Revista Personae

A LOS 94 AÑOS DE EDAD,
MUERE MILAN KUNDERA

Autor de “La insoportable levedad del ser” 

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Entre segundo y segundo, fallecen diariamente millones de personas que no nos importan absolutamente nada, aunque los medios de comunicación a veces cuenten maravillas de los difuntos. Si creen que exagero revisen algunos periódicos dizque nacionales de hace dos o tres días y verán lo que ha sucedido en los últimos días en nuestro país. En un caso cuentan que una comentarista de televisión y de radio fue, casi casi, la madre de Umberto Eco, aunque simplemente fue una más del “maldecir azteca”. En otro, peor, la desprestigiada y corriente “clase política mexicana”, si es que esto existe, lloró como las desaparecidas plañideras autóctonas, junto con no pocos “columnistas” que le hacen el juego al “mesías tropical” que acaba de toparse con su némesis, la muerte de un vividor profesional que navegó en las ubérrimas aguas de la “política nacional” durante nada menos que seis décadas (sesenta años bien despachados, lo que hace pensar “¡cómo aguanta el pueblo mexicano a tanto cabrón que no soporta ni un día vivir fuera del presupuesto porque eso es “vivir en el error”, dijera el Tlacuache tuxpeño César Garizurieta), “doctorándose” en el chapulineo mexicano, saltando de partido en partido y cobrando de puesto en puesto, lo que hizo creer que eso lo convertía en el remedo de un personaje inglés como Winston Churchill, así lo compararon algunas de las mejores plumas periodísticas mexicanas. Los nombres poco importan, todo mundo sabe a quien me refiero. Sin embargo, sí hay otros difuntos que motivan pergeñar algunas líneas sobre su pase al otro mundo.  

 

Milan Kundera, autor de “La insoportable levedad del ser”

 

Por razones de la vida entre escritores, editores y otros personajes del mundo de los libros, siempre que salía a colación el nombre de Milán Kundera (Brno, Checoslovaquia, 1929), recordaba a Fernando Valdés, un buen amigo, editor excepcional, de esos que ya no hay, que sin hacer mucha boruca fue el principal promotor de Kundera en México. Por recomendación de Fernando, propietario de Plaza y Valdés editores, conocí a Kundera y su obra, hace más de cuatro décadas. Y, con la tutela del inolvidable periodista potosino Benjamín Wong Castañeda, a la sazón director de El Sol de México, en el suplemento de libros de ese periódico publiqué varios reportajes sobre la novelística del exiliado Milan Kundera en París.  

 

 

Por esas razones, ese periódico mexicano, sin ínfulas intelectuales de izquierda —esa izquierda que siempre tiene la razón y la verdad, porque así lo dictamina su Biblia apócrifa—, dio cuenta que hubo una época, en la Europa de fines del siglo pasado, en que el sentido de la moral de las clases liberales y creativas estuvo marcada por los libros de Milan Kundera. “¡El optimismo es el opio del pueblo! ¡Cualquier atmósfera saludable apesta! ¡Viva Trotsky!”, escribió Kundera en La broma, su primera novela (1968) —el año central de muchos países en el mundo, cuando México empezó a darle la espalda a su historia revolucionaria de 1910–, y en esas tres frases, que, en efecto, eran una broma que se dirigía a la tragedia, ya anunciaba toda su literatura. Las notas necrológicas anunciaron que el gigante literario solitario había muerto el martes 11 de julio a los 94 años de edad en Ciudad Luz, la capital francesa que lo acogió en 1975, cuando el gobierno checoslovaco lo envió al exilio.  

 

Bien dice Luis Alemany, el corresponsal de El Mundo en Madrid, cuando cuenta que el escritor checo fue otro más de los grandes autores internacionales que nunca recibió el Nobel de Literatura, y que fue un activo militante contra el comunismo desde su exilio en Francia.  En español, no solo fue la Editorial Tusquets la que publicó a Kundera, antes lo hizo Plaza y Janés, que Fernando Valdés representaba en México. Por eso, “la broma de La broma era cosa de amor y política porque su personaje, Ludvik John, era un estudiante checo, virtuoso militante del Partido Comunista, que en su cortejo a Marieta, su pretendida, le enviaba unas notas chistosas en las que pretendía presentarse como un rebelde: “¡Viva Trotsky!”. Por desgracia, Marketa, la guapa Marketa, era una mujer cuya principal característica era la ausencia de sentido del humor y eso hacía que la broma de Ludvik cayera en las manos equivocadas. Entonces, el buen comunista iniciaba su caída en desgracia, una sucesión de sesiones de autocrítica que, paso a paso, se iba volviendo una ceremonia de teatro absurdo”.  

 

Milan Kundera, autor de “La insoportable levedad del ser”

 

Kundera insistió muchas veces en que ese absurdo de sus libros habla del amor y del sexo, no del comunismo, pero siempre fue difícil abstraerse de la lectura política. Por edad, a Kundera le tocó vivir la desestalinización de su país en su década de veinteañero y pasar la Primavera de Praga con 39 años. Ingresó en la Universidad y fue expulsado. Se empleó en trabajos manuales y deambuló en las afueras de la cultura de su país. Vino una época de malos tiempos. Pero hubo varios libros intermedios. Hasta que su tiempo fue el momento de Kundera. La insoportable levedad del ser (1984) fue la novela de aquel año en el Viejo Continente (que parecía nuevo) y la expresión más compleja de la literatura kunderiana 

 

Las primeras líneas del libro en cuestión dicen: “Si la Revolución francesa tuviera que repetirse eternamente, la historiografía francesa estaría menospreciando orgullosa a Robespierre. Pero dado que habla de algo que ya no volverá a ocurrir, los años sangrientos se convierten en meras palabras, en teorías, en discusiones, se vuelven más ligeros que una pluma, no dan miedo”. 

 

Milan Kundera, autor de “La insoportable levedad del ser”

 

La insoportable levedad del ser es a las veces una novela erótica y filosófica y una memoria sin énfasis ni dramas de la Primavera de 1968 en la capital checa, de la invasión soviética. Llegó en el mismo año que El nombre de la rosa, de Umberto Eco, y entre los dos libros quedó definida una forma de rebeldía solitaria, irónica y apolítica propia del fin del siglo pasado.    

 

Posteriormente, llegó un libro más de relatos, La inmortalidad; fue entonces que Kundera hizo a un lado su idioma original, el checo, por el francés que le abrió las puertas para vivir y escribir, e inició la segunda mitad de su carrera literaria. Kundera siguió escribiendo hasta 2013 y después su voz se fue apagando. La memoria también, cuestiones de la edad. Como ya no concedía entrevistas nadie sabrá si se sintió pasado de moda en su última década de vida, en los años que el mundo volvió al énfasis y el moralismo. Si los lectores lo olvidaron, creo que todos le debemos un desagravio. Hay que leerlo o releerlo. Fue un gigante literario solitario. VALE. 

CULTURA

Núm. 293 – Abril 2024