MUERE HANS KÜNG
El teólogo crítico del Papa y de la Iglesia Católica
- EXLIBRIS
- junio 2021
- Bernardo González
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La pandemia del COVID-19 vuelve insensible al ser humano. Los millones de personas que han perdido la vida debido al mortífero virus le quitan el asombro y parte del dolor a los deudos. En la mayoría de los casos no fue posible acompañar los cadáveres en los féretros hasta la sepultura. Las medidas sanitarias así lo disponían. Solo para los más íntimos era posible formar parte de los reducidos cortejos fúnebres. Por esa razón muchos fallecimientos pasaron inadvertidos, sobre todo si se trataba de personajes extranjeros, aunque fueran auténticos personajes como fue el caso del teólogo suizo Hans Küng que falleció el martes 6 de abril del año en curso. No debía ser así, pero la prensa mexicana –que de suyo anda en otros menesteres, a sombrerazos con el mandamás de Palacio Nacional a cuyo nombre no quiero hacerle más el juego–, no dedicó mucho espacio a la muerte del autor del libro ¿Infalible? Una pregunta, volumen en el que cuestiona el dogma de la infalibilidad del Papa, postura que mantuvo durante décadas, siempre mordaz y con inteligentes argumentos teológicos. Esta mente brillante pasó a mejor vida a los 93 años de edad en su casa de Tubinga, al sur de Alemania, víctima del Mal de Parkinson. Si Küng únicamente hubiera escrito el libro que acabamos de citar, solo por eso merecería pasar a la historia como un gran pensador católico, pese a sus enfrentamientos con la jerarquía eclesiástica. Afortunadamente fue un prolífico autor, su bibliografía es abundante, para beneplácito de sus devotos lectores. Me cuento entre ellos, siempre tengo a la mano uno de sus títulos, me reconfortan.
De fuerte personalidad, incluso vanidoso, consciente de que su cerebro no era uno más de los que se dedican a los laberintos teológicos, Küng fue el centro de muchas discusiones y anécdotas. Por ejemplo, se cuenta que tres cardenales llegaron a la casa de Hans Küng en Tubinga –el más crítico de los teólogos– para anunciarle: «¡Serás Papa!», a lo que displicentemente contestó: «Prefiero no aceptar, porque entonces ya no sería infalible». El gran tema que fue la preocupación de su vida: la infalibilidad papal, a la que le dedicó sus más cuidados argumentos teológicos, eclesiásticos y exegéticos. Razón por la cual la Iglesia Católica le retiró la licencia para enseñar teología desde 1979. La versión alemana que contamos alude también a la legendaria vanidad de Küng, vanidad que le llevó, se cuenta, a poner un busto de sí mismo en su jardín.
Muchos periodistas, que le buscaban para entrevistarlo, lo sufrieron, pues el teólogo disfrutaba en dejar anonadados a los hombres y mujeres de la prensa, saltando con toda facilidad del griego al latín y al hebreo, entremezclando citas de San Pablo o de Emmanuel Kant con anécdotas eclesiales del siglo V, o con detalles de las reuniones del Concilio Vaticano II, en el que participó de principio a fin. Entrevistarlo debió haber sido una gran experiencia para cualquier periodista medianamente culto.
Como estudiante adolescente fue compañero de estudios de Joseph Ratzinger –que sería el Papa Benedicto XVI, que renunciaría al Pontificado–, así como con otros grandes teólogos de la época como Karl Rahner, Yves Congar, Edward Schillebeeckx, Henri de Lubac, Hans Urs von Balthasar y otros. Estudió teología y filosofía en la famosa Universidad Pontificia Gregoriana de Roma y fue ordenado sacerdote en 1954. Completó sus estudios superiores en otros centros universitarios europeos, como La Sorbona. En 1962 fue nombrado oficialmente teólogo conciliar por el Papa Juan XXIII, y en calidad de tal participó activamente como perito en Concilio Vaticano II.
Küng nació en Sursee, Lucerna, Suiza, el 19 de marzo de 1928 (al morir, el 6 de abril, en su casa de Tubinga, Baden-Wurtemberg, el pasado 6 de abril, acababa de cumplir los 93 años de edad), y en 1979 la Santa Sede le retiró la licencia para enseñar teología católica, en parte debido al libro que ya citamos ¿Infalible? Una pregunta, en el que cuestionó el dogma de la infalibilidad del Sumo Pontífice. La Congregación para la Doctrina de la Fe le había citado en 1975 para confrontar sus opiniones, pero Küng nunca acudió. Esta actitud crítica frente a la Iglesia, especialmente ante la figura de Juan Pablo II, le representó convertirse en uno de los principales teólogos críticos de la historia moderna. En el año 2005 hubo una reunión de Benedicto XVI y Hans, que resultó un cordial tête-à-tête, como lo reconocieron ambas partes. El Servicio de Información del Vaticano publicó de forma oficial el encuentro, que según el propio teólogo redactaron a consuno ambos interlocutores. En el comunicado Hans reconoció la labor del Pontífice, y éste reconoció la del teólogo en el estudio de las religiones y su propuesta de la ética mundial.
