Revista Personae

Y TÚ, ¿TE SIENTES SEGURA EN LAS CALLES?

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Camino por las calles aceleradamente y de reojo veo algo, un leve escalofrío me recorre el cuerpo. El espasmo no disminuye, me acompaña como sombra que acecha, poco a poco siento cómo se me cierra la garganta, la terebra invade. Son ellas las que me hablan, quienes me piden ayuda. En los postes, en los muros, en los letreros carcomidos por el polvo, sol y lluvia, están sus rostros. En la Alerta Ámbar, en el amarillismo de las páginas de internet.

 

Mujeres, las mujeres perdidas, adolescentes, adultas, niñas, quinceañeras con sus vestidos vaporosos y bucles cubriendo su rostro, activistas que levantaron la voz por las otras, madres que salieron a buscar a sus hijas. Me pregunto dónde estarán sus cuerpos, sus almas, sus vidas. ¿Dónde?

 

Encontraron a Susana con la mano mutilada y su cuerpo cercenado, ella era poeta. Camila fue sepultada en las minas, Roxana estaba tirada en el baldío, abandonada, lamían sus uñas los perros, pero la rondaban los perros sin rostro, aquellos para los que la vida no vale nada, nada.

  

Ya no es la minifalda, el escote o el negligé lo que provoca una convulsión fetichista hoy, porque incluso a niñas de cuna las violan por llorar. Letanía sobre el océano de fuego, como a la niña sin nombre que fue hallada en un cruce de caminos abusada, asesinada a golpes:

 

Y tú, ¿te sientes segura en las calles?

 

¿Qué haces ahí solita?, pregunté, y con la resurrección en la sonrisa, me contestó:

—Esperando que el sol ilumine mí conciencia.

 

En un mar de noticias inertes, un interlineado me atrapó, quedé sin aliento y decidí mecer en brazos a la niña de las calcetas rojas. Fui al jardín a hacer un nicho, incineré el ataúd para convertir la sangre roja y densa en paloma de paz. Oré, coloqué una corona de azúcar, un cirio rosa y un oso de peluche entre rosas, mi lágrima de fuego liberó un efímero holocausto. La pequeña cerró los ojos para siempre, sin conocer la ternura.

 

Hoy, salir a la calle caminando, es prácticamente imposible, pero yo, sigo caminando por las calles, ni modo que me quede encerrada, esta es mi ciudad, esta es un destino extraño, opaco, peligroso donde no sabemos qué nos va a suceder al salir a la calle, donde Las flores del desierto nos esperan brindando con sangre y sotol y las valientes acomodan cruces rosas sobre el llano algodonero, sobre la mina, sobre el camellón, sobre las miles y miles de cruces rosas que hoy se oxidan con el aliento del peligro. Porque hoy, la vergüenza del rapto teje sus voces repujadas por los versos, versos contrahechos, miserables, enfermos, versos bárbaros que degüellan y estrangulan, que hacen rituales con gallinas negras y almas de niñas y mujeres que aún creen en el amor, que caminan Junto a la carnicería donde penden imágenes derretidas en un muro ajado.

 

Esa luz que traspasó la avenida no es una visión, son las almas de las niñas que entran y salen de los rótulos desgastados por el tiempo, que miran ya desde el olvido sepia, las calles apáticas, las recuerdan

como un pasado remoto que se mece en la lengua del sol y conversan con los vivos en silencio.

 

Son mujeres atrapadas en el etérico que giran en la rueca de Hécate, en la cuenca donde depositan su sangre, donde emergen sus manos de los pantanos, manos de niñas que no saben que han muerto. Vuelo de niñas en el claro del bosque donde rondan y rondan, ¿pero, a quién le importan los arcoíris de aromas y listones necios que giran en los mandalas de cristal?

A quién le importa que sus cuerpos traslucidos se reflejen en la noche, solo en la noche cuando el ejército de niñas emerge de los pantanos con huellas de manos sicarias estrangulando la esperanza sentenciándolas al eterno caduceo.

 

Hoy me detengo y las honro, a mí si me importa por eso sigo las estrellas para encontrar sus huellas, giróvaga el aquelarre, las busco en el aura de la luna, en la copa de los sauces donde se esconden. ¡No, no son brujas! Son mujeres que pasan día y noche barriendo el polvo de los soles, les cantan a las lechuzas y nunca lograran escapar de la sombra de sus abuelas que las abrazan en las noches, por ellas no se han ido, viven entre nosotros y lo único que piden es respeto y paz para la nueva sangre de mujeres que ha nacido para dar vida, libertad y amor.

CULTURA

Núm. 300 – Noviembre 2024