Revista Personae

LAS PEQUEÑAS MEMORIAS

Del Nobel portugués,

José Saramago

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La mayoría de los seres humanos que sobrevivimos por la escritura profesional —es decir que parte de nuestro peculio, o todo, procede de un medio de comunicación, impreso o electrónico—, pensamos que un día podríamos escribir la autobiografía que nos corresponde, simple y llanamente porque es nuestra obligación hacerlo. A veces, la idea fructifica y la familia conserva uno o varios ejemplares de esas hazañas que cometimos al parejo de la vida misma. En su generalidad, esa autobiografía nunca conoce la segunda edición, corregida y aumentada. Queda en la editio princeps, como debe de ser. Pero, siempre hay escritores que saben lo que hacen, aunque al principio muchos dudan de sus capacidades. Lo bueno es que muchos hombres de letras superan esos pruritos y acometen la hombría de escribir sus memorias, sus recuerdos, su biografía, o como decía el Nobel colombiano, Gabriel García Márquez al inicio del primer volumen de su autobiografía Vivir para contarla: “La vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para contarla”. No se equivocó el autor de Cien años de soledad, hay que vivir y contar, y saber recordar y escribir para los demás. Si no es así, entonces el asunto no tiene gracia.

 

Las pequeñas memorias, Del Nobel portugués

 

Algo semejante pensó, quiero suponerlo, el portugués José de Sousa Saramago (Azinhaga, 16-11-1922-Tías, Lanzarote, Islas Canarias, 18-6-2010) al explicar el porqué de su librito autobiográfico que originalmente se llamaba El libro de las tentaciones, y que terminó como Las pequeñas memorias: “Me interesa conocer mi relación con ese niño que fui. Ese niño que está en mí, siempre lo ha estado y siempre lo estará. He hecho memorias de niño y me he sentido niño haciéndolas; quería que los lectores supieran de dónde salió el hombre que soy”. Por cierto, la madre de José de Sousa, era analfabeta como lo fue la madre de otro Premio Nobel de Literatura, el argelino Albert Camus. Coincidencias de la vida.

 

El segundo epígrafe del libro dice: “Déjate llevar por el niño que fuiste”, tomado del Libro de los Consejos. Y complementa Saramago su idea sobre su propia existencia con estas palabras: “Esencialmente, las adolescencias se parecen todas. Sólo las infancias son únicas. En cierto modo, este libro puede entenderse como el pago de una deuda. Creo que todo lo que soy se lo debo a aquel niño. Fue él mi arquitecto”.

 

Rumiando lo escrito por José Saramago, me impacta su pensamiento: “Sólo las infancias son únicas”. Los que tuvimos una familia de varios hermanos, vimos lo que afirma el Nobel portugués: cada Niño tiene su propia infancia. Mujer o varón, no solo el sexo los diferencia. La personalidad se forma en la niñez, lo posterior modela a la persona, pero la esencia está en los primeros años. Eso es lo que “recordamos para contarlo”. En reuniones familiares, donde las hermanas y los hermanos recuerdan una reunión en especial, cada cual lo cuenta a su manera. A veces totalmente diferente. Por lo que dice Saramago: “sólo las infancias son únicas”.

 

Lejos de una literatura grandilocuente, no era su costumbre, José de Sousa “cuenta” en este volumen, de 165 páginas, traducida del portugués al castellano por la segunda esposa del escritor, la española-portuguesa María del Pilar del Río Sánchez, los “hechos, grandes y pequeños, que nunca, desde aquellos tiernos años entre los cuatro y los quince, lograron desvanecerse en el tejido del recuerdo”.

