Revista Personae

PARA ENTRAR EN EL CIELO NO ES PRECISO MORIR

¿Te has preguntado alguna vez si existe un lugar al que vamos después de la vida?

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¿Te has preguntado alguna vez si existe un lugar al que vamos después de la vida? Muchos de nosotros hemos crecido escuchando hablar del cielo, pero ¿Qué es ese sitio? Y ¿Cómo es?

Se suele decir que es un lugar eterno, precioso y perfecto, lleno de paz y de amor. Para varios ese espacio es la esperanza de que algo mejor viene después de experimentar obstáculos en el mundo. Otros piensan que nuestra estancia en la Tierra es solo de paso, que no hay que tomar tan a pecho lo que suceda aquí, ya que luego vamos a un lugar mejor: al paraíso eterno. Esta creencia está muy arraigada en casi todas las religiones. Por otro lado, son bastantes las historias sobre personas creyentes y no creyentes que son declaradas muertas y de pronto regresan a la vida para decir que vieron una luz a lo lejos, pero, aunque era hermosa y les daba paz interna, decidieron no caminar hacia allí para despertar en el hospital porque aún no era su tiempo de partir.

 

PARA ENTRAR EN EL CIELO NO ES PRECISO MORIR

 

No sé si después de morir vamos a recibir el veredicto y, como catapulta, nos vamos a ir al cielo o al infierno. Ignoro qué nos va a pasar cuando muramos, pero no es ahí a donde quiero llegar. Hoy por hoy, desde lo que conocemos, que es el plano terrenal, no creo que sea justo sentarnos a esperar la resortera para ser lanzados al paraíso, creo que sería muy bueno probar entrar en el cielo, pero sin morir.

 

Mi propuesta para experimentar el cielo en la Tierra es enfocarnos y atesorar esos momentos que vivimos y que quisiéramos que el tiempo se detuviera y los congelara. Que nunca pasaran.

Son esos momentos perfectos que, cuando estás presente, se convierten en eternos. ¿Los has sentido? Puede ser en un atardecer, un tiempo en familia, un cumpleaños, un abrazo, un silencio, un caminar con tu perro… En fin, cada quien debe tener esos pequeños momentos que son sus tesoros, en donde te desconectas del pasado y del futuro y conectas solo con el presente, y de pronto, ¡todo está bien! Aunque no lo esté, se siente una paz interior, el tiempo deja de existir y aparece el amor. Es justo ahí cuando se siente ese “momento de cielo”; aunque estés ahí, sucede una experiencia muy extraña, pareciera que tu otro yo se saliera de ti y de la escena flotando y te convirtieras en un espectador, como si te vieras desde afuera, desde el cielo… Pareciera una escena hiperrealista, en que te olvidas del reloj y el celular. Son esos minutos cotidianos, que logras atrapar con una respiración consciente en el presente, y todo se vuelve eterno.

A donde quiero llegar es, a que, en un instante, conectado con el aquí y el ahora, se puede construir un cielo o un infierno, eso depende de nosotros. Para bien o para mal, será justo lo que exista en nuestro interior lo que veremos en el exterior.

Lo que traemos dentro es un reflejo de lo que hay afuera. Y el mundo es un reflejo de nosotros mismos.

Tenemos control total y completo sobre una sola cosa en la vida: nuestro pensamiento, y podemos aprender a cambiarlo, para así crear estos “instantes de cielo».

 

Hay un cuento que me encanta y explica perfectamente este principio.

 

PARA ENTRAR EN EL CIELO NO ES PRECISO MORIR

 

Cierto día, un perrito, mientras buscaba refugio al sol, logró meterse por el agujero de una de las puertas de una casa abandonada. Dentro, para su sorpresa, se dio cuenta de que en ese cuarto había 1000 perritos más observándolo tan fijamente como él los observaba a ellos. El perrito comenzó a mover la cola y a levantar sus orejas poco a poco. Los 1000 perritos hicieron lo mismo. Posteriormente sonrió y ladró alegremente. El perrito se quedó sorprendido al ver que los 1000 perritos también le sonreían y ladraban alegremente con él. Cuando el perrito salió de la casa se quedó pensando para sí mismo: “¡Qué lugar tan agradable! Voy a venir más seguido a visitarlo”.

 

Tiempo después, otro perrito callejero entró en el mismo sitio y se encontró entrando en el mismo cuarto. Pero a diferencia del primer perrito, este, al ver a los otros 1000 se sintió amenazado ya que pensó que lo estaban mirando de una manera agresiva. Posteriormente empezó a gruñir y, obviamente, vio cómo los 1000 perritos le gruñían a él. Comenzó a ladrarles ferozmente y los otros le ladraron. Cuando salió, pensó: “¡Qué lugar tan horrible es este! ¡Nunca más volveré a entrar allí!”.

 

En el frente de dicha casa se encontraba un viejo letrero que decía: “LA CASA DE LOS 1000 ESPEJOS”.

 

PARA ENTRAR EN EL CIELO NO ES PRECISO MORIR

 

Cuando entiendes y aceptas que todo lo que ves en la vida es un reflejo de lo que tú eres o, dicho al revés: eres lo que ves en los demás, entiendes la lógica y te haces consciente de la situación, ya que te muestra con claridad cómo estás tú por dentro. Puede ser algo duro aceptar que lo que te cae mal del otro está en ti. ¡Ufff!, pero eso te permite conocerte y actuar en consecuencia, para encontrar nuestros cielos. A esto se le llama “la ley del espejo”.

 

Esta famosa ley se divide en otras 4. En mi caso, lo que he hecho es adaptarlas a primera persona, de tal forma que nos las aplicamos a nosotros, en vez de a los demás.

1ª Ley: Todo lo que me molesta, irrita o quiero cambiar del otro, está dentro de mí.

2ª Ley: Todo lo que el otro me critica o juzga, si me molesta o hiere, está reprimido en mí y es necesario trabajarlo.

3ª Ley: Todo lo que me gusta del otro, lo que amo en él, también está dentro de mí.

4ª Ley: Todo lo que el otro me critica, juzga o quiere cambiar en mí sin que me afecte, le pertenece a él.

Todos los rostros del mundo son espejos. Decide cuál llevas por dentro y ese será el que mostrarás hacia fuera. Y de eso dependerá tu cielo.

 

En cada decisión y en cada pensamiento, en cada acción, en cada relación, el mundo solo va a reflejar lo que traemos dentro. Y lo que tenemos hoy en el planeta, no es muy grato que digamos. Esto quiere decir que tenemos que empezar por nosotros mismos, no al revés; dejar de culpar a los demás y empezar por nuestra propia casa. Esto es difícil de aceptar para la mayoría de las personas, ya que culpar a otros por las cosas que están mal en nuestras vidas se ha convertido en una práctica común. Seamos sinceros, ¡es mucho más fácil para nuestros egos culpar a alguien por lo que está mal en nuestras vidas que aceptar la responsabilidad!

Experimentar el cielo en la Tierra representa el momento en que eliges la paz y el amor como guías para manejar todas tus relaciones y vivencias. Esto no significa que en un determinado momento no sientas enojo; lo que ocurre es que no lo alimentas, sino que más bien lo sueltas y vuelves a encontrar lo mejor en ti, para ti y para ofrecer a otros, liberándote de viejos condicionamientos, soltando juicios y, sobre todo, limpiando el corazón. Así es que entiendes que, “para entrar en el cielo, no es preciso morir”.

MISCELÁNEO

Núm. 293 – Abril 2024