ABRAZAR LA SOMBRA, SANA
- PERSONAJES
- noviembre 2023
- Marcela Magdaleno
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El movimiento del 68 convirtió a Diana en una gran empresaria de discos de rock, no estaba en sus planes serlo, pero esta sacudida, como a muchas personas, cambió su vida. Nos platica: “Habré tenido unos diecisiete años cuando el novio de mi hermana nos invitó a CU, su pasión era el rock and roll igual que el nuestro y de alguna manera esta pasión se conectaba con la insumisión, la rebeldía, el constante cuestionar al sistema y como estudiante de la UNAM, abanderar la causa estudiantil, era un deber. Recuerdo que nos invitaba a escuchar discos de Los Beatles y Los Stones en un tocadiscos portátil en la biblioteca donde solo entraban invitados selectos y la puerta se aseguraba con un librero para protegernos, nunca supe de qué, hasta el final”.
“Ese lugar se convirtió en nuestro hogar por varios meses, claro, teníamos la libertad de entrar y salir, pero con cierta precaución, sentíamos emoción de estar realmente colaborando para transformar a nuestro país y terminar con la injusticia, pero éramos casi niños venidos de una familia clase media alta, así que no sabíamos realmente en lo que nos estábamos metiendo, creíamos en la gente, éramos bastante inocentes. Desde nuestra “ratonera” hablábamos de transformar el mundo, con un mimeógrafo imprimíamos propaganda política, diseñábamos posters, algunos compañeros que conocimos ahí, hablaban de los libros de Sartre, otros de la Teología de la Liberación, y nos daba por especular sobre el fin del mundo, los extraterrestres y, por supuesto, de rock. No recuerdo cuantas veces tuvimos que recoger todo de un jalón, como vendedores ambulantes y huir porque los policías de CU nos vigilaban, habíamos que ser sumamente cautelosos con los estudiantes espías muy bien pagados, ya que llegó un momento en que comencé a sentir cierto delirio de persecución, porque no se sabía a ciencia cierta quién era quién, de dónde venían o con qué fines, estábamos rodeados de enemigos ocultos, orejas, los líderes de nuestro grupo los tenían bien identificados, pero nosotras, que aun cursábamos la preparatoria e íbamos solo de visita, aun nos venadeaban con sus choros de amor y paz sin saber que traían armas y estaban tramando algo grande. Armando el novio de mi hermana, nos estimulaba para asistir a las peroratas en el auditorio Che Guevara, donde hablaban de la independencia universitaria y otros temas políticos, en lo personal me aburría infinitamente, yo solo soñaba con ir a Los Ángeles y Londres y escuchar a Hendrix y Janis Joplin, con nuestras medias amarillas, pestañas postizas, minifalda y chamarra de cuero, pero ahí estábamos rodeaos de espías, conspiradores, filósofos, políticos ocultos y policías encubiertos”.
“Se hablaba de escritores de izquierda, involucrados en el movimiento como José Revueltas, que desde mi punto de vista tenía una gran emoción ya que era admirado por muchos estudiantes seguidores del Che Guevara y Fidel Castro, todas aquellas experiencias me llevaron a desarrollar el hábito de la lectura, circulaban libros sobre Marx, el cine de Polonia, el hombre en la Luna y de cajón, leer los periódicos, sin embargo, sabíamos que no podíamos confiar en los diarios mexicanos ya que el papel estaba controlado por el gobierno y por ende, todo lo que se escribía, la libertad de expresión era una ilusión destinada a manipular las buenas conciencias de los mexicanos. Poco a poco las protestas se fueron filtrando hasta la conciencia, el ambiente se sentía caliente, hasta que el macabro día llegó. Desde nuestro escondite escuchábamos un colectivo polifónico, se escucha un ir y venir de estudiantes agitados, hasta que uno de aquellos días cuando parecía que había llegado la calma, Armando nos dijo que teníamos que llevar volantes a Tlatelolco donde se estaba organizando el gran mitin. No recuerdo bien cómo llegamos a la Plaza de las Tres Culturas pero al caminar por la zona, no cabía un alfiler, se sentía una energía ardiente, todos los estudiantes estaban como posesos, desde lo más profundo de sus corazones tenían la convicción