Revista Personae

EX LIBRIS

La trilogía de Auschwitz; de Primo Levi, el “ciudadano de raza judía”.

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Si alguien pudo considerarse un auténtico escritor capaz de descubrir la parte inhumana de muchos “seres humanos”, ese fue Primo Levi (1919-1987), el “ciudadano de raza judía” —como él mismo se clasificó al ser aprehendido por los nazis para ser conducido a un campo de exterminio—; llegó al mundo en el seno de una familia judía asentada en Turín, Piamonte (Italia), donde moriría 68 años después. El gran acierto de Levi fue graduarse, a los 22 años, como químico en la Universidad de Turín, lo que le permitiría sobrevivir al Holocausto y desarrollar exitosamente su creación literaria más allá de lo que cualquier escritor hubiese jamás imaginado. Por participar en la Resistencia antinazi fue deportado al campo de exterminio de Auschwitz, donde asesinaron a más de un millón de judíos, por lo menos.

 

Después que las tropas soviéticas liberaron ese campo ubicado a 60 kilómetros de Cracovia (Polonia), en los primeros días de enero de 1945, Levi regresó a su ciudad de origen en Italia, tras un azaroso periplo por el Este de Europa. Con el título de Se questo e un uomo (Si esto es un hombre), en 1947 publicó su primer testimonio escrito sobre los lugares de exterminio nazis, obra que se ha clasificado como el libro fundacional de la literatura concentracionaria (la universalidad del fenómeno de los campos de concentración hitlerianos). Dieciséis años más tarde, en 1963 vio la luz La tregua (La tregua), y en 1986, i sommersi e i salvati (Los hundidos y los salvados), un año antes de su trágica muerte, dos volúmenes imprescindibles que completan esta Trilogía de Auschwitz, cuya quinta impresión apareció en un manuable tomo de 652 páginas en la otrora famosa Colección Austral, Barcelona, en marzo de 2022. El cual es la razón de esta EX LIBRIS.

 

 

En los inquietantes momentos que vivimos, los libros de Levi son de urgente lectura pues la Humanidad está al borde un futuro impredecible, que por desgracia no es nada halagüeño. ¡Ojalá me equivoque!, pero hay líderes mesiánicos que convencen a los “pueblos buenos y sabios, que, sin embargo, no son ni lo uno ni lo otro, pero que convencidos de estas bondades dan paso a nefandos personajes de cuyos nombres, se dijera en Don Quijote de la Mancha, “no quiero acordarme”. México bien puede ser “Un lugar de la Mancha”.

 

Si esto es un hombre

 

Al inicio de Si esto es un hombre, Levy escribe: “…este libro mío por lo que se refiere a detalles atroces, no añade nada a lo ya sabido por los lectores de todo el mundo, sobre el inquietante asunto de los campos de “exterminio”. No lo he escrito con la intención de formular nuevos cargos; sino más bien de proporcionar documentación para un estudio sereno de algunos aspectos del alma humana. Habrá muchos, individuos o pueblos, que piensen, más o menos conscientemente, que todo «extranjero es un enemigo». En la mayoría de los casos esta convicción yace en el fondo de las almas como una infección latente…La historia de los campos de exterminio debería ser entendida por todos como una siniestra señal de peligro”.

 

Con esta aclaración, Levy empieza a contar sus terribles experiencias. “Me parece superfluo añadir que ninguno de los datos ha sido inventado”. 

 

En esta edición de la Trilogía…, el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, Antonio Muñoz Molina, incluye una semblanza del autor con el título “Primo Levy: el testigo sin descanso”, en la que presenta algunos datos que ayudan a entender la personalidad del personaje; los citamos con el propósito de que el lector amplíe el conocimiento del “escritor, judío, superviviente de Auschwitz: cabría decir que estos tres rasgos definen la identidad y el destino de Primo Levy, pero es muy revelador de su carácter que en ninguno de los tres se instalara con comodidad. O sin incertidumbres”.

 

 

Resalta Muñoz Molina: “Su condición de judío no era menos problemática que la de escritor. No hablaba hebreo, no había recibido una educación ni vivido en una comunidad tupida y segregada, consciente de su diferencia, orgullosa de su tradición propia. La tradición judía la investigó Primo Levy después de volver de Auschwitz: el signo indeleble de su identidad judía en el número de prisionero tatuado en su antebrazo (BGS: 174,517).

 

Como a tantos europeos de su clase y de su generación  —dice Muñoz—, a Levy lo volvieron consciente su condición de judío las soflamas nazis y fascistas sobre pureza de sangre y las leyes raciales, que en la Italia de Mussolini se promulgaron en 1938, cuando él tenía 19 años, si bien su aplicación no tuvo la saña sistemática ni el grado de consenso y obediencia social que las volvió tan mortíferas en Alemania y en Austria, o en la misma Francia de Vichy, que era un país mucho más peligroso para los judíos que la Italia de Mussolini.

