Revista Personae

EL BINOMIO DE LA DESGRACIA HUMANA

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Tan severas como trágicas en sus consecuencias globales, la pandemia por COVID, como la guerra declarada por Rusia a Ucrania –esta última se encuadra más en una respuesta rusa a Occidente–, el símil de tales atrocidades es que ambas terminan en muerte y exordio del exterminio de la humanidad. La primera sirvió de plataforma para impulsar las tecnologías digitales e inteligencia artificial y renovar su relación y explotación de la fuerza de trabajo en prácticamente todos los procesos productivos. La segunda representa el reacomodo de los bloques mundiales del capital que se disputan el dominio pleno del mercado internacional.

 

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Y en ese escenario las sociedades, los pueblos, quedaron proscritos de la estabilidad emocional, económica y político-social, ahora rehenes de las ambiciones de poder y dominio de las grandes potencias industriales que polarizan sus posturas respecto a cómo debe funcionar el mundo.

 

Indermit Gill, vicepresidente de Grupo de Prácticas Globales de Desarrollo Equitativo, Finanzas e Instituciones (EFI), de Banco Mundial, considera en un artículo publicado por el Instituto Brookings (8-03-2022) que “la guerra en Ucrania no podría haber llegado en un peor momento para la economía mundial, justo cuando la recuperación de la contracción causada por la pandemia había comenzado a debilitarse, la inflación estaba aumentando, los bancos centrales de las principales economías del mundo se estaban preparando para subir las tasas de interés, y los mercados financieros sufrían altibajos en medio de una enorme cantidad de incertidumbres”.

 

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Ésta, bien pudiera ser la síntesis de la mayor preocupación de los países que conforman el bloque occidental liderados por los Estados Unidos, puesto que conlleva un desorden intrínseco del dominio y control de los países pobres y los que están en desarrollo, porque esos mercados se contraen en la circulación de mercancías con dicha crisis, y eso los apremia a extender lo más posible su área de influencia y dominio sobre el resto de los países y las regiones globales. Aunque, esa pretensión es histórica: es la historia del desarrollo de la humanidad y que, por cierto, el signo de esas ambiciones son precisamente las guerras del neocolonialismo.

 

Indermit Gill explica en su artículo que “la pandemia sigue debilitando a numerosas economías en desarrollo. La recuperación saludable que han experimentado las economías avanzadas durante el año pasado, en gran medida ha eludido a las economías en desarrollo: para 2023, el nivel de producción económica en ella seguirá siendo un 4 % inferior al nivel proyectado antes de la pandemia. La deuda total de estas economías ahora alcanza el nivel más alto de los últimos 50 años. La inflación es la más elevada en 11 años, y el 40 % de los bancos centrales han comenzado a subir las tasas de interés para responder a la situación.

 

“La crisis de Ucrania podría hacer más difícil la recuperación de muchas economías de ingreso bajo y mediano.  Además de los precios de los productos básicos más elevados, es probable que los efectos colaterales lleguen a través de otros vectores: las perturbaciones en el comercio, las turbulencias financieras, y las remesas y la huida de refugiados. Es posible que los países más cercanos al conflicto, en virtud de sus fuertes vínculos comerciales, financieros y migratorios con Rusia y Ucrania, sufran el mayor daño inmediato. Pero los efectos podrían extenderse mucho más allá”.

 

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Esas situaciones que hoy se viven en Ucrania sintetizan la historia contemporánea, a partir de la Segunda Guerra Mundial, en el medio oriente, una parte de Asia y los países africanos por la injerencia belicista de los Estados Unidos, que pugnan por controlar y dominar esos mercados, ricos en la producción de energéticos y recursos mineros.

 

En el caso del conflicto Rusia-Ucrania, cifras del Banco Mundial precisan que un buen número de países en desarrollo de Asia central, Medio Oriente, Europa y África dependen en gran medida de esas naciones que hoy están en guerra, ya que les suministran 75 por ciento del trigo que importan.

 

En el artículo de Indermit, se destaca que Rusia es una fuerza importante en el mercado de energía y metales, toda vez que significa la cuarta parte del mercado de gas natural, 18 por ciento del mercado de carbón, 14 por ciento del mercado de platino y 11 del mercado de petróleo crudo.

 

Es decir, la región en conflicto resulta estratégica para el suministro de energía y alimentos en esa parte del mundo, tanto como lo son los Estados Unidos para el resto del planeta puesto que es el mayor importador y el segundo mayor exportador de bienes, así como el mayor importador y exportador de servicios comerciales a nivel global. Y que, por cierto, en las dos décadas de este siglo se ha visto seriamente lesionado por la presencia de las mercancías chinas, que avanzan de manera consistente en el mercado internacional restándole presencia y poderío a las empresas estadunidenses.

 

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Banco Mundial en sus estimaciones globales calcula que un aumento de 10 por ciento del precio del petróleo por varios años puede reducir el crecimiento de las economías en desarrollo que importan productos básicos en una décima de punto porcentual y los precios del petróleo han aumentado en más de 100 por ciento durante los últimos seis meses. “Si esta situación continúa, el petróleo podría restar 1 punto porcentual al crecimiento de los importadores de petróleo como China, Indonesia, Sudáfrica y Turquía”.

 

Esta guerra Rusia-Ucrania, a diferencia de los conflictos en Medio Oriente y África en los que es clara la intervención estadunidense, apunta hacia un retorno de la consolidación de los dos grandes bloques de países que se han enfrentado por el dominio del planeta desde la Segunda Guerra Mundial y que no pararán las hostilidades hasta lograr esa definición.

             

 

POLÍTICA

Núm. 293 – Abril 2024