MARÍA ELENA ZAPATA
Yo soy la que soy, gracias a los caballos- ARTE
- septiembre 2020
- Rosaura Cervantes
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María Elena Zapata está por cumplir tres décadas pintando caballos. Su mundo no lo concibe sin ellos, ya que, desde que tiene uso de razón, siempre ha tenido uno a su lado.
Con toda satisfacción y gozo comenta:
“Yo monto desde que tenía dos años. En la familia de mi madre todos montan y para mí siempre fue lo máximo. Fui el dolor de cabeza de los primos mayores, a los que invariablemente les decían: “llévate a la niña a montar”. Risas. Fui charra de los seis a los 12 años. Participé en la escaramuza… Como verás, siempre estuve con los caballos, yo ahora no tengo, pero mi hermana sí y voy al rancho a montar”.
Señala que la pintura le gustó desde chica y eso le sirvió para comunicarse porque, admite, es algo tímida:
“… Siempre me llevaron a clases de todo tipo, e invariablemente terminé en clases de pintura y buscaba plasmar caballos, aunque no todo el tiempo fue así, ya que también me sacaban de mi zona de confort y me obligaban a pintar otras cosas, pero cada vez que podía, regresaba a mis caballos”.
María Elena, ¿a qué huele un caballo? No me refiero a su olor en el sentido estricto, sino lo que emana de él…
“¡Guau! El olor, el sudor, ¡es otro boleto! Lo puedo definir en una palabra, su olor me da la sensación de un abrazo… Para mí ese es el olor de un caballo, es calidez, es un ‘estoy aquí’, es un olor indescriptible. ¿Qué pasa cuando te abrazan? ¡Sientes que te expandes! Te sientes cobijado. Te sientes amado, eso es para mí ese olor. En cambio, cuando vas montando y acaricias a tu caballo empapado de sudor, es llenarte de esa vibra. Es un poder de existencia, de movimiento, ese poder de cómo marca el paso con esa fuerza, con esa integridad por decirlo de alguna forma… Cada respiración y cada paso es con una certeza absoluta hacia dónde van. Cuando estás con los caballos entras a un mundo diferente y ahora lo puedo decir, yo soy la que soy, gracias a ellos. Para mí un caballo representa La Vida. Convivir con ellos, se convierte en una constante de saberte cómo estás, en dónde estás, qué estás haciendo, de no dudar, o sea, el mensaje es: ¡Celébrate! ¡Voltea a verte! ¡Óyete! ¡Siéntete!, ¡Suda! Y en todas las cosas que realices, con cada paso que des, ve con esa certeza”.
¡Qué gran lección! Compartes que toda la vida has pintado caballos, ¿en qué momento te decides a llevarlo profesionalmente?
“En 1991. Llevo 29 años viviendo de mi obra. Desde el inicio a todos mis cuadros les puse nombre. Todos los cuadros los tengo numerados y registrados, además, todos están en una libreta. Sé quién los tiene. A dónde se han ido, salvo que alguien regale el cuadro y se pierda el rastro. Sé en dónde está cada uno de mis hijos. Son 1040 cuadros, ¡1,040 caballos! Lo que me fascina, es que ninguno es igual a otro, no me repito, no me copio y nunca me ofrezco a hacer uno igual”.
Entre risas, indica: “Quiero ser recordada como aquella que le gustaba pintar caballos, y no una que pintara de todo y quién sabe quién era”.
¿Cómo es el diálogo con el lienzo?
“Es algo muy interesante. Cuando yo voy a pintar es porque ya lo traigo en la cabeza, no antes. Generalmente a mí me llega la imagen como fotografía y puede aparecer en cualquier momento lo que quiero decir. A veces me quedo con una frase, y estoy con esa frase y ¡pum!, aparece el caballo. Para mí es muy fácil llegar a la tela y empezar a trabajar. Yo no hago boceto, hago el trazo directo. Rápido. No le dedico más de media hora a un trazo. Sólo se trata de encontrar dónde va el caballo, ubicarlo por decirlo de alguna forma. Los colores ya los estoy viendo, entonces ya tengo todo, es como si yo estuviera copiando una fotografía, porque así es como me llegan.
Otras veces, estoy super distraída y no me llega, entonces ejerzo presión sobre mí, pongo una tela blanca en el estudio, la veo, me salgo, o puedo poner música, y cuando siento que esa es, entro en ritmo y ahí es donde empiezo a pintar. En ocasiones, el nombre del cuadro surge a partir de la música que escucho. Todo el proceso es muy divertido”.
¿Hay obras que se resisten?
Risas. “En ocasiones tengo ya todo: la imagen, los colores, y a la mitad del proceso, el mismo cuadro me empieza a pedir otras cosas, me saca de todo lo que tenía pensado y sale algo diferente. A partir de ahí, aprendí a ser más flexible conmigo, porque a veces lo que planeas no fluye; entonces, me dejo ir con lo que te está pidiendo, veo qué pasa, porque al final, no pasa nada, pintas otro y se acabó”.
Una anécdota que nos comparte es sobre un capítulo de su vida, fue de alguien -en ese momento- muy cercano a ella que sufrió un infarto cerebral y quedó hemipléjico:
“Todo el lado izquierdo dejó de funcionar, y curiosamente todos mis cuadros estaban ‘caídos’ del lado izquierdo”. Relata: “¡Fue durísimo! Me decía a mí, “está bien que esté viviendo una realidad, pero no puedo entregar a la gente esta realidad. Yo vendo placer, no malestares”. Fue una época complicada de corregir, sí me forcé para estabilizarme, hasta que me recuperé”.
