Revista Personae

FERNANDO SAVATER, EL VIUDO TRISTE

La peor parte. Memorias de Amor

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Aunque la organización terrorista vasca Euskadi ta Askatasuna (ETA: Patria Vasca y Libertad) se comprometió, desde hace muchos meses, a no asesinar, a no chantajear, a no robar y a no aterrorizar, eso no significa que ya no exista. Existe, y todavía sobrevive tanto en España como en Francia. Mientras no se escriba el RIP (Requiescat in Pace: Descanse en paz), definitivo, no puede decirse que ya murió. Espero escribir esa nota, así como he escrito otras “hazañas” y burradas de los etarras. Durante el tiempo que como reportero cubrí, atentado tras atentado, de la banda criminal, no solo me tocó testimoniar varios actos sangrientos o colocación de bombas, enumerar las víctimas, civiles y militares y de la Guardia Civil, sino conocer a muchos personajes que se habían convertido en blancos de la banda. Llegué a convivir con familiares de las víctimas, esposas, hijos, padres, madres, alumnos y hasta sacerdotes vascos.

Algunos se convirtieron en amigos, como Fernando Savater, Jon Juaristi, Maité Pagazaurtundúa (hermana de Joseba, otra de las víctimas), Jaime Mayor Oreja, y otros. Cada vez que los etarras daban un golpe, el dolor de los afectados se convirtió en mi dolor. De esas experiencias surgió mi libro ETA: Problema en Vasco. Fin al terrorismo ¡Ya basta!, que en 1997 tuvo tres ediciones corregidas y aumentadas. Volúmenes de éxito.

Buena parte de mi vida dediqué a investigar y escribir sobre ETA. Empecé haciéndolo en El Sol de México, continué en UnomásUno, después en la revista Siempre!, De hecho mis colaboraciones en este famoso magazine las inicié con un exhaustivo reportaje sobre ETA, in situ, durante todo el mes de enero en el año 2000, ya casi dos décadas. Y, ahora lo hago en Personae, comentando el libro más reciente del filósofo, intelectual, dramaturgo, escritor, catedrático, periodista y luchador anti etarra, Fernando Fernández-Savater Martín (San Sebastián, 21 de junio de 1947), La peor parte. Memorias de amor. Editorial Ariel, 2019. Creo que esta es la obra escrita más personal, íntima y emotiva de la bibliografía de Fernando Savater como popularmente se le conoce.

Así como recuerdo un irrepetible viaje nocturno en autobús de Madrid a Vitoria, a principios del helado mes de diciembre de 1997, en compañía de Jon Juaristi con quien conversé desde que abordamos el moderno autobús disfrutando un café caliente, recordando a sus primos compañeros míos en Tierra Blanca, Veracruz, y luego sus días universitarios en El Colegio de México en el Distrito Federal (ahora ciudad de México) y mis andanzas para escribir sobre ETA —paramos hasta que llegamos a la capital del País Vasco como a las tres o cuatro horas de la madrugada en la barra de un café en donde subían y bajaban los pasajeros, unos terminaban ahí su viaje y otros seguíamos hasta San Sebastián (Donosti, en vasco). De tan cerrada, la niebla se metía al autobús—, también tengo en la memoria uno de mis encuentros con Savater, en un antiquísimo café dentro del Hotel Príncipe de Guevara, en la calle del mismo nombre en El Barrio de Salamanca (sin duda la zona que mejor conozco de todo Madrid). La reunión fue convocada por la Asociación de Víctimas del Terrorismo que a la sazón dirigía Maité Pagazaurtundúa, otra buena amiga, hermana como todos saben de Joseba, otro de los mártires cobardemente asesinados por ETA. En aquella ocasión entrevisté a Fernando, que llegó sin la compañía de Sara Torres Marrero, su mujer. Al terminar la entrevista me invitó a cenar en el histórico Café Gijón, en el Paseo de Recoletos, muy cerca de donde era la reunión sobre ETA.

Este libro del autor de Ética para Amador —su primer gran éxito editorial—, es un volumen sobre el amor de una pareja que vivió como tal durante tres décadas y un lustro. El 18 de marzo de 2015 murió Sara Torres Marrero (Pelo Cohete, para sus amigos—, a la que decía que era pariente de mi madre porque se llamaba María del Carmen Solano Torres—, mujer y compañera de Savater durante 35 años. Desde el día de la muerte de Sara, dice Fernando, su día a día consiste en sobrevivir, que no es lo mismo que vivir. También en permanecer para recordarla, quizás por miedo a que si deja de hacerlo, ella desaparecerá definitivamente. Su existencia, por tanto, es un vivir en la nostalgia y en la memoria, y durante los últimos cuatro años un tratar de parir en la desgracia un buen reflejo de lo que fue Sara para toda la gente que la conoció, pero sobre todo para él.

