Revista Personae

LOS TOROS FUERA DEL CORRAL 

Entre paréntesis

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La suerte es un tema recurrente en las corridas de toros. La superstición un asunto que para algunos es una forma de vida, mientras para otros, simplemente no existe. La materia del fracaso es espinosa para todos. En los ruedos y en las gradas (que quieren salir del paréntesis que nos ha puesto la pandemia), los puntos de vista alrededor de estos temas son tan disímbolos que pueden causar disertaciones filosóficas o tremendas broncas rupestres. Las cuestiones sobre la muerte, aunque son tratadas con respeto –ya que solo la certeza existe para el que deja de vivir–, también son provocadoras. En el ruedo son el pan de cada día, reflejo de la vida.

Hace años (cuando no había tantas restricciones) leí un artículo en un periódico sobre un novillero que hizo una huelga de hambre, buscaba una oportunidad de torear en la plaza de Las Ventas en Madrid: “Soy y me siento torero, pero sin una oportunidad no puedo conseguirlo ni demostrarlo.” Esa era la petición del novillero Javier Velázquez. Escrito por Antonio Lorca para El País, su reflexión final era una sentencia que podría ser vista como un consuelo para el novillero: “La mejor oportunidad de Javier es que pueda vivir en torero hasta el final de sus días; como tantos otros que soñaron, lo intentaron y el toro los devolvió al callejón. Y debe estar satisfecho porque sentirse torero es una gracia, un sueño, una realidad ficticia preñada de tardes de gloria. Esa es su suerte. Todo lo demás, una broma… Ah. Y que no deje de comer, que con el estómago vacío no se puede torear… Ni en sueños.”

 

Los toros fuera del corral

 

Sin lugar a dudas la pandemia nos regresó al callejón. Cuántos, en este nuevo vía crucis que significa el regreso a la nueva realidad pandémica, nos veremos en la necesidad de pedir una oportunidad. ¿Qué significa ser torero en plazas sin público? La respuesta tal vez aplica para otras profesiones. ¿Qué significa ser arquitecto, sin que se construya? ¿Qué significa ser físico si el laboratorio está cerrado? ¿Y ser actor sin teatro? Con hambre tampoco se puede reflexionar. No queda otra que luchar para seguir vivo.

 

Sin embargo, a veces, con la muerte cercana nos hace definirnos sobre lo que somos. Hace años, al caminar por las calles de la colonia San Pedro de los Pinos, cuando la ciudad de México toda vía se llamaba Distrito Federal, iba distraído con el mal sabor de boca por no poder continuar con mis estudios. Al poner un pie en el asfalto para cruzar sin fijarme, pitó ante mí un camión como los miles que cruzaban la ciudad a toda hora. No puedo decir que estuve a punto de morir, pero sí que mi vida cambió. Al recuperarme del susto de tener a centímetros las ruedas de aquel vetusto camión, escuché un sonido extraño para esta ciudad: un mugido. Miré el transitar del chocante vehículo que tenía puertas a los costados, pensé en un circo, en un rastro o en una exposición ganadera. El semáforo se puso en rojo (literal y no como en estos días donde la salud falta por el impresentable bicho asesino) y el camión con reses, en lugar de desaparecer en el eje vial, que entonces no tenía un segundo piso, se detuvo unas cuadras adelante. Mi curiosidad pudo más que mi fracaso estudiantil y fui detrás de los nuevos mugidos. Al llegar, descubrí la plaza de Toros México. 

 

Nunca quise ser torero, pero mi deseo (de saber y ser) vive. En un volado en plena mañana de domingo, me jugué mi destino: sol, a desayunar y buscar trabajo, águila, ¡a la plaza! La moneda en el aire solo era símbolo de mi espíritu aventurero. La superstición no era lo mío. Cayó sol, pero fui a la plaza de toros. Ahí me enteré que los toros eran de lidia y pertenecían a la ganadería “Fernando de La Mora”. Conocer sobre toros, fue acercarme a la poesía, la música, filosofía, sociología, leyes, ecología, literatura, pero sobre todo fue un camino para abatir la soledad.

 

Tiempo después, llegó, por azares del destino, un artículo a mis manos que viene a cuento en estos días donde las vacunas auguran un principio de orden, quizá diferente al anterior, pero orden al fin que nos obliga a replantearnos sobre lo que se es. El historiador García-Baquero González, escribió en 1999 “Ser Torero y Hacer de Torero”, un texto para la Revista de estudios Taurinos referente a unas palabras dichas por el matador Antonio Ordóñez, una figura del toreo del siglo pasado. El matador de toros respondía a un periodista sobre el fracaso de la operación a la que fue sometido y lo alejaba de los ruedos definitivamente. El matador le contestó después de advertirle que volvería torear algún día: “mientras no se perfile el retorno estoy entre paréntesis”.

 

Los toros fuera del corral

 

Estas palabras desataron en el historiador reflexiones sobre la forma de ser, en este caso en el ruedo, pero que bien podría aplicar a otra profesión. García Baquero escribe que “ése entre paréntesis no es más que una forma de decir que ser torero no depende de la actividad sino de otra cosa… Definirse a sí mismo como entre paréntesis es definirse radicalmente como torero que es lo que se es, lo demás simplemente lo hace… puede uno autorreconocerse como torero, aunque no se toree… ser torero sólo puede entenderse como una forma de estar en la vida y en el mundo conscientemente de una manera peculiar.” Y el historiador remata con una comparación con otros oficios como el religioso, el científico, y el artístico referente al ser de cada uno: “un artista no deja de serlo porque no pueda realizar la expresión plástica de su arte.”

 

En los días previos al domingo de la primera corrida a la que asistí en mi vida, se cruzó por mi mente la idea de que no quería ser actor, así que abandoné la escuela de iniciación artística de Bellas Artes. Sin un rumbo fijo, con unos pesos en el bolsillo y con la convicción de encontrar qué quería hacer y ser el resto de mi vida, asistí a mi primera lidia de toros. Eloy Cavazos, cortó cuatro orejas y un rabo. El pensador taurino, José Cueli haría la crónica de aquella apoteótica tarde que nos tocó vivir, yo desde lo más alto en la plaza, él desde barrera. A partir de aquella tarde, los toros para mí significan algo más que suerte, superstición, fracaso y muerte. A lo largo de mi vida académica, laboral y con los amigos (a los que frecuento por Zoom), siempre sale el tema a relucir. No solo es el argot taurino que enmaraña nuestro lenguaje cotidiano, sino nuestra actitud ante la vida. Los toros, la fiesta brava, la tauromaquia se cruza con casi todos los aspectos de la cotidianidad, por ser espejo de la vida y la muerte, aunque muchos no se quieran enterar.

CULTURA

Núm. 300 – Noviembre 2024