ME VALE… ¿MADRES?
- MISCELÁNEO
- Karla Aparicio
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Aquí entre nos…, ¿cuántas veces al día decimos o escuchamos expresiones como las siguientes?
“Me vale madres.”
“Pura madre.”
“Ni madres.”
“Está hecho una madre.”
“¿Qué madres hiciste?”
“¡Qué madres contigo!”
“¿Y esas madres qué?”
“Vale pa’ pura madre.”
“Una madre chiquita.”
“No sé qué madres pasó.”
“Se fue a la madre.”
“Hasta su madre.”
“Sin madre.”
“No tiene madre.”
¿Qué tienen en común todas?
Colocan la palabra madre como sinónimo de desastre, molestia, enojo, olvido o desprecio. Lo hemos dicho tanto, que ya no nos sorprende. Ya no nos suena grave. Pero ¿y si lo pensamos tantito más?
La madre como sinónimo de «nada»
Una tarde, entre un café tibio y el cansancio de ser muchas cosas al mismo tiempo —madre, profesionista, mujer, persona—, una amiga mía me soltó, sin pensarlo:
“¡Ya me vale madres todo!”
Y lo dijo con un suspiro que sonaba más a derrota que a libertad. Lo curioso es que no fue la expresión lo que me sorprendió… fue que se la dijera a ella misma:
«Una madre, diciendo que “todo le vale madres”».
Y entonces, algo hizo clic… No porque no la entienda (todas hemos estado ahí). Sino porque esa frase —que usamos tantas veces al día sin darnos cuenta— trae una carga enorme que hemos normalizado. Y normalizar, ya sabemos, es la antesala del olvido.
Decimos “me vale madres” en la calle, pero también la escuchamos en las canciones, en las pelis, en los memes. ¿Recuerdas la rola de Maná?
«»Me vale, vale, vale, madre lo que piensen de mí…»»
Un coro pegajoso, rebelde, que muchos cantamos en fiestas, y que, sin querer, refuerza la idea: lo que no importa, lo que se desprecia, vale madres.
Lo que nombramos, lo construimos o lo derrumbamos.
«Madre»
La palabra más antigua en todos los idiomas.
La que da origen.
La que cuida.
La que se desvela.
La que ama, aunque duela.
La que está, aunque no siempre la veamos.
La que es raíz.
Sin embargo, la usamos como «lo menos…». «Como lo que no importa».
¿En qué momento lo más valioso se volvió desechable? Y no. No estoy aquí para regañar a nadie, ni intento sonar a la señora feminista que se lleva dentro, más bien, me gustaría sembrar una duda, ¿Qué pasaría si empezáramos a hablarnos con conciencia? Porque, curiosamente… lo “padre” es lo mejor, y aquí viene el contraste, el otro foco rojo, mientras madre es lo que ya no vale, lo que salió mal, «Padre» es lo que está:
“¡Increíble!”
“¡Está padrísimo!”
“Muy padre tu casa.”
“Nos la pasamos muy padre.”
“Qué padre idea.”
“Eres un tipazo, muy padre.”
¿Lo notas? El «padre» es luz, celebración, éxito, reconocimiento. Lo «madre…» lo que se quita, lo que molesta, lo que se ignora. No se trata de echarle tierra al padre, para nada, los buenos padres merecen aplauso y de pie, pero sí de preguntarnos por qué, desde el lenguaje ya hay una brecha, desde la forma en la que hablamos… ¿Estamos reproduciendo desigualdades sin darnos cuenta?
Pequeños grandes focos rojos
No es exageración, las palabras no solo describen el mundo, ¡lo crean!
Y si seguimos repitiendo que algo “vale madres” cada vez que nos referimos a lo inútil, a lo insignificante, ¿cómo vamos a educar generaciones que respeten a las mujeres, a las madres, a lo femenino? ¿Con qué cara exigimos respeto si, sin querer, nuestras frases lo niegan? No se trata de andar en patrulla corrigiendo a todos. Se trata de prender un foquito rojo y escuchar cómo hablamos. De frenar justo antes de repetir sin pensar, porque cada vez que decimos me vale madres, nos vale también un poco de historia, de identidad, de dignidad, y quizá no lo notamos… hasta que alguien nos lo pone enfrente con palabras.
Hablar diferente, vivir distinto
No estamos a tiempo de todo, pero sí a tiempo de cambiar cosas pequeñas que tienen impacto gigante. Empezar a decir menos madres cuando nos referimos a lo malo, y más madres cuando hablamos de lo valiente, lo resistente, lo amoroso. No hay frases inocentes cuando se repiten toda una vida, y si somos capaces de reeducar nuestro lenguaje, podríamos también reescribir el respeto, el equilibrio, la equidad.
Así que, la próxima vez que estés a punto de soltar un “vale madres”, haz una pausa, piensa si de verdad eso es lo que quieres decir, y si no… ¡cámbialo! Porque no es “una madre chiquita”, es ¡LA MADRE! Y eso, mujeres, hombres, hijas, hijos, eso… ¡Lo vale todo!
Con más KAriño que nunca:
KARLA APARICIO
MISCELÁNEO

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Aquí te dejo las 7 aformaciones para que empieces a practicar