamentalistas, Versos satánicos, como todo libro prohibido, en muchos países se convirtió en un éxito de ventas.
En México tardó en llegar a las librerías, lo cual no es ninguna novedad. De hecho, leí la obra del “escándalo”, en un volumen prestado por un recordado compadre, mi paisano (que en paz descanse), el doctor Ramón Ojeda Mestre, padrino de mi hijo Bernardo, en su versión italiana que a su vez le facilitó el novelista y periodista italiano que radicó en México durante muchos años, Carlo Coccioli, colaborador de la revista Siempre. A pesar de la fatwa de Jomeini, que por estos lares no representaba prácticamente nada, en algunas radiodifusoras piratas de países islámicos —incluso de Irán—, se hacían lecturas en farsi de la novela.
Cuando Rushdie publica su cuarta novela, precisamente Versos satánicos, contaba con la nacionalidad británica. Había llegado a la Gran Bretaña a los catorce años de edad, en enero de 1961, enviados por sus acomodados padres para estudiar en Rugby School, uno de los más prestigiados internados británicos. En ese centro educativo pasó dos años atormentado por sus condiscípulos: en su contra jugó su origen Indio y su poca habilidad deportiva. Después ingresó en el King´s College de la Universidad de Cambridge, donde obtuvo la maestría en Historia en 1968, especializado en temas islámicos. Inmediatamente inició su fructífera vida de escritor, y de académico, así como una reconocida capacidad de conferencista y defensor de la libertad de expresión, lo que le ha causado no pocos sinsabores.
En las letras debutó con el libro Grimus, con poco éxito, en 1975. Le siguió la muy bien recibida Hijos de la medianoche, 1981, que ganó el famoso Premio Booker del año, y Vergüenza en 1983. Y la cuarta fue Versos satánicos, en 1988: su maleficio, su infierno, su delito. La secuencia de calamidades que desató esta obra es de antología: el 5 de octubre del mismo año se prohibió en la India, después en Egipto y en Sudáfrica. Al inicio del siguiente año, la británica cadena de librerías WHSmit retiró el libro de sus 430 locales. Pakistán se sumó al rechazo después de que el 12 de febrero se declararon disturbios frente al Centro Cultural de EUA en Islamabad con el resultado de cinco muertos y sesenta heridos. Razón por la cual la Gran Bretaña e Irán rompieron relaciones diplomáticas. Y muchos otros episodios más.
De tal suerte, el gobierno de la conservadora Margaret Thatcher acogió el caso Rushdie como asunto casi personal protegiendo al escritor con un nutrido equipo de ocho guardaespaldas. Sus movimientos por todo el mundo eran secretos y cada uno de sus desplazamientos suponían riesgos por los que había que movilizar a varias agencias estatales de seguridad y de otras partes del globo. Además, Rushdie pese a tan dura situación no dejó de escribir. De hacerlo hubiera perdido la razón, pero su vida era un asunto demasiado complicado. Después salió de Inglaterra con destino a EUA, a Nueva York, donde había encontrado el sitio ideal para desarrollar su carrera de escritor. Pero, lejos de la certeza del condenado a muerte y de la leyenda del furtivo, tres décadas después la garra de Jomeini le alcanzó en territorio estadounidense. El celo y el odio islámico, o por lo menos, el islamismo a la Jomeini, no perdonan. Poco más de tres décadas tardó en suceder aquello que el novelista procuraba no hablar, aunque sí escribir. En Nueva York encontró el hogar con libertad, hasta que sucedió lo que acaba de suceder. La puñalada en el cuello es un siniestro volver a empezar. Dios quiera. VALE.