Revista Personae

«SI NO SALVAMOS LOS CLÁSICOS Y LA ESCUELA, LOS CLÁSICOS Y LA ESCUELA NO PODRÁN SALVARNOS»

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En momentos de crisis, como los que vive México, no hay que esperar que los que tienen el poder en las manos «salven a la patria». Que ellos continúen con sus cuentos y patrañas, y que sus paniaguados continúen viviendo de las limosnas que les tiran en sus temblorosas manos pedigüeñas. Ni son todos los que están, ni están todos los que son. Cada quien, sin caer en la tontera de diferenciar, a fuerza, con los y las, que asuma la responsabilidad que le corresponde y que haga lo que sabe hacer. Por lo que a «mi menda toca», dijeran los gitanos, tengo fe ciega en los libros, en la letra impresa, en la cultura en general y por ahí debo de seguir. Lo demás son cuentos.

En esta EX LIBRIS, volvemos con otra obra de Nuccio Ordine, el escritor y profesor italiano que dicta cátedra en la Universidad de Calabria, su provincia natal. Hace varios meses nos deleitó con La utilidad de lo inútil. Manifiesto, ahora se trata de Clásicos para la vida. Una pequeña biblioteca ideal, una joya encapsulada en 178 páginas; $408.00; publicada, como la anterior, en Acantilado, una de las mejores editoriales del mundo de habla hispana. Sin más, al toro.

En el momento de escribir mi colaboración para Personae, el gobierno de la 4T presume a la nueva titular de Educación Pública, cuyo nombre más vale no recordar porque en su primera entrevista con una periodista de televisión no supo explicar cómo sería la clase de aritmética, en el segundo año de primaria, siendo que el gobierno federal en el ciclo escolar que recién comienza, estrena la «Nueva Escuela Mexicana», que, bien a bien, nadie sabe de qué se trata. Así se las gastan los de la Cuarta Transformación.

 

Bernardo González Solano

 

El libro de Ordine empieza con dos citas. La primera, de la escritora de origen belga, Marguerite Cleenewerck de Crayencour, conocida como Marguerite Yourcenar (1903-1987): «El verdadero lugar de nacimiento es aquel donde por primera vez nos miramos con una mirada inteligente; mis primeras patrias fueron los libros»; y, la segunda, de Albert Einstein: «Sólo es digna de ser vivida la vida que se vive para los otros». Frase que explica por qué escribo esta EX LIBRIS: simple y llanamente por gusto y amistad. A veces inadvertida.

Los libros de Ordine llaman la atención porque además de estar muy bien escritos, aún ya traducidos del italiano al español, tratan temas que no son comunes en la Literatura moderna. El leitmotiv de este volumen es más que claro: «Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído»: ninguna frase podría expresar mejor el sentido de mi trabajo que los dos versos con los que Jorge Luis Borges abre el poema titulado «Un lector» en su Elogio de la sombra. No me atañe, ciertamente, la declaración de modestia de uno de los mayores escritores del siglo XX, pero sí el acento en la vital importancia de la lectura, que traduce bien el espíritu con el que he concebido Clásicos para la vida: garantizar que todo el escenario esté ocupado por los textos citados y no por los breves comentarios que los acompañan».

 

Bernardo González Solano

 

El profesor italiano explica que durante tres lustros como maestro de Literatura ha leído a sus alumnos breves citas de obras en verso o en prosa, no como parte del curso normal, sino como una ampliación de lecturas de autores clásicos –griegos y latinos–, algo que el maestro logró pues a la postre muchos decidieron leer completos en el idioma original y no en traducciones modernas.

 

Algo sabe Nuccio, pues la citada Yourcenar, en su conocida novela Memorias de Adriano, en su momento éxito de librería, refirió: «Casi todo lo que los hombres han dicho de mejor lo han dicho en griego», y en latín yo agregaría. El escritor calabrés abunda: «Las grandes obras literarias o filosóficas no deberían leerse para aprobar un examen, sino ante todo por el placer (algo que los «teóricos» de la 4T no entienden, BGS) que producen por sí mismas y para tratar de entendernos y de entender el mundo que nos rodea. En las páginas de los clásicos, aún a siglos de distancia, todavía es posible sentir el latido de la vida en sus formas más diversas. La primera tarea de un buen profesor debería ser reconducir la escuela, la universidad a su función esencial: no la de producir hornadas de diplomados y graduados, sino la de formar ciudadanos libres, cultos, capaces de razonar de manera crítica y autónoma».

