LAS OTRAS APARICIO
Ni la belleza es sinónimo de triunfo, ni la dicha viene con un príncipe azul
- MISCELÁNEO
- noviembre 2020
- Karla Aparicio
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Soy Karla Aparicio y soy de Jalisco
Valientes, no perfectas. Vengo de una familia de mujeres empoderadas. En casa somos tres hermanas. Las tres empresarias. Yo soy la mayor. Pienso que nos educaron a “destiempo”. Comparto el por qué de mi reflexión: mi padre es artista plástico por pasión y ejecutivo de profesión; mi madre siempre participaba en diversos proyectos emprendedores. En lugar de enseñarnos a ser mujeres perfectas, nos criaron para ser valientes. Yo notaba que en otras familias las costumbres eran algo distintas, porque enfocaban a las niñas a evitar el fracaso y el riesgo con juegos seguros, las encausaban a ser perfectas en todo. En cambio, a las Aparicio, se nos animaba a arriesgarnos, a no darnos por vencidas. Nos enseñaron a “nunca achicarnos para caber», tuvimos ausencia de hermanos varones, por lo tanto, no vivimos la experiencia de servirles el desayuno o tenderles la cama, crecimos sin prejuicios, con igualdad de género y esto favoreció a tener un comportamiento basado en la igualdad y en el respeto hacia nosotras mismas y hacia los demás, dejando a un lado los roles de género. Y como resultado ¿qué creen que pasó? Hoy en día, somos tres hermanas divorciadas.
Yo fui la primera en tomar la decisión, claro, soy la mayor. Fui la primera en casarme con el príncipe azul a los 19 años, así que fui la primera en divorciarme.
Lo curioso de estos tres divorcios, es que la razón sigo sin entenderla a ciencia cierta, si venimos de unos padres que aún están con nosotros y son una pareja de lo más unida, su relación es muy bonita, parecen novios, la gente se admira cuando los ven caminar de la mano por la colonia… Por tanto, esta idea me parece incompleta, si las tres vivimos con éste ejemplo, ¿cómo fue posible que las tres coincidiéramos en lo mismo?
SALIR DEL PROTOTIPO DEL IDEAL FEMENINO
Muchas mujeres crecimos creyendo que íbamos a encontrar a un príncipe azul que nos iba a rescatar, nos iba a comprar una casa, un perro, nos iba a hacer unos hijos, y todo iba a estar increíble, y la realidad fue otra… Por lo menos, para mí y mis hermanas.
La mayoría de nosotras venimos de historias donde nos dijeron que, para realizarnos como mujeres, íbamos a ser novias comprensivas, nos íbamos a casar, seríamos buenas esposas, las mejores madres y responsables para educar a nuestros hijos.
El día que decidimos salirnos del prototipo de lo que todo mundo espera de nosotras, no resulta fácil, a muchos no les gusta nada la noticia, es duro enfrentarse al aspecto social, religioso, político y económico en que nos hemos desarrollado -sobre la base del rol femenino como formadoras de familias-, es difícil enfrentarse “al qué dirán”, “al fracaso como mujer”, al estereotipo de “la mujer divorciada”, y además hacer frente a todo lo que conlleva, y no solo eso, hay que sacar adelante el paquete familiar completo.
A los catorce años de casada, mi matrimonio no dio para más y decidí divorciarme, con tres hijos, claro, como muchas, sin ningún apoyo económico del príncipe azul, mi negocio con números rojos, y es que, para poder dar este triple salto mortal, tomar la decisión de un divorcio tragó toda mi energía y descuidé mis finanzas, algo tenía que sacrificar, así que en quiebra, lloraba por los rincones, temerosa a que alguien me viera, tal cual como la muñeca fea, trabajaba día y noche. Entre que preparaba el desayuno, arreglaba las loncheras, corría a dar clases de spinning de madrugada, peinaba a la chiquita, preparaba el disfraz de la mediana, despertaba al mayor, y los llevaba corriendo a la escuela… Cualquiera pensaría que después de tanta carrera, me iría a descansar, pero ¡No! Apenas comenzaba el día laboral, con cero pesos en el bolsillo, muchos gastos y muchas deudas. Un panorama aterrador.
