Revista Personae

EL GOZO Y LA VIOLENCIA

La historia de Liset Rubín

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A menudo me pregunto por qué es más fácil mantenernos inmersos en emociones consideradas como “negativas” que mantenernos más tiempo en el gozo. He encontrado algunas respuestas en las neurociencias con la Dra. Nazareth Castellanos y otras en el misticismo en combinación con estudios psicológicos acerca de las emociones, como aquel que realizaron el Dalai Lama y el Dr. Paul Ekman. Lo más interesante es que hace algunos años, en la auto observación descubrí que cuando me sentía violentada, algo en mí se activaba. No hablo del cóctel de hormonas que se desatan con las situaciones violentas. Hablo de una “creencia” arraigada, de ‘si estoy sufriendo, cómo voy a gozar’. No hablo tampoco de masoquismo ni de gozar el sufrimiento como los santos. Me refiero a algo adentro de mí que me impedía reír, por ejemplo. No era reír de mi dolor, era reír de otras cosas ajenas a ese dolor provocado por la violencia. En pocas palabras, me tenía prohibido reír porque se trataba de sufrir. Otra cosa que me impedía el gozo era lo que podían pensar los demás si me reía a pesar del dolor, porque ya no creerían que en realidad también me dolía la violencia que estaba viviendo.

 

El gozo y la violencia

 

Actualmente, como terapeuta de liberación emocional me permito vivir mis emociones. Hay algunas que me cuestan más trabajo expresar, sin embargo, no las niego y busco la manera de sentirlas y permitir que salgan, que me aconsejen, que ayuden a moverme. Me di cuenta, que también puedo gozar otras cosas de la vida que no me están lastimando. Cuando digo “me permito vivir mis emociones” hablo en plural. Durante el día paso por diversas emociones con las situaciones que las provocan y los pensamientos que la detonan. Intento no quedarme tanto tiempo en una sola –a menos–, que sea algo que verdaderamente cimbre todo el ser. Me detengo a observar qué me quiere decir.

En el acompañamiento que hago en el grupo Guardianas del Gozo, he descubierto junto a otras mujeres que el Gozo es una ventana que nos permite asomarnos a nuestro interior y darnos cuenta cómo andamos en los asuntos de gozar la vida.

Cuando hay violencia, más cuando se presenta violencia extrema en la que hay golpes, abuso sexual, violación, tortura, es difícil imaginar una vida gozosa. Sin embargo, en la práctica de la propuesta de Guardianas del Gozo hemos accedido, a pesar del dolor por violencia, a considerar el Gozo en la vida, no sólo como una emoción también como una práctica, como acción, incluso hemos desarrollado nuestra propia filosofía del gozo.

Algunas guardianas han tenido alcances tales como reflexionar acerca del gozo, otras han alcanzado el gozo en la danza, unas más conectan con la palabra gozo al menos una vez al día. Otras mujeres ya lo piensan como una posibilidad, algunas ya lo están integrando en su actuar cotidiano. Hay quienes han tenido profundos insights (perspectivas) a partir de las dinámicas que propongo. Por lo mismo, invité a una de las participantes a escribir su experiencia y compartirla en este artículo:

“Yo soy Liset Rubín de Celis Leal, tengo 31 años de edad, y un camino recorrido a mi propia forma. Nací en una familia de contexto machista, violento y profundamente religiosa. Ha sido un desafío para mi aprender a construir mi propia feminidad, mi sexualidad, así como tener paz y confianza en el ser humano, particularmente el masculino de esta especie.

Siempre tuve la sospecha de haber sido abusada de pequeña, y conforme las piezas del rompecabezas iban manifestándose con distintas meditaciones, cursos de sanación, terapias psicológicas y psiquiátricas fui entendiendo mejor el porqué de mis enojos sorpresivos y mis depresiones inexplicables; el porqué de mi estructura física, e inclusive de mis impulsos sexuales intensos desde muy pequeña, vividos siempre desde el ocultamiento y la culpa, con una serie de etiquetas sociales como: zorra, puta, golfa, fácil e incasable.

Desde los 23 años de edad asisto y organizo círculos de apoyo para mujeres, practico el uso de huevo de obsidiana y huevo Yoni. He trabajado profundamente con el desorden energético que venía cargando en mi útero. Varios procesos fuertes se habían desenvuelto ya desde entonces, pero sabía que aun así había mucho que aprender”.

 

El gozo y la violencia

 

En Guardianas del Gozo a nadie se fuerza a gozar, a nadie se quiere cambiar, a ninguna se le quiere rescatar de la vida que consciente o no tan conscientemente ha decidido tener o que de alguna manera las circunstancias la han orillado a vivir y de la cual, muchas veces es casi imposible salir. En esta propuesta no se aborda a nadie a partir del trauma. A nadie se quiere curar, sanar o salvar. La Diosa Goza invita a las mujeres a integrar el Gozo en su vida, sea cual sea la forma en que la viven. A partir de esto, sin forzar a ninguna participante, se han destapado procesos terapéuticos en los que ya acceden al gozo y no solo a darse cuenta que hay un trauma. Y no solo “se dan cuenta”, también actúan en consecuencia, como Liset:

“A mis 31 años de edad, habiendo explorado arrebatadamente mi sexualidad para después aprender a respetarla a través del conocimiento ancestral de varias culturas, aun guardaba algo de miedo a la exploración sexual guiada, contenida y estudiada, porque una parte de mi me decía que era un lugar demasiado profundo.

