FILOSOFÍA PARA BUFONES
Un paseo por la historia del pensamiento: Pedro González Calero.
Segunda y última parte
- EXLIBRIS
- julio 2022
- Bernardo González
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González Calero entresaca ejemplos de humor de los filósofos antiguos, orientales, medievales, modernos y contemporáneos. Abunda el autor: “Muchas de estas bromas y anécdotas fue- ron reales, pero otras han sido inventadas en algún momento de nuestra tradición cultural y desde entonces es difícil separarlas de la imagen que proyectan los filósofos a los que fueron atri- buidas. De todos modos, el autor de este libro no inventa nada…
En la tierra de los ciegos, el tuerto es rey. (Baruch de) “Spinoza había sostenido que el mundo existe por necesidad. (Gottfried Wilhelm) Leibnitz, sin embargo, afirmará que nuestro mundo no es necesario, sino uno de los muchos mundos posibles conce- bidos por Dios. ¿Pero por qué existe entonces este mundo y no otro? Según Leibniz, en el momento de la creación Dios eligió el mejor de entre todos los mundos posibles. Por eso nuestro mundo no es perfecto, pero sí es el mejor universo posible. Con ello, Leibniz intentaba justificar la existencia del mal en el mundo (este optimismo sería parodiado unos años después por Voltai- re (François-Marie Arouet, llamado…) en su célebre Cándide, un relato en el que uno de los protagonistas, Pánfilos, intenta explicar todos los sufrimientos que él y sus compañeros de in- fortunio padecen apelando a los principios filosóficos de Leib- niz. Pero, en medio de tanta desventura, la lección de Pangloss no resulta muy convincente. Si éste es el mejor de los mundos posibles —, viene a decir Voltaire—, ¡cómo serán los otros!”.
Esta teoría de Leibniz recuerda a una leyenda popular que circula por Europa. Se cuenta que un teólogo ensalzaba desde el púlpito las bondades de la obra de Dios y que, al acabar su sermón, un jorobado se acercó a él y le dijo: —Si Dios lo hace todo tan bien como usted dice, ¿cómo se explica lo mío? —al decirle esto, el hom- bre arrimó ostensiblemente su joroba al teólogo. “El teólogo, que debía conocer la teoría de Leibniz, respondió: —¿De qué se que- ja buen hombre? Si está usted muy bien… para ser un jorobado”.
Y, a la memoria de Enrique González Pedrero —el maestro de Ciencias Políticas que se esforzó por que algunos de sus alumnos entendieran la “dialéctica” de Georg Wilhelm Friedrich Hegel, la “conciencia de la modernidad”. —“La dificultad para enten- der el pensamiento de Hegel es proverbial. En el Prólogo a la Fe-
nomenología del Espíritu escribió, entre otras cosas igual o más difíciles de entender: “Sólo lo espiritual es lo real; es la esencia o el ser en sí, lo que se mantiene y lo determinado —el ser otro y el ser para sí—, y lo que permanece en sí mismo en esta deter- minabilidad o en su ser fuera de sí o es en y para sí. Pero este ser en y para si es primeramente para nosotros en sí, es la sus- tancia espiritual”. “Para mí, sin comentarios; para sí, no sé”.
“De la supuesta sabiduría de Hegel dijo (Arthur) Schopen- hauer que no era más que una payasada filosófica, un galima- tías repugnante, un oscuro encadenamiento de insensateces y disparates que a menudo recuerda a los delirios de los ena- jenados. En su Parerga y Paralipómena escribió: “Si se quiere embrutecer adrede a un joven y hacerle incapaz de toda idea, no hay medio más eficaz que el asiduo estudio de las obras ori- ginales de Hegel, porque esa monstruosa acumulación de pa- labras que chocan y se contradicen de manera que el espíritu se atormenta inútilmente en pensar algo al leerlas, hasta que cansado decae, aniquilan en él paulatinamente la facultad de pensar tan radicalmente, que desde entonces tienen para él el valor de pensamientos las flores retóricas insulsas y vacías de sentido… si alguna vez un preceptor temiera que su pupi- lo se hiciera demasiado listo para sus planes, podría evitar esa desgracia con el estudio asiduo de la filosofía de Hegel”.
“Como decía (Friedrich Wilhelm Joseph) Schelling (él mismo, por cierto, bastante oscuro) a propósito de la oscuridad reinan- te en la filosofía de su época: “En filosofía, el grado en que uno se apartaba de lo inteligible casi se convirtió en la medida de su maestría”. Lo gracioso de estos filósofos decía (Christian Johann Heinrich) Heine, es que encima se quejan de no ser compren- didos. Según se cuenta, las últimas palabras de Hegel fueron: “Hubo uno que me entendió y ni siquiera ése me entendió”. “Pero hay una parodia de esta leyenda, que parece aludir a (Karl) Marx (pues Marx asumió la dialéctica hegeliana, pero dándo- le un rumbo materialista que Hegel nunca habría aprobado), se- gún la cual las palabras de Hegel deberían haber sido estas otras: —Hubo uno que me entendió y a ese no lo entendí yo”.
Creo que no habría de desmentirlo. VALE.