Mencionas los colores, ¿eres de temporadas o te permites cambiar en cada ocasión?
“Es interesante, porque no me había dado cuenta. Hace poco hice un ejercicio de retrospectiva, a la que llegué solo a la mitad, y me di cuenta que, a veces, tengo un rollo de rojos y negros, o de verdes y negros, grises y de repente colores hipercontrastantes, como naranjas, verdes y azules… Yo trabajo puro acrílico, de colores muy firmes, y empecé por hacerlos medio acuarelados, con mucha mancha y eso es lo que me va pidiendo. Yo no me caso con X referencia porque me aburro. Por eso doy esos pasos cuánticos, de estar en los colores super light y de pronto puedo ir a colores que explotan”.
Todos tienen sus historias sobre cómo llegan a la técnica, ¿cuál es la tuya?
“El acrílico me permite romper los límites con el fondo, o que éste se funda con el caballo. Es muy raro que los tenga limitados o delineados. El pastel me llevaba a ser muy cuidadosa, detallista, y los caballos parecían retratos, quedaban ‘bonitos’, pero hasta ahí. La acuarela es la técnica más suave y cursi que puede existir sobre la Tierra: le resta vitalidad e impacto que pudiera tener el caballo. El lápiz por igual, muy detallado. El óleo me llevó a ser súper-hiper-mega-perfeccionista, muy realista y sí, quedaban lindos, pero no me daban nada, y de repente empiezo con el acrílico, que es super fuerte, es real para mi gusto: no ando haciendo mezclas ni emparejando color: es más, mi paleta podría ser el mismo lienzo.
En tanto, el acrílico tienen todo, tiene plasticidad y me fascina que seque rápido. Esto me permite que yo trabaje con mayor velocidad. No dejo que el acrílico se seque, lo trabajo en mojado, entonces parece óleo más que acrílico; me permite ser visceral y hasta puedo darme el lujo de hacerlo mal, ya que es de primera mano, es de primer impacto, no es un cuadro sobado. Así un cuadro lo puedo terminar en dos horas, otros que tienen muchas manchas me puede llevar dos o tres días por el secado”.
Las reglas son para romperse
“En la pintura hay muchas reglas, y esto me lleva a que hace muchos años yo di clases de dibujo en una secundaria. Les enseñaba las técnicas a los muchachos, teníamos dos meses trabajando con ella (con la técnica), y el trabajo final era hacer todo lo que estaba prohibido sobre esa técnica, o sea, ¡romper las reglas! Entonces, uno de los alumnos, que era muy ordenado, muy bueno, que sacaba 10 en todas las láminas, un día me paró y me dijo: “No entiendo por qué me exiges tanto la técnica y me pides un trabajo donde no tenga nada de técnica, o sea, donde rompa todas las reglas”. Mi respuesta fue, “cuando conoces las reglas, entonces las puedes romper”. No puedes romper algo que no conoces y eso te abre a cosas nuevas, porque en realidad, ¡Nada está prohibido!”
“Hay un par de cuadros, “Sur” y “Norte”, cuya técnica fue un accidente. Estaba pintando y se me cayó el agua encima, de repente vi cómo se reventó la pintura, cómo se expandió y generó una mancha brutal, y de ahí dije: ¡Esto es lo mío! Lo que me lleva a una reflexión de un maestro que tuve en la universidad, él decía: ‘Los errores hazlos tuyos. Domina al error’”. Con voz llena de gozo explica: “De ahí saqué esa manera de pintar, sacar la mancha, jugar con el agua, que se corra por todos lados, y de repente empieza a aparecer en el cuadro el caballo que yo quiero, y de ahí lo voy llevando. Dejo que el cuadro mande, que lleve el ritmo hacia dónde quiere ir, cómo quiere ir, y ya solo pongo lo último… Volvemos al tema de la flexibilidad, a mí me encanta tener el control, y esta parte me permite soltar el control, que al final, ellos (los cuadros) te van llevando de la mano y tú simplemente obedeces, fluyes y ¡no pasa nada!”.
María Elena comparte la trascendencia de los pinceles y los lienzos, más allá de la pintura.
“He conocido gente sensacional. Tengo clientes a quienes les tengo una gran estima, son personas brillantes; también me he topado con seres hermosos y estoy muy agradecida por ello con la vida.
En otro aspecto, la pintura es un espejo para mí, por ejemplo, cuando veo que las orejas o los ojos no me quieren salir, me pregunto ¿qué no quiero oír? o ¿qué no quiero ver? Es un mentor terapéutico, a fin de cuentas, me encanta, los veo y me río”.
Las experiencias son muchas en estas casi tres décadas, si regresáramos el tiempo
29 años, casi treinta, ¿qué le dirías a la María Elena que está por primera vez frente al lienzo? “¡Guau!”
Percibo mucha emoción en su voz. Se siente con adrenalina y con fuerza: “Yo le diría: “No tienes idea de las sorpresas que tiene la vida para ti”. Ross qué pregunta… ¿Sabes? ¡No me arrepiento de nada! ¡Estoy feliz en lo que estoy! ¡Es increíble! ¡Es maravilloso!”.