Entré en la iniciación de Guardiana del Gozo con la expectativa abierta de saber qué encontraría en esas profundidades. Esperanzada de aprender a gozar la vida, mi cuerpo y mi mente, comencé a descubrir que tenía pánico al gozo profundo, que me aterraba profundamente sentir aquel placer que tanto había deseado, y que me generaba arranques de ansiedad, y culpa; así que, con mayor razón, ‘metí segunda’ en mi compromiso con las prácticas del curso. Me gusta aprender. Se me había advertido que estas técnicas podrían despertar memorias profundas, y que sanaría al respecto de ellas, pero no sabía yo a que nivel esto movería absolutamente todo lo que soy.

Comenzaron los recuerdos de violaciones y abusos sexuales, inclusive, tuve que pausar y distanciarme de mi pareja porque cada toque era volver a sentir, vivir y observar las escenas de abuso que viví cuando era apenas una niña de 3 años. Creer que se goza la violencia sexual es una de las emociones más tremendamente confrontativas que nos conducen a dañarnos profundamente y dañar a los demás a nuestro alrededor. La violencia sexual confunde, duele, y enferma pensar que en algún momento se puede gozar sin poder hacer nada al respecto. Entré en una crisis incontenible y Amaranta, mi guía, pudo apoyarme a distancia para contener y canalizar este proceso.

Con todo y lo vivido, ahora practico día con día el integrar el gozo a mi vida. Comienzo con cosas pequeñas como palabras, acciones sutiles donde me permito gozar no solo de mi cuerpo si no de mi vida en general, dejando de sabotear mi propia paz y felicidad por sentir culpa del gozo. Ahora me es más fácil convivir con las personas porque ya no invado mi propio gozo por el de los demás, también puedo disfrutar el gozo de otros, llámese la sonrisa de mi madre, hasta el aumento de sueldo de mi mejor amiga. También estoy profundamente agradecida con la pareja que elegí, quien también tiene un gran camino recorrido y sabiduría interna. Siempre me apoya, a pesar de que a veces le asustan mis procesos”.

Como terapeuta, en mis arranques de honestidad para conmigo misma, a veces me pregunto quién soy yo para decirle a alguien que tiene que curarse para encajar en la sociedad, si veo que la sociedad de consumo en la que vivimos nos orilla a enajenarnos en los medios electrónicos, en el televisor, nos orilla a mentir, a ocultar, a guardar secretos.

Constantemente me pregunto por mi labor de acompañamiento. Gracias a cuestionarme tanto llegué a la conclusión de que prefiero ser provocapeuta de procesos de autoexploración y autoconocimiento, para mí misma y para otras personas. Yo no soy quién para decirles cómo deben ser y encajar en la sociedad, en sus contextos familiares, laborales, académicos, etc. Soy una acompañante en su proceso de darse cuenta de conocerse, de amarse, de respetarse y ser congruentes, aunque a mí, a veces, se me cae la congruencia por la coladera. Por lo mismo, cada vez me aferro más a dejar de querer cambiar a las personas para que vivan según mi filosofía de vida y según los parámetros sociales, que de sanos me parece que tienen poco.

Por todo lo anterior y más, decidí gozar mi propio proceso de darme cuenta, entrar en acción y compartir mis experiencias bajo las terapéuticas que he aprendido, integrando el Gozo en todo mi quehacer, en mi vida cotidiana y en mis relaciones personales y terapéuticas.

 

El gozo y la violencia

 

Honro el valor que han tenido todas las Guardianas del Gozo para reconocerse en sus emociones, así como incluir el gozo y aferrarse al mismo. Honro a estas guardianas que están por cerrar el ciclo para abrir otro en el que iremos más un poco profundo.

Hoy, reconozco, admiro, aprecio y aplaudo el proceso de Liset. Agradezco su apertura para consigo misma, hacia conmigo y hacia un público que no conocemos, pero que sé que les tocará fibras sensibles con su experiencia. Porque las mujeres tenemos derecho al Gozo. Cierro este artículo con broche de gozo, con las palabras de Liset:

“Hay mucho que hacer: caminar el camino que elegimos, dejar de ser víctimas de nuestras sensaciones y emociones. Es urgente apropiarnos de nuestra historia y nuestros procesos, reescribir sobre esas heridas. Tatuarse decorando esas cicatrices, elegir estar orgullosas de seguir vivas y con opción de sanar”.

«Honro y agradezco a todas las personas en mi camino, las personas que permití que me dañaran y las personas que han estado ahí para tomar mi mano y mostrarme cómo en el universo, absolutamente todo se transforma, cambia, y NADA es permanente. Solo hay que respirar».

SALUD

Núm. 293 – Abril 2024