Hasta que… Un día me invitaron a colaborar como creativa externa en una empresa. Me pidieron mi currículum, que no tenía, y que hice de noche, tomé un vuelo al día siguiente temprano y en un abrir y cerrar de ojos, ya estaba en una sala de juntas presentándome. El Proyecto sonaba increíble, era la creación de réplicas de fábricas antiguas de tequila para turistas. Después de presentarnos, mostrar “credenciales”, me comunicaron que era bienvenida a la empresa, ¡No lo creía! Mi mente corría a la velocidad de un rayo, pensaba cuánto podría cobrar, no tenía ni idea, y conforme me seguían exponiendo lo que requerían de mí, yo iba aumentando la cifra, y así, llegó la pregunta final, la más esperada, ¡Qué nervios tenía! ¡Lo juro! “¿Cuánto nos cobras, Karla?” Por segundos un silencio invadió la sala, de pronto, un rayo de luz iluminador, puso las palabras correctas en mi boca, creo que fueron muy sabias, contesté con otra pregunta:
– “¿Cuánto me ofrecen ustedes?” y después de un segundo silencio, respondieron. La cifra que me ofrecían, créanme que era tres veces mayor que la que yo pensaba pedir. Quedé impactada. Los ojos se me “voltearon”. No sé si lo notaron, pero traté de disimular, y de nuevo, el rayo iluminador llegó y comenté: “¿Saben? yo les iba a pedir…”, y con todo y la conmoción-, subí un poquito la cifra que ellos ofrecieron, y así fue como llegamos a una media, y las dos partes quedamos encantados.
En esta vida hay que ser valientes y confiar en nosotros. Uno no siempre nace con el instinto para decir ¡Yo puedo! A casi nadie nos dijeron que el cielo es el límite. Venimos con una gran estructura social en donde a muchas mujeres nos dijeron: “¿Para qué estudias, si te vas a casar?”
No crean que aquí la historia termina, tomé el trabajo, me preparé muchísimo, tuve qué invertir más en equipo humano, porque esto implicaba viajar, administrar, diseñar, crear… Con esto quiero decir que necesitaba gente muy comprometida a mi alrededor, que me apoyara a sacar el proyecto, no solo adelante sino con éxito.
La necesidad me movió y me hizo ser atrevida, me llevó a arriesgarme y a decir ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí puedo! ¡Claro que puedo! No tenía opción. Así que confié en mi instinto. Mi empresa se levantó, nunca perdió la pasión por crear, ni su misión de ser una empresa responsible; lo económico se equilibró y todo lo demás nos llegó por añadidura.
Pero esto no se trata solo de suerte, no soy de las que cree en ella, no es que sea una privilegiada, ni la más fuerte, no soy la más guapa, ni la más brillante, pero siempre confié en mi intuición y puse todo mi empeño. Y hasta el día de hoy sigo laborando con entusiasmo y persistencia, pero más que nada, sigo agradeciendo cada oportunidad que llega.
Equivocarse no es lo grave
Me equivoco muchas veces, como persona, como mujer, como profesional. Pero, ¿qué es más importante cuando nos equivocamos?, porque podemos perderlo todo, pero no debemos perder la lección, el aprendizaje que nos deja el fallar, es invaluable, y si no entendemos el mensaje, no creceremos. Tropezar es una oportunidad para reafirmarnos, para fortalecernos y para seguir echados “pa’ lante”.
Es mejor intentar a nunca hacerlo, le tenemos tanto miedo al fracaso, mucho, es por el miedo al qué dirán, no hay nada que enchile más, que un “Te lo dije”, muchas veces sólo por eso dejamos de hacer cosas nuevas. Hay que arriesgarnos, enfocarnos en ejecutar y hacer que las cosas sucedan, en lugar de preocuparnos por lo que los otros piensan.
En resumen:
Atrevámonos a hacer lo que nos apasiona. Evolucionemos. Pongamos alma y passion. Si algo no tiene alma, no va a crecer. Siempre habrá formas de salir Adelante. Tenemos la opción de reconstruirnos, y ser fuertes es la única opción. El talento no es suficiente, hay que esforzarse y ocuparse todos los días. Hay que reconocer a las personas que estuvieron cerca en los momentos complicados.
Cada vez que siento culpa, recuerdo esto:
Hoy que veo a mis hijos ya grandes, pongo en la balanza lo que les he heredado, y veo que es mucho mayor a lo que les he quitado. De lo mejor que me pasó, fue casarme con el príncipe y procrear a tres hijos extraordinarios, pero atreverme a divorciarme y llegar a estar en quiebra, hizo que resurgiera la mujer que soy hoy, la que cada día, lo vivo como si fuera el último de mi existencia.
MISCELÁNEO
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