LA VIDA DE CARLOTA AMALIA
Después del Imperio Mexicano
1867-1927
- EXLIBRIS
- abril 2022
- Bernardo González
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“En vilo”, según el Diccionario esencial de la lengua española de la Real Academia Española, es una locución adverbial que tiene dos significados: “1. Suspendido, sin el fundamento o apoyo necesario. Sin estabilidad. // 2. Con indecisión, inquietud y zozobra”. Esa es la definición que dieron los académicos de la lengua en la edición de este tumbaburros en 2006. Creo que no está mal, pero siento que para el español que hablamos en México “en vilo” es más contundente, más enfático. Por ejemplo, el clásico libro de Luis González y González, Pueblo en vilo, cuya primera edición —en 1968– la hizo El Colegio Nacional y desde 1984 a 2016, su sexta reimpresión, corrió por cuenta de El Fondo de Cultura Económica, con un prólogo en el que el autor aclara que la comunidad de San José de Gracia, Michoacán, es un punto de la historia —entiendo “en el aire”—, “la geografía y la población de la República Mexicana que apenas ha comenzado a ser noticia en los últimos tres lustros”.
Hasta ahí el historiador, nativo de ese pueblo michoacano, estaba en lo cierto, pero nunca imaginó que su microhistoria atraería la atención de la prensa mundial (más allá de sus ediciones en castellano, dos en inglés, lo mismo que en francés), por una horripilante matanza (fusilamiento sumario, aunque los cadáveres de aproximadamente entre 15 y 17 víctimas, “no aparezcan”) a fines del mes de febrero pasado en una de las céntricas calles de San José de Gracia, su tierra natal y de muchos de sus familiares.
El criminal acto sucede en la mitad de un gobierno federal que ha fracasado brutalmente en sus promesas de controlar la violencia que asola el país desde hace más de un cuarto de siglo. México es un “país en vilo”, no solo San José de Gracia. Ese es el punto. Acabar con la delincuencia —del tipo que sea— requiere “una poca de gracia y otra cosita”, como, dice el son y no solo “abrazos y no balazos” refiere el sonsonete presidencial.
Para los oriundos de Michoacán y los descendientes de michoacanos —especialmente de los famosos “arrieros” de los rumbos de Cotija y sus alrededores (cuya historia escrita se la deben los profesionales del ramo a esos hombres y mujeres que recorrían por caminos increíbles toda la parte sur de México, vendiendo y comprando lo que necesitaban los mexicanos de aquellos tiempos), — Pueblo en vilo se ha convertido en una especie de Biblia que aviva los lazos genealógicos de los que tenemos conciencia de nuestros orígenes, sobre todo, como en mi caso, que en mis dos ramas —paterna y materna— emigraron por los caminos de Michoacán hasta llegar a la Cuenca del Papaloapan: Tierra Blanca, donde nací. Y donde, hasta la fecha, hay muchos habitantes descendientes de michoacanos.
Además, sin tener ningún lazo familiar con don Luis González y González, su obra ahonda, como ninguna otra que yo conozca, con los González de San José de Gracia, como debería de ser, siendo que el historiador nació en tan célebre lugar (y no por los crímenes que el Cartel Jalisco Nueva Generación comete ahora en esa zona michoacana).
Desde la primera ocasión que leí la obra de referencia, a principios de los años 70 de la pasada centuria, me llamó la atención la recurrencia a los González de San José, y sobre todo a los Bernardo González fueran Cárdenas, Horta, Pulido de segundo apellido. Da la casualidad, que mi tatarabuelo, mi bisabuelo y dos tíos abuelos se llamaron Bernardo. Para mayor coincidencia, también hubo en San José varios Guadalupe González, como el hermano (la oveja negra de la familia) de mi abuelo paterno Vicente González, todos ellos emigrantes de Cotija, no muy lejos de San José de Gracia, ambas tierras ganaderas, productores de leche, queso, mantequilla, requesón, carne, cueros, etcétera.
Tan grande era la producción de cueros que en la casa de mi abuelo Teodomiro Torres Alarcón, había una inmensa bodega, que a mí se me hacía inmensa, donde se almacenaban las pieles de ganado mayor cuyas paredes siempre estaban muy frías por las grandes cantidades de sal que se ponían a los cueros para que no se pudrieran, y después se pudieran curtir. En fin, que muchas páginas de Pueblo en vilo están dedicadas a los Bernardo González de San José de Gracia, gran incentivo para mi lectura. Simple acotación. El gusto por el Ego.
Digresiones aparte, tres escritores diferentes clasifican, a su manera, la relevancia de Pueblo en vilo: el quintanarroense Héctor Aguilar Camín, lector desde la primera edición del libro afirma: “Las páginas de este libro dicen más del proceso histórico de la vida mexicana que mil obras dedicadas a hilar las calamidades palaciegas de las élites”. Por su parte, el historiador veracruzano Enrique Federico Florescano Mayet, originario de Coscomatepec de Bravo, Veracruz —lugar que bien merece su Pueblo en Vilo—, expone: “Para la historiografía mexicana la aparición de Pueblo en vilo fue un parteaguas memorable y radical, un giro de 180 grados en los sujetos, los temas y los medios de pensar y escribir la historia entonces en uso. Por primera vez las vidas oscuras de miles de pobladores de aldeas remotas se convirtieron en los sujetos de la narrativa histórica más sofisticada”. Y, Jorge Fabricio Hernández, que en sus primeros días de escritor fue muy allegado con don Luis González y González visitando San José de Gracia donde se familiarizó con el tío Honorato, la tía Luisa y el tío Bernardo (todos González, por supuesto) reflexiona: “Aunque se trata de una minuciosa Micro historia local, se lee como una hermosa historia universal; aunque sabemos que su asunto, personajes, fechas y paisajes son verídicos, se lee como uno de los libros más entrañables de la literatura mexicana, no sólo de nuestra historiografía”.