Küng destacó de manera especial por su obra Ser cristiano. Parte en este libro de negar toda posibilidad de salvación en este mundo y constatar que la técnica, el desarrollo económico, el orden político o las revoluciones se dan cita ante la tumba de sus esperanzas. Sin Dios, el ser humano no puede responder a las preguntas claves ¿qué puedo hacer?, ¿qué debo hacer? Y ¿qué puedo esperar? A Dios solo se le puede conocer en la práctica; la única «prueba» de Dios es la experiencia que ha dicho sí a Dios.
De entre las obras del fallecido teólogo, Was ich glaube (Lo que yo creo) me convence sobremanera, y no sólo porque se trata de la confesión personal de alguien que ha transformado de manera profunda el pensamiento teológico en los mismos años en que yo he vivido, sino porque el lenguaje que utiliza me convence. Porque, si se dejan de lado la erudición científica, el lenguaje cargado de fórmulas teológicas y el ingenioso edificio de la teoría, ¿qué queda entonces como núcleo de la fe? ¿Qué necesito para mi vida?, se pregunta a sí mismo Küng.
De tal suerte, Hans escribe sobre la «confianza en la vida», la «alegría de vivir», el «sentido de la vida» y el sufrimiento vital», ofreciendo con ello una summa de su propia existencia y de su más íntima esperanza. Así, la completa visión religiosa del mundo de este pensador y teólogo universal queda concentrada en las preguntas esenciales que todo mundo se hace: ¿qué puedo creer?, ¿en qué puedo confiar?, ¿qué puedo esperar?, ¿cómo puedo configurar mi vida?
La introducción a Lo que yo creo, la titula el autor «Una visión del mundo», y empieza con sus vivencias: «Con toda sinceridad, señor Küng, «¿en qué cree usted personalmente?». Esta pregunta –u otras análogas–, me la han formulado innumerables veces a lo largo de mi prolongada vida de teólogo. Intento responder a ella no sólo con estereotipos llamativos, sino de forma personal, y a la vez abarcadora.
«Escribo para personas que se hallan en proceso de búsqueda. Para personas que no saben qué hacer con la fe tradicionalista de origen romano o protestante, pero que tampoco están contentas con su incredulidad o sus dudas de fe. Para personas que no anhelan una barata «espiritualidad del bienestar» o una «ayuda existencial» a corto plazo. No obstante, también escribo para todos aquellos que viven su fe y, además, quieren dar razón de ella. Para aquellos que, lejos de limitarse a «creer», desean «saber» y esperan, por tanto, una interpretación de la fe que esté fundada filosófica, teológica, exegética e históricamente y tenga consecuencias prácticas».
«En el curso de mi larga vida, mi concepción de la fe se ha clarificado y ampliado. Nunca he dicho, escrito o predicado sino lo que creo. Durante muchas décadas he podido estudiar la Biblia y la tradición, la filosofía y ello ha llenado mi vida. Los resultados se encuentran elaborados en mis libros. Uno de ellos se ocupa del «símbolo de los apóstoles»: una confesión de fe que, sin embargo, sólo existe en forma acabada desde el siglo V. Quien desee saber más sobre estos doces artículos –muy heterogéneos entre sí y a menudo polémicos–, entendidos en consonancia con la Escritura y a la altura de nuestro tiempo, puede leer esa obra Credo, que para mí, conserva toda su validez. En el presente libro no me desdigo de nada de lo que escribí allí o en el volumen El cristianismo: esencia e historia (por ejemplo, sobre los dogmas cristológicos)»…
«¿Qué es lo que yo creo? Me gustaría que cada una de las palabras de esta pregunta fuera entendida en su sentido más amplio… Me alegraría de que este libro fuera capaz de expresar en su mayor parte lo que también es convicción de muchos otros».
En fin, Küng explica: «La fe ciega, sin embargo, me resulta sospechosa desde mis tiempos de estudiante en Roma, al igual que el amor ciego; la fe ciega ha conducido a numerosas personas y a pueblos enteros a la perdición. Me he esforzado y me esfuerzo por cultivar una fe que busca comprender, que no dispone de pruebas concluyentes, pero sí de buenas razones. En este sentido, mi fe no es racionalista ni irracional, aunque sí razonable».
Termina su introducción diciendo que hay que tener siempre presente, con claridad, «una visión global del mundo»… «No desciendo desde el cielo en un helicóptero teológico, sino que comienzo abajo, en el valle de la vida diaria, con la preparación: lo primero que necesita la persona, toda persona, es la confianza en la vida, una confianza radical».
Ha muerto un hombre cuyas obras me han hecho pensar en la razón de ser de cualquier ser humano en este mundo. Lo importante es que todavía no he encontrado esa razón de ser. Como dicen los franceses: Raison d’ être (la razón de existir). Vale.