 

Las pequeñas memorias, Del Nobel portugués

 

De todos ellos, los más vívidos serán los que acompañaron el despertar de su vocación de escritor: las largas horas pasadas en el cruce de los ríos que humedecían los terrenos de cultivo de la aldea, las carreras de los olivares; los atardeceres, la luna más luminosa que jamás alcanzara a ver mientras conducía los puercos a la feria, junto con el tío Manuel, la felicidad de acabar la tarea encomendada por su abuelo bajo una lluvia torrencial, la magia de los cines de barrio de Lisboa, la contemplación del cielo estrellado junto a sus abuela en el ocaso de su vida, el arraigo a la tierra, la soledad meditabunda del adolescente…

 

El delgado volumen se caracteriza por la selección de 17 fotografías antiquísimas, de los personajes de la familia, sus padres y demás. Los pies de cada foto están redactados en forma manuscrita por el escritor. Una verdadera delicia. Numeradas del 1 al 17, cada foto tiene su historia.

 

  1. Éste es Francisco, al que no me atreví a robarle la imagen. Vivió tan poco, quién sabe lo que podría haber sido. A veces pienso que, viviendo, me he esforzado por darle una vida.
  2. Tengo seis años y estoy en la terraza de la parte de atrás de la calle Fernão Lopes. Si la memoria no me engaña, a mi lado estaban Antonio Barata y la mujer, pero una tijera implacable me separó de ellos. En materia de relaciones mi madre siempre fue de ideas muy claras: si las amistades se acababan, también se acababan las fotos.
  3. Ésta es del tiempo de la enseñanza primaria. Creo que es mi segunda foto, si no cuento una que desapareció, aquella en que estaba con mi madre en la puerta de una tienda de comestibles, ella de luto cerrado por la muerte de mi hermano Francisco, yo con cara triste.
  4. Aquí me pusieron una corbata y el emblema del Benfica en la solapa. Mi padre me hizo socio del club y me llevaba a los partidos en el viejo estadio de Amoreiras. Era más querencia suya que voluntad mía. Me divertía, pero sin fanatismo.
  5. Ésta muestra un aire triunfante, una media sonrisa que parece muy segura de sí misma. Supongo que me la hicieron después del examen de cuarto, cuando disfrutaba por anticipado con las responsabilidades que me esperaban en el instituto. Por poco tiempo.
  6. Quizás esta fotografía debería de haber sido colocada antes. Tengo un aire frágil, delicado, que contrasta con la expresión afirmativa y un tanto complaciente del retrato anterior. Lo que me confunde es el nudo de la corbata, flojo, sin apretar, como empezó a estilarse más tarde.
  7. Heme aquí adolescente acabado. El emblema ha desaparecido y creo recordar que en aquellos tiempos ya no iba los partidos. Recupero el nudo de la corbata apretado que me iba acompañar toda la vida, hasta hoy.

 

  1. En este tiempo ya tenía novia. Se me ve en la cara.

 

El resto ya no lo transcribimos, porque entonces se le quita el interés a la lectura del libro. Creo que al leer los pies de foto se hace un doble ejercicio mental. Sin tener la foto enfrente hay que imaginar las caras de los fotografiados incluso del propio Saramago. Las pequeñas memorias, tal y como se lee, son esas cosas que uno va guardando al paso del tiempo y que nunca se olvidan. El que las escribe, menos. Muchos párrafos son imperecederos, pero hay uno, en la página 95, que particularmente me llamó la atención: “un día mi padre apareció en casa con un libro…que era nada más y nada menos que una guía de conversación de portugués-francés, con las páginas divididas en tres columnas, la primera, a la izquierda, en portugués, la segunda, central, en lengua francesa, y la tercera…reproducía la pronunciación de las palabras de la segunda columna. De entre las distintas situaciones con que podía tropezarse un portugués que tuviera que comunicarse en francés con la ayuda de la guía de conversación…aparecía inopinadamente un diálogo entre dos personas, dos hombres, siendo uno de ellos algo así como el maestro y el otro una especie de alumno. Lo leí muchas veces porque me divertía la estupefacción del hombre que no podía creerse lo que el profesor le explicaba…Yo no sabía nada de Moliére (¿y cómo podría saberlo?), pero tuve acceso a su mundo, entrando por la puerta grande, cuando aún no había pasado de la a-e-i-o-u. Sin duda alguna, era un niño con suerte”.

 

Y, ¿cuántos otros no hemos sido niños con suerte? VALE.  

CULTURA

Núm. 293 – Abril 2024