 

De ahí lo venenoso que pueden resultar las mentirosas arengas que se difunden desde las “mañaneras” dentro de Palacio Nacional. De tanto repetir las mismas mentiras se “vuelven” verdades: vieja regla nazi: “mentira, mentira, mentira… (ad Infinitum) …se trueca en “verdad”. En varias de las entrevistas que concedió, el futuro escritor se definía a sí mismo “como tres cuartos italiano y un cuarto judío”, aunque ese cuarto era irrenunciable para él. Cuando viajaba a EUA, donde las identidades colectivas son mucho menos flexibles y poderosas que en su lugar de nacimiento, se extrañaba mucho de que el judaísmo fuera considerado la parte más relevante de su identidad de escritor”.

 

Por lo mismo, la incomodidad que esa afiliación obligatoria le provocaba coincidía con la libertad de sus opiniones sobre el Estado de Israel y la política de sus gobernantes. El núcleo del judaísmo decía, no estaba en el nuevo Estado judío, como pontificaban los sionistas, sino en la Diáspora (la aliá a Eretz Israel). Esta posición y otras ideas semejantes, hicieron que sus relaciones con la comunidad judía estadounidense y con la opinión pública israelí fueran por momentos muy difíciles, y acentuaran en Primo una tendencia al aislamiento y a la desolación en sus últimos años, lo que según una opinión casi generalizada tuvo mucho que ver con su posible suicidio. Algo parecido le sucedió como superviviente y testigo de Auschwitz. Se consagró a narrar su terrible experiencia y sostener la memoria de los campos nazis y a reflexionar sobre sus crudelísimas vivencias, pero nunca se victimizó como lo hicieron tantos otros en libros que por lo mismo no trascendieron más allá de una edición mimeográfica. “Toda víctima debe ser compadecida, todo superviviente debe ser ayudado y compadecido, pero no siempre pueden ponerse como ejemplo sus conductas”, concluía.

 

Estoico, si se quiere, al grado de que le desagradaba la palabra Holocausto y su sinónimo hebreo Shoah, porque veía en ellas el propósito de encontrar un sentido de sacrificio sublime o de pasión religiosa a lo que no había sido más que un innoble y repudiable proyecto político de sometimiento y destrucción de los seres humanos.

 

Sobrevivir, escribió y repitió en infinidad de ocasiones, no había sido un mérito, y mucho menos una experiencia espiritual ennoblecedora o redentora, sino un caso fortuito del que se beneficiaron sobre todo quienes pudieron lograr en los campos algún privilegio, por ínfimo que fuera, o los que accedieron a cooperar en mayor o menor grado con los verdugos. Quizás esto fuera una exageración o una prueba de humildad sobrehumana que muy pocos, como Levy, resaltaban en un gesto que lo impulsaba a sentir vergüenza por haberse salvado y no cualquier otro. Muchos sobrevivientes sufrieron ese “sentimiento”. ¿Por qué yo y no los demás?

 

“Un orden infernal como era el nacionalsocialismo ejerce un espantoso poder de corrupción al que es difícil escapar”, reflexionó. Los que llegaron al final del horror, los más débiles de todos, no sobrevivieron. “Al cabo de los años —dice en Los hundidos y los salvados—, se puede afirmar hoy que la historia de los Lager ha sido escrita casi exclusivamente por quienes, como yo, no han llegado hasta el fondo. Quien lo ha hecho no ha vuelto, o su capacidad de observación estuvo paralizada por el sufrimiento y la incomprensión”.

 

 

Primo Levy coincide, según Muñoz Molina, con el ya fallecido Claude Lanzmann —el judío francés autor del documental Shoah, de nueve horas y media, y del volumen de memorias La liebre de Patagonia, entre otros títulos—, que también detestaba el término religioso Holocausto, y que ha insistido en la paradoja de que lo que ocurrió de verdad nunca podrá saberse, por mucho que se escriba, se recuerde y se hable sobre los campos: igual que nadie ha vuelto de la muerte, nadie volvió tampoco de las cámaras de gas, nadie podrá contar qué se sentía en medio de una mescolanza de cuerpos desnudos amontonada en la absoluta oscuridad, oliendo el Zyklon B y escuchando su silbido según se abrían las espitas y empezaba a infectar el aire.

 

En la médula de la obra entera de Primo Levy está la huella de la persecución de los judíos y de los campos de exterminio. Pero es en la trilogía compuesta por Si esto es un hombre, La tregua y Los hundidos y los salvados donde se concentra el esfuerzo máximo de la rememoración de este irrepetible autor, y también su esfuerzo más sostenido y sistemático de reflexión sobre una experiencia que por su propia naturaleza sería indescifrable y casi imposible de transmitir y de creer.

 

Sin la deportación, sin Auschwitz, reconocía Levy, probablemente habría sido siempre un escritor frustrado, un químico con insatisfechas y vagas inclinaciones literarias, un hombre tímido y dócil a las convenciones de su clase social y de su oficio, una de esas personas que pueden pasar satisfactoriamente la vida entera sin salir del ámbito en el que nacieron, que los alimenta y quizás también los narcotiza, que les permite desarrollar sin inseguridad ni apuro sus capacidades personales. Químico de día, escritor de noche, muchas veces Primo Levy dijo de sí mismo que se veía como una criatura que es dos cosas a la vez y no acaba de ser del todo la una ni la otra. Pero lo que sí fue tan señalado, tan visible, un judío, un escritor, un superviviente de Auschwitz.

 

Ante sus ojos, querido lector, está la Trilogía de Auschwitz. VALE.

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