SUFRAGANTES COMICIALES
- REPORTE POLÍTICO
- julio 2023
- Juan Danell
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Rezan los cánones y, también, los santones en el andar popular, que, si tiene pezuñas, finas o ásperas, pero pezuñas al fin, su piel la cubre un pelaje térmico -lana para el vulgo-, rumia para digerir la ingesta, camina sin ruta, va sin chistar a donde lo lleven los caminos y balar es su voz, sin duda es oveja, borrego de rebaño, cordero será y puede -de hecho, lo hace- conformar rebaños infinitos que sólo sirven para servir. Así, en el largo trecho de la historia del servicio inobjetable de esos tropeles, toda congregación religiosa o política, desde el púlpito, y los doctos demagogos, en el estrado, se sirven de esta especie para gloria propia.
La toman e integran masas espontáneas, acéfalas, sencillas de guiar y adoctrinar con facilidad rústica, basta algo de pienso, que es lo suyo propio para existir y que satisface sus códigos interactivos, cotidianos, que cantan en su oído, algo natural para su núcleo de tropa, y que pueden ser de blanca piel o pelaje ajado, de rizos dorados o simples greñudos desestimados. Su voluntad está bien entrenada sumergida en la natural apatía del olvido gremial. La inopia y profunda inconsistencia racional, es la fuerza descomunal que dota a los cencerros para llamarlos y conducirlos en masa, lo mismo a destinos determinados que a misiones insospechadas que, por más tenebrosas que pudieran ser, asumen sin queja alguna o cuestionamiento tácito. Así llanamente.
Ya los años, dos milenios antaño, atestiguaban el sacrificio de estos ovinos para saciar los apetitos e insatisfacciones de la Deidad misericordiosa salvadora de las almas de los jodidos, de los más jodidos, pues sólo ellos podrían entrar a su Reino de los Cielos, pero a costa de la savia púrpura ofrendada de los Corderos de Dios. Siempre con esa promesa de llegar al paraíso oculto, arrancada de la esperanza reiterada en los rezos de fidelidad canónica y sumisión absoluta a Usía; irrefutables principios que lacraron a los rebaños para decidir coyunturas y futuros.
Y sí, dice la ciencia que “las ovejas se pueden entrenar para reconocer rostros humanos a partir de retratos fotográficos e incluso pueden identificar la imagen de su entrenador sin capacitación previa (Universidad de Cambridge, Reino Unido/revista Royal Society Open Science)”, por ejemplo.
Pero siguen las pruebas, una, y otra, y otra, que se hacen a las ovejas para monitorizar sus capacidades cognitivas. Debido al tamaño relativamente grande de sus cerebros y su longevidad, las ovejas son un buen modelo animal para estudiar trastornos neurodegenerativos como la enfermedad de Huntington, ese mal hereditario que provoca el desgaste de algunas células nerviosas del cerebro, según aseveran los especialistas en el tema. “Al igual que los perros y monos, las ovejas son animales sociales que pueden reconocer a otras ovejas y seres humanos conocidos. Sin embargo, se sabe poco sobre su capacidad general para procesar rostros”, se explica en internet.
Pero ellas siguen los mandatos prácticamente a ciegas, van para donde van los punteros en el rebaño. El tema es hacer hilo, dicen los pastores ovejeros, aunque se trate de un cencerro colgado en el pescuezo de un asno, para que el rebaño siga la ruta y se mantenga, en su momento, en el corral. Sin chistar o quererse brincas las cercas ¡Nada de eso! Ahí permanecen rumiando. Si acaso, balan para llamar a sus más cercanos.
Se les puede recluir en majadales insalubres o encierros ingratos, restringir los piensos, someterlos a ingratas raciones hídricas, para finalmente conducirlos a los oscuros corrillos del sacrificio, sin que chisten. Dicen sus custodios: “son aguantadores”, “los más aguantadores”, sumisos irrevocables aun con la cabeza erguida “caen sin reclamo”, patean la tierra que pisan sólo para advertir la necesaria obligación de reagruparse, jamás en protesta de ninguna especie. Estoicos son inmolados, sin que sus Pastores revelen pena alguna. Más, al contrario, los rebaños son botín de ingratos y perversos, dementes patógenos insaciables llenos de miseria humana, su propia miseria. Su hedor coyotezco seduce y somete los hatos ovinos.
Con qué satisfacción, en el andar de los tiempos, afirman los cancerberos sus glorias sucesivas de llevar rebaño tras rebaño a las cofradías de los depredadores para saciar sus instintos primitivos. Año con año, ciclo tras ciclo, trienios, cuatrienios, sexenios o periodos perennes: los corderos de alabanza garantizarán la permanencia de fatuos, palurdos, pastores; inclinados, postrados, con el recto expuesto, para servirle al dios del momento.
Y la historia desvela su cara de crueldad infinita; al final de los plazos, los rebaños sobreviven: sus predadores terminan, en la disputa por apropiárselos, devorándose, así mismos.