CATARSIS QUE NO LLEGA
- REPORTE POLÍTICO
- agosto 2022
- Juan Danell
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La lotería negra no pierde vigencia, ya no asecha, ahora irrumpe a campo abierto. Se muestra con la vagancia de los descarados y come a manos llenas, aunque su veneno está debilitado, que no vencido, pero sí, su cara terrorífica, el pánico de sus primeras series que nadie quería tener por indeseablemente letales, dejaron de causar temor en la sociedad global. Ese terror primero de la población cuando apareció en el planeta la COVID 19, hoy transmutó a un desafío de las masas que enfrentan al virus sin protocolo alguno, inherentes a la inconciencia colectiva –alimentada por gobiernos y empresas, para activar los mercados– aunque en su mayoría protegidos por vacunas y los otros porque sobrevivieron a la primera oleada. La masa se presenta ahora retadora ante la pandemia.
Sólo por citar algunas estadísticas que resultan vacuas ante la realidad –son como las grandes fortunas de las multinacionales: crecen por fracción de segundo—, pero que en este caso dan una idea de la situación pandémica. En internet circulan cifras de contagios por más de 600 millones de personas (acumulados al 07-22) y 6.5 millones de muertos por el virus a la misma fecha. Sobre estos números, la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) ha expuesto que esas cifras deben multiplicarse por los menos por tres, aunque especialistas en el tema dicen que es diez veces mayor.
Proporcionalmente, respecto a la población mundial los contagios representarían una séptima parte, ya multiplicados, y las muertes 0.26 por ciento. En esta lógica numérica la amenaza de extinción para la especie humana por causas pandémicas resultaría absurda, porque, además, por una condición natural los contagiados sobrevivientes abonan a la inmunidad de rebaño, que es como se han superado anteriores catástrofes de salud pública en la historia de la civilización.
Pero aquí, los gurús del capital mundial advierten ¿Amenazan? Ya de nuevas pandemias mucho más agresivas y posiblemente menos controlables. La de COVID, ya la consideran una enfermedad estacional de baja letalidad que se pude tratar como una simple gripe, no obstante, su alta contagiosidad, muy superior a las influenzas conocidas, y a no contar con información suficiente y precisa respecto a las secuelas para quienes se han contagiado; esto es lo que menos importa para el capital global, puesto que la reserva de fuerza de trabajo en el mundo, con datos de la OIT y la ONU, es del tamaño del desempleo y la pobreza sumados, alrededor de mil millones de personas que están a disposición y en espera para que en cualquier momento se les incorpore a los procesos productivos.
Podrían morir mil millones de personas por una pandemia y eso no alteraría la producción global del capital, sobre todo porque la Cuarta Revolución Industrial impulsó la tecnología digital e inteligencia artificial, durante la pandemia de COVID, de manera vertiginosa, y en los tiempos corrientes ya es común hablar de la incorporación de drones y robots en prácticamente todos los procesos productivos. Por ejemplo, en el sector primario en el que hace apenas 20 años se pensaba que la tecnificación se limitaba a mecanizar los cultivos y cosechas de alimentos operados física y presencialmente por jornaleros en tractores; hoy una sola máquina-robot articulada desde un lugar remoto puede sustituir el empleo de más de mil trabajadores agrícolas. Los resultados de esto es una producción industrial de alimentos con una calidad estandarizada (cumpla o no con las necesidades nutricionales requeridas para el sano desarrollo humano) por las grandes empresas de tecnología digital asociadas con las de alimentos que dominan este mercado mundial, a bajos costos de producción y elevadas cuotas de plusvalía.
En esta carrera tecno-digital-plusvalor la contradicción intrínseca del capital se expresa con mayor claridad dado que ello implica la estrangulación de los mercados y por tanto del propio modo de producción o sistema. El desarrollo tecnológico permite emplear cada vez menos mano de obra y elevar la producción y productividad en los procesos de producción a menores costos, con lo que la tasa de ganancia es mayor. Esto inunda de mercancías los mercados, que por su naturaleza mantienen precios que les permitan utilidades lo más elevadas posibles, el intercambio mercancía-dinero es un negocio y los negocios exigen ganancias para poder existir.
Para que esto exista, para obtener ganancias en esa operación, las mercancías tienen que ser vendidas y para que eso suceda deben existir consumidores con dinero para comprarlas, baratas o caras, pero consumirlas. Esto sólo se puede realizar si el comprador tiene dinero para consumir lo que hay en el mercado, ¿de dónde puede obtenerlo? ¿De dónde lo obtiene? No caen las monedas como lluvia. Pero el consumidor tiene algo que le permite adquirir esas monedas, su imaginación capaz de transformar su energía natural en mecanismos transformadores de lo que hay en la naturaleza: puede transformar la idea en trabajo y este trabajo puede hacer que los recursos naturales se conviertan en mercancías. El pago que recibe por esto es lo que permite comprar lo que el mismo produjo, pero ya con un valor agregado.
A él le pagan diez por hacer una mercancía que luego tiene que comprar, una vez ingresada al mercado, en cien. Eso es lo que le da vida al mercado, lo activa. Pero, resulta que la tecnología digital y la inteligencia artificial desplazaron al trabajador-consumidor. Una máquina produce lo que mil trabajadores-consumidores hacen y con ello los sacó del proceso productivo y del merado, los mandó al desempleo, a la pobreza; les quitó el ingreso que les permitía entrar al mercado como jugadores activos. Ya no tienen de dónde obtener monedas con las cuales puedan comprar mercancías, y el mercado esta rebosante de ellas, pero cada vez menos consumidores pueden adquirirlas.
Las empresas dueñas de esa producción podrían regalarla para que sobreviva esa masa humana, pero con ello rompería la vigencia del mercado y castraría al capital, puesto que le quitaría la esencia: la ganancia. Esto no va a suceder, cuando menos no ahora mientras el sistema sea el capitalismo, aun cuando la crisis inflacionaria amenaza con una recesión mundial de grandes dimensiones.
En la visión de Banco Mundial, “la invasión de Rusia a Ucrania ha provocado una catástrofe humanitaria, una profunda desaceleración de la actividad económica regional y considerables efectos secundarios negativos a nivel mundial que intensifican las presiones preexistentes derivadas de la pandemia, como continuos cuellos de botella en la oferta y un aumento de la inflación”. Prevé que el crecimiento mundial disminuirá de manera brusca de 5.7% en 2021 a 2.9% en 2022 y sea de 3% en 2023 y 2024.
Y los dueños de la tecnología digital que tienen grandes inversiones en el sector de la biotecnología, como Bill Gates, ya pronostican otras pandemias diferentes a las de la familia del virus de las influenzas, más agresivas y letales, en el corto plazo y señalan que los Estados y gobiernos no aprendieron con la turbulencia del COVID que deben invertir mucho más en infraestructura de salud pública. Claro, las empresas tampoco lo hicieron y sólo un pequeño grupo de magnates llevó sus capitales a la producción de vacunas y paliativos coyunturales para enfrentar emergencias sanitarias, puesto que resultó un negocio de enormes utilidades. Y así continuará esta historia hasta que esa contradicción del capital lo ahorque por sí mismo.