Revista Personae

LA NIÑA DE LOS SIGLOS, LETICIA LUNA

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La poesía en nuestros días parece galleta vieja, pero son los ojos y la lengua quienes saben catar el misterio del medio día, el déjà vu, la eternidad atrapada en la tercera dimensión que a través de la transmutación del lenguaje nos lleva a la quinta. Nuestra protagonista es aventurera, danzante, exploradora y poeta, reivindica a la Luna de Leticia, que en catalán diríamos lluna con doble L, como las lunas de Saturno que se duplican y triplican dependiendo la lente.

 

Salvaje en sus palabras, dulce en su tesitura y cierta timidez en su voz que se acerca más a la sencillez de una mujer que conoce la dimensión de la vida, “somos polvo, somos nada, somos partículas de sol”. ¿Para qué zapatear tanto la vida si acabamos siendo metáfora? Luna nos sumerge a una alegoría fantástica que sabe gozar las noches, días, los sabores y texturas. A “La canción del Alba”, el poeta Ernesto Cardenal le hubiera cantado: “Tus ojos son una luna que riela en una laguna negra”, por eso la Luna solar nos entrega un ritmo de lances íntimos donde predomina el canto a la vida.

 

La niña de los siglos, Leticia Luna

 

Desde San Cristóbal de las Casas hasta Baja California Sur, su voz ha quedado impregnada entre raíces, ranchos y riachuelos para verter sus versos en bibliotecas, menguando la sed de los poetas. Hoy recibimos de su mano este poemario de editorial Parentalia con ilustración de Gerardo Torres. Su poesía no nace de un estado anímico, proviene del rigor de sus lecturas y sus contemplaciones cósmicas: La paloma ronda la tumba que habita la poesía. García Terrés en los infiernos del pensamiento, evidencia el psicoanálisis en su generación: “eso es solo una ideología para controlar masas”, comentaban algunos estudiantes, pero después de tantos años en un momento incierto, Luna se deja tumbar en el diván y para que un desconocido interprete sus sueños. Luna sensible se desinhibe frente a la hoja blanca, con un matiz erótico, pero con un temple filosófico. La virtud y la verdad por la que vivió Mokichi Okada, que corona la belleza y retoza entre letras. En su extravío emerge de las cenizas como Amazona de vapor. Ella misma en la magnitud de la literatura conspira con la amplitud del fuego, sus llamas ascienden del Verbo, la primera luz del Universo. Contando sus tatuajes en un México que luchó por la libertad y “horas y eras de voluptuosidad”. La Luna perdió un arete en tierra zapatista, cantó versos, bailó, se volvió folclórica, punk, intelectual, pero nació poeta. Y hay una gran diferencia entre escritora y poeta, porque la segunda fluye en las galaxias, observa las catarinas, contempla el esplendor de la existencia y escucha los susurros del infierno.

 

La niña de los siglos, Leticia Luna

 

Luna hechiza lechuzas constela letras y sigue creando, su poesía pone al mundo en marcha, desviste la imaginación y dialoga con Bachelard, arrebatándole su “derecho a soñar” porque en la dinámica del paisaje existe una comunión entre poesía y filosofía, en su “cavidad de esfera” su voz dicta rumbos, y sus pasos se vuelven pléyade, desnudez, y de su voz pululan almas, para nada, para todo, para seguir siendo ella misma, la paloma blanca, el alfabeto liquido en la chalupa de Xochimilco sobre el lago de cenizas donde se vuelve noche, bruja y decanta su plegaria en voluntad metálica. Es amiga del paisaje, hilvana metáforas y sueños, porque en su lírica la vida no acaba aquí, se eleva, es luz en el oleaje que riela bendiciones por el rayo por los siglos de los siglos, lavando huellas de presencias y fantasmas, caminando entre la ceniza del alma, arañando árboles para extraer el ámbar con su molusco antediluviano. Una voluntad férrea tejiendo letras, buscando a la poeta que un día se escondió bajo la cama y olvidó sus versos en el Trópico de Cáncer, desencadenando los colores de la jacaranda de flores arcoíris. Estamos en espera de tu próximo poemario, estes donde estes, incluso donde lo invisible y lo breve se vuelve regalo para nuestra alma “La canción del alba” alebresta tejidos, se eleva entre las rocallosas y besa como madre a un hijo al dormir o como el espíritu de un amado, deja esa huella en la mejilla antes de la alborada. Porque a pesar de que sus ojos lo dicen todo, la Luna brilla en su esfera cuando refleja sinceridad entre las ondas de la acequia de un templo misterioso del que nunca dejáremos de abrevar.

POLÍTICA

Núm. 292 – Marzo 2024