Casi a fines del mes de septiembre el escritor viudo presentó su libro en la vieja sala de cine madrileña Odeón, sede de la Filmoteca Española en el centro de Madrid, donde la pareja Savater-Torres acudían a ver filmes de historias fantásticas y de terror, a las que Sara era tan aficionada. Por esas fechas pensaba estar en la querida sede del oso y del madroño, como lo hago anualmente, pero en esta ocasión no lo pude hacer porque mi ojo izquierdo sufrió la caída de la lente intraocular que me implantaron después de operarme de las cataratas. Un buen amigo diplomático, con el que comparto labores profesionales, me obsequió el libro. Hasta ahora puedo escribir este comentario.

La peor parte se encuentra en las librerías iberas, no sé si ya llegó a México. En concreto, dice el autor, estas Memorias de amor, son “un panegírico” que ha resultado ser “el libro más difícil de escribir de todos… Resulta que la peor parte de mi vida ha consistido en ponerme a hablar de la mejor parte de mi vida”.

Quizás una de las líneas más claras de este libro es el tácito reconocimiento de la superioridad de la experiencia vivida sobre la meramente intelectual. Este libro es un homenaje a una felicidad vivida, a la vez que hace un recuerdo angustioso de la infelicidad sobrevenida en el que hay mucho de añoranza, algo de remordimiento y, sobre todo, radical sinceridad. La percibirá el lector en la franqueza de los episodios eróticos, en unas impresionantes páginas sobre la paternidad y sobre el aborto, o en la admiración por una mujer joven y guapa, risueña y lúcida, tajante y comprensiva. Y mucho más.

Fernando salva sus pruritos después de la muerte de Sara. “Dije que ya no iba a escribir más libros. Era la actitud más lógica, porque hasta entonces —durante muchos años— los escribí para alguien que ahora ya no podría leerlos… Pero después de todo, por modesto que sea sin duda mi talento, soy escritor, no un junta-letras aficionado, sino un escritor. Y cuando se es escritor, ¿puede uno conformarse con llorar? Porque créanme que la lloro todos los días: desde que murió todos hace increíblemente más de cuatro años, no he pasado ni una hora sin recordarla, ni un solo día sin derramar lágrimas por ella. ¿Es suficiente? Más propiamente dicho, ¿es lo mejor que puedo hacer? ¿Ser escritor no me obliga, no me compromete al algo más que las lágrimas? Si solo la lloro —y sí, cómo la lloro—, ¿no le estoy regateando algo que debería tributarle?”.

Savater va más a fondo: “Debía intentar hablar de ella, no sólo de su pérdida, sino de ella viva y palpitante, de lo que vivimos juntos, de todo lo que me dio y no solo de lo que me quitó su ausencia. Aún más, secarme las lágrimas y tratar de acercarme a lo que ella fue en sí misma, sin relación conmigo, su indómito secreto que pensé vislumbrar y amé a ciegas. Pero también contar el padecimiento que sufrió en los meses postreros, atroz y definitivo, soportando con mayor coraje del que yo demostraba con mis gemidos exhibicionistas”.

Hace cinco años, en 2014, en el hospital le detectaron un tumor cerebral a Sara, y en cuestión de meses, la vida de la pareja se fue desvaneciendo en sufrimiento. Fue un periplo desgastante de clínica en clínica. Al final, en la primavera de 2015, Savater se convirtió en un viudo triste y solitario. Abandonó Madrid para trasladarse a sus raíces, en Donosti, donde se prometió no volver a escribir libros.

En la lectura de este libro, sale a cuento que al salir de la adolescencia Sara formó parte de ETA y que Fernando formó parte de Batasuna (el partido nacionalista considerado el “brazo político” de ETA. Al paso del tiempo, ambos tomaron partido por los demócratas constitucionalistas. El terrorismo quedó atrás, y además los persiguió.

En plan de sinceridad, Savater cuenta sus infidelidades, hasta bisexuales: “Aprovechando que los chicos guapos siempre me han gustado también, decidí cambiar de acera y convertirme en un depredador homosexual para mostrar mi desdén por el eterno femenino… Hubo algún día con tres encuentros —encontronazos— eróticos de variado género”. Sin comentarios.

El autor se despide: “Después ya no habrá más, sencillamente porque no creo que pueda escribir nada mejor”. VALE.

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