“Pueblo en vilo —dice Jorge F. Hernández—cambió la historia de la historiografía…y su lectura (y relectura) confirman para cualquier lector que lo lleve en sus manos, será uno de los más bellos e importantes libros en prosa de la literatura mexicana y punto…”. “En medio de un pueblo en vilo que hoy se baña en sangre y que no merece la majadería altanera que se ha expresado de sus tejados y habitantes, de sus muertos y sus querellas, de sus fantasmas e historias”.
Por mi parte, creo que Pueblo en vilo es historia local, historia comprobable, verídica, y que el autor, por sus dotes de escritor, logró una gran obra literaria. Literatura de muchos quilates. En pocas palabras: un clásico del idioma español pergeñado en México.
Por su parte, el historiador y escritor nativo de Chetumal, autor de La frontera nómada: Sonora y la Revolución Mexicana (1977), que también es otra “historia”, en una reciente columna periodística, Día con Día, escribió que San José de Gracia, “Era uno de tantos pueblos olvidados de México, vuelto la materia de un historiador cabal dueño de su oficio y de un pluma inspirada, capaz de universalizar la pequeña historia de un caserío de doce mil habitantes que no había cumplido aún los cien años”… ”No había tenido lugar ahí, ninguna batalla famosa, no se había firmado el plan de ninguna rebelión, ni había nacido ningún prócer”.
“Luis González vino al mundo —agrega Aguilar Camín—, el 11 de octubre de 1925 precisamente ahí, en San José, “un pueblo alto, minúsculo, ganadero y creyente, que sólo se unía a la República mexicana por su lengua, su religión y su odio al gobierno comecuras”. Como cualquier otro pueblo de Jalisco, Guerrero, Puebla, Oaxaca o Veracruz. Semejante a mi pueblo, donde un día, lejano ya, similar a Fuenteovejuna, la de López de Vega, detuvieron al alcalde, de nombre Luis David, lo desnudaron, lo rociaron con brea, emplumándolo, lo montaron en un burro, lo metieron a la presidencia municipal construida de madera, lo encerraron y le prendieron fuego. Y sanseacabó.
De manera casi profética, cita Aguilar a Luis González que escribió: “Había en ese pueblo muchas razones para sufrir: frío, miseria, robots asesinatos, desaparición de animales, muertes violentas, usureros, plagas, sequías y peleas que las más de las veces terminaban mal”. Casi casi como sucede en pleno siglo XXI.
Explica Aguilar: “Dice Tácito que la historia ha de contarse sin afición ni odio. Luis González contó la historia de su pueblo sin otra afición que a la verdad y sin otro odio que a las plagas de la historia patria: la guerra, la violencia, la intolerancia, la discordia, el abuso, la pobreza y el desprecio de los de arriba por los de abajo”.
Siempre y cuando alguien no “tenga otros datos”.
Que San José de Gracia exista, y que haya servido de inspiración para que uno de sus preclaros hijos concibiera un libro como Pueblo en vilo no es mera casualidad en México, aunque los casos no abundan. Muchos son los párrafos relevantes del libro en cuestión. El espacio no permite reproducirlos. No bastan citas, hay que leerlo completo, no solo los que nacimos en la provincia. Es una lectura obligada, por gusto a la literatura y la curiosidad por conocer nuestros orígenes. Los tiempos que corren hacen necesario no creer en las mentiras mañaneras. Ya es más que suficiente saber que “el pueblo mexicano está en vilo”, y que el flautista de Hamelin que nos tocó en mala suerte, encamina a los que ya aprendieron a extender la mano para ganarse la garnacha por senderos que desembocan en el abismo.
Como despedida, va el siguiente párrafo: “Al otro día a los muertos principales se les dice misa de cuerpo presente en el templo; se les rezan sus responsos y se les conduce al camposanto al frente de una larga procesión. Cuatro hombres cargan con la caja, o más, si el difundo es muy gordo… Ya de vuelta todos se quitan su máscara de solemnidad; se meten el sombrero y hablan de tiempo, vacas y cosechas… Las demás ceremonias fúnebres, la novena de rosarios rezada los días siguientes a la sepultura, el luto de la viuda, los hijos y los hermanos del difundo, la celebración de las misas por el eterno descanso del desaparecido, son menos solemnes y concurridas que antaño. El ritual de la muerte tiende a simplificarse. Ya no hay viudas que duren de luto tres años o toda la vida, ni las oraciones por el muerto son tan numerosas ni prolongadas. Quizás sea porque no se cree que las almas de sus difuntos han ido a parar al purgatorio. Nadie concibe el cielo sin sus parientes y amigos”.
Y ese México que se creía desaparecido, reapareció hace pocos días en San José de Gracia, el Pueblo en vilo.