 

De cierto, los libros nos transforman, suele decirse. Un pasaje, una línea, una frase por breve que sea, «puede despertar la curiosidad del lector y animarle a leer una obra que cambie su vida para siempre». Ese es el poder de la literatura, de la letra, en general, «que no sólo nos abre horizontes, sino que deposita en nosotros, de manera lenta pero constante, la clave para entender la vida».

 

En su obra, el profesor calabrés propone descubrir o recordar a los clásicos de siempre, pero irrepetibles. Los que son, lo son para siempre. Y han servido como maestros de todos los tiempos: Platón, Hipócrates, Ariosto, Maquiavelo, Goethe, Giordano Bruno, Dickens, Miguel de Cervantes, Gracián, Homero, Plauto, Balzac, Montesquieu, y tantos otros que en el mundo han sido.

 

Reflexiona Ordine: «Muchas veces hemos constatado que nuestro amor por literatura, por la historia o las matemáticas, es inseparable de un profesor o una profesora en concreto. No se puede entrar en clase sin una buena preparación. No se puede hablar a los alumnos sin amar lo que se enseña. Una pedagogía rutinaria acaba por matar cualquier forma de interés. Por ello, tiene razón George Steiner cuando recuerda que una «enseñanza de mala calidad es, casi literalmente, un asesinato».

 

Cuando recuerdo los maestros que tuve desde el kinder –con maestra de piano ex profeso, allá en el «lejano oeste veracruzano», algo casi increíble, cuando se edificaba el México «moderno», sin absurdos mesías tropicales y «maestras delfinescas»–, en la primaria para hijos de ferrocarrileros, o en la secundaria en internados federales, o la preparatoria fundada en tiempos de Juárez y en la UNAM, me pregunto ¿dónde están o qué se hicieron? No es posible que la burocracia mesiánica los haya desaparecido. ¿O sí?

 

Nos cuenta el autor:  «Basta con leer la conmovedora carta que Albert Camus dirige a su maestro de Argel, Louis Germain, para entender de qué modo un magnífico y apasionado docente cambió la vida de un estudiante nacido en el seno de una familia paupérrima. Tras llegarle la noticia de la concesión del premio Nobel de Literatura, Camus siente la necesidad de dar las gracias a su madre con un afectuoso telegrama, y a continuación, el 19 de noviembre de 1957, a quien había hecho posible su formación escolar. Sin padre (muerto en la guerra), el pequeño Albert se había criado gracias al sacrificio de su madre (casi sorda y analfabeta) y de su abuela. Y precisamente contra la opinión de esta última, que empujaba al nieto a encontrar de inmediato un trabajo con el que ganarse la vida, Germain lo preparó gratuitamente para que pudiera optar a una beca en el liceo Bugeaud de Argel. Camus tenía apenas once años. Treinta y tres años más tarde, al recibir el más prestigioso reconocimiento destinado a un literato, siente el apremio de expresar todo su afecto al educador que le había ofrecido la oportunidad de llegar a ser lo que era».

 

La misiva en cuestión dice: «Querido señor Germain: Esperé a que apagara un poco el ruido que me ha rodeado todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño que era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, no hubiera sucedido nada de todo esto. No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continúan siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido. Lo abrazo con todas mis fuerzas».

 

«Muy poco después, el 10 de diciembre, Camus dedica al mismo Germain el discurso pronunciado en la ceremonia de Estocolmo, en el que afirma con la máxima claridad que la misión principal de un escritor debe ser hablar por cuenta de quienes, sufriendo en silencio, no pueden hacerlo».

 

Albert Camus fue un pobre afortunado. Muchos otros pobres de la Tierra tuvieron la fortuna de cruzarse en la vida con un maestro como el señor Germain. Un maestro como el que tuvo Camus decide todo, con o sin Premio Nobel. De eso se trata, de contar con maestros de excelencia, que no doblen la cabeza ante el Jefe poderoso, para «enseñar» que todo «se le debe al líder de la Transformación, al que solo le importa pasar a la historia nacional».

 

El ejemplo de Camus y su maestro es excelente. Mejor no lo habría encontrado Nuccio: «Se trata de un elocuente ejemplo de lo que debería entenderse auténticamente por buena escuela: la plena dedicación del maestro, apasionado hasta el punto de entregar la vida a los alumnos con el objetivo de respetar «lo más sagrado que hay en El Niño: el derecho a buscar su verdad… un pequeño milagro que se repite cada día en cada escuela de cada país, rico o pobre, del mundo».

 

No es necesario recomendar la lectura del libro de Ordine. Imperativa es su lectura. VALE.

CULTURA

Núm. 293 – Abril 2024