de que ellos harían el cambio, se sentía una atmósfera de hermandad, maestros, padres de familia, niños adolescentes, con carteles de protesta tratando de cambiar el mundo, uno de los primeros discursos señalaban el boicot de las Olimpiadas mexicanas: ¡Todo por la justicia! ¡Estamos hartos que no respeten acuerdos y que pasen por encima de nuestros derechos! En esa época, según el New York Times, que recibía en casa, mencionaba que Francia, Rusia, y Latinoamérica también estaban en llamas. En Tlatelolco ya se tenía todo listo: tarima, micrófonos, bocinas y los líderes listos con sus discursos para encender almas, pero también, en los túneles oscuros del viejo casco de Santo Domingo, los soldados, el Batallón Olimpia y otros cuerpos anónimos, armados hasta los dientes, estaban listos para la primera señal. La apertura fue crucial, la gente aplaudía y ovacionaba, colaboraban entre ellos como si se conocerán de siglos atrás, ignorando que en la plancha de concreto estaba por repetirse otra masacre, los dioses aztecas habían regresado las manecillas del reloj. Recuerdo que Armando quería dar un mensaje y esquivando a los cabecillas que fungían como cadeneros, subió al estrado y se acomodó cerca de la periodista italiana Oriana Fallaci quien registraba con su cámara cada detalle”.
“En la distracción de un instante, se escucharon varias explosiones y del cielo aparecieron luces de bengala, ese fue el inicio del fin. Los contra-militares comenzaron su ataque. No se supo ni se sabe aún de dónde salieron tantas balas, pero incluso hasta los departamentos del edificio Durango, las balas atravesaron libreros, cocinas, corazones. Algunos estudiantes con puño cerrado quisieron defenderse, la sangre se coaguló, los asistentes quedaron entumecidos y los ríos de sangre aparecieron como lágrimas de Dios. Los mártires de Tlatelolco revelaron la ceguera de la ingenuidad, de un minuto a otro, se eclipsó el júbilo y de las calles inmoladas, desoladas, una noria sangrienta de alaridos se convirtió en llanto y afonía. ¿Dónde está Carlos, dónde quedó María? ¡No importa, córrele que nos matan! Oriana Fallaci, quien había cubierto como corresponsal de guerra las convulsiones en Vietnam, África, India, América Latina, nunca presenció traición igual. Mientras la activista huía de la masacre, tres balas la alcanzaron, perdió su cámara y de no ser por haberse identificado, hubiera terminado tres metros bajo tierra, como los más de 400 muertos o su alma seguiría rondando en el Campo Militar número Uno como los más de miles de desaparecidos, a pesar de que el reporte de la fiscalía oficial dijo que solo habían muerto 350 insubordinados comunistas. No sé cómo fue que logramos escapar entre balas perdidas de uniformados y civiles pero corrimos con la adrenalina invadiendo cada órganos del cuerpo, no había tiempo de respirar, corríamos pisando cuerpos ensangrentados, en las vallas de alambre ya medio tiradas había trozos de tela y carne humana las cuales saltamos sin mirar atrás, solamente teníamos aliento para salvar nuestras vidas, Armando, mi hermana y yo, sentimos que corrimos por siglos, de pronto descansamos bajo un árbol, que era la verdadera imagen del árbol de la noche triste, ahí tomamos un taxi y huimos hasta llegar a casa donde nos recibió mi padre quien era ingeniero y creador del lago de Chapultepec, así que tenía ciertas influencias y más o menos concia cuál sería nuestro destino de quedarnos ahí, nos sentó en la sala y con una expresión aterrorizada nos dijo: “miren ustedes no pueden estar aquí y es obvio que no son aptos para este sistema, tampoco tienen talento para terminar una carrera universitaria, es el momento de irse”. Nos tiñeron el pelo y nos enviaron a una casa de campo en Morelos donde vivimos tres meses entre cascadas y ríos, venados, tlacuaches y tecolotes, cuando el barullo se calmó regresamos a la ciudad, después de eso nada fue igual, abrimos la tienda de discos de rock, Hip 70, en la ciudad de México y la historia siguió repitiéndose con sus impunidades e hipocresías, mientras escuchábamos a Dylan, Jeferson Airplane y otros más, en la trinchera de nuestra capsula de libertad”.