HAY UNA GRIETA EN TODO
- MISCELÁNEO
- octubre 2023
- Karla Aparicio
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En estos días en los que vivimos dominados por el consumismo, lo desechable y la obsolescencia programada que, si por accidente se rompe tu taza favorita, lo más probable es que levantes los pedazos, lo lamentes unos minutos y los tires a la basura, sin más. ¡Qué triste! Muchos aspectos de la vida se han vuelto desechables. Recuerdo que, hace no muchos años, a mí me tocaba estrenar la ropa y heredarla a mis hermanas, por ser la mayor. Reciclábamos las hojas en blanco de los cuadernos del ciclo escolar anterior. Mi mamá iba al mercado con esas bolsas de malla de colores, obvio, reutilizables. Pero hoy, todo se ha vuelto reemplazable.
En algunos lugares de Japón esto es diferente: existe una técnica centenaria que consiste en reparar piezas de cerámica rotas con barniz de resina mezclado con polvo de oro, plata o platino. No se camuflan las grietas, más bien se resaltan. Es parte de una filosofía que plantea que las roturas y posteriores reparaciones forman y formarán parte de la historia de un objeto, y que deben mostrarse en lugar de ocultarse. Al hacerlo, se le da nueva vida al objeto, se embellece, y se pone de manifiesto su transformación. A esta técnica se le llama Kintsugi.
Kintsugi o carpintería de oro, surgió hace cinco siglos, con el fin de reparar un cuenco de cerámica roto. Su propietario, quien estaba muy apegado a él, lo mandó a arreglar a China, donde se lo repararon con unas grapas de muy mal gusto. No contento con el resultado, recurrió a los artesanos de su país, que le dieron con una hermosa solución, además de duradera:
Unieron cuidadosamente los pedazos con un barniz espolvoreado de oro.
La cerámica no sólo recuperó su forma original, sino que las cicatrices doradas y visibles transformaron su esencia estética, evocando al desgaste que el tiempo cobra sobre las cosas físicas, la mutabilidad de la identidad y el valor de la imperfección. Así que, en lugar de disimular las líneas de rotura, las piezas tratadas con este método exhiben las heridas de su pasado, con lo que adquieren una nueva vida. Se vuelven únicas y, por lo tanto, más valiosas y bellas.
Me encanta la filosofía vinculada al kintsugi, sobre todo para aplicarla en una potente metáfora en nuestras vidas y sus cicatrices.
Es que podemos aplicarla a nuestra vida actual, que está atiborrada de unas ansias tremendas de perfección y triunfos, que solo nos lleva a sentirnos con un agujero en el pecho, que se traga toda tu energía y te desconecta del universo, con una sensación de soledad e insatisfacción y carencia de identidad…
Vivimos fracasos, desengaños y pérdidas, que por lo general escondemos para no decir la verdad sobre cómo nos sentimos, bajo una máscara de éxito, donde todo aparenta estar de maravilla, con la que hemos aprendido a camuflarnos para mantener la compostura y lograr sobrevivir, subiendo en las redes sociales estados y fotos perfectas, donde todo está bien. Qué pesado se vuelve vivir así, ¿no?
Nosotros, como la taza que se destruyó, también somos frágiles, y no solo físicamente, también nuestro corazón es vulnerable, y cuando los infortunios nos superan, igualmente nos sentimos rotos. A veces es el destino lo que nos lleva al punto de quiebre, pero por lo general somos nosotros mismos los que nos metemos el pie, con nuestras elevadas expectativas no realizadas, creando un vacío emocional que busca llenar con cosas externas, sin tomar conciencia, sin permitirnos sentir.
No conozco la recomposición ni el resurgimiento sin romperse antes. Y solo con la paciencia se puede salir victorioso. En el Kintsugi, el proceso de secado es un factor determinante. La resina tarda semanas, a veces meses, en endurecerse. Es lo que garantiza su cohesión y durabilidad. No es un proceso rápido.
Cuando los malos vientos soplan, se vale fracturarse, pero no hay que quedarse roto, hay que aprender de lo que nos sucedió. Y como la taza, recoger nuestros pedacitos, dándole un importante valor a cada uno y, con paciencia, reconstruirnos.
Así la pieza hecha añicos reencuentra su utilidad y, a la vez, incrementa su belleza resaltando con el oro la unión de cada fisura… uniendo nuestras piezas, celebrarlas, ponerles nombre. Tiempo y lugar. Respirarlas. Ensamblándolas con mucho cuidado, lijando con amor cada parte, poniéndoles oro, sintiendo con toda intensidad cada ruptura, liberando las expectativas, aceptando, perdonando, dejando ver las cicatrices, ¡porque es más sencillo lucirlas! para que salga a luz nuestra verdadera belleza, e ir dejando poco a poco la compulsión por agradar.
Así como la pieza hecha añicos, encontremos nuestra misión y utilidad, y a la vez incrementemos nuestra belleza, resaltando con el oro la unión de cada fisura de nuestro corazón. Mostrando nuestra vulnerabilidad y acariciando la esencia de nuestra fortaleza.
Hay una grieta en todo
Así es como entra la luz.
Anthem
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MISCELÁNEO
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