Revista Personae

Días de AguaCero

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Un sudor apenas húmedo asomaba en las palmas de esas manos apretujadas en puños resecos, con la piel quebrada, sedienta. Números desbordados, indiferentes, aparecían y esfumaban, en una pantalla gigantesca instalada en lo alto de la plaza de aquella colosal ciudad, con la misma velocidad en esa espontánea contabilidad del azar: siete, nueve, uno, cuatro, cinco, siete, tres, cero… La suerte, como la recompensa a ella, cae a cuentagotas, cada vez más escasas y aisladas; el mesenterio de la multitud tuerce y retuerce la pírrica ración, por escasa, de alimentos de ese día. El ansia desborda la zozobra, aquella muchedumbre destinó hasta el último grano de maíz, de trigo, de frijol, de arroz, como pago por estar presentes, con un número de 300 dígitos, asignado para esa lotería hídrica.

 

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Los cielos, huracanados alguna vez en la historia, lucían áridos, oxidados con ese tinte opaco y amarillento que dejan los millones de toneladas de dióxido de carbono, monóxido de carbono, óxidos de nitrógeno, de azufre y otras tantas porquerías gasificadas que flotan, como el creador, sobre ciudades, pueblos, campos, cerros, mares y todo lugar. Suciedad antropogénica acumulada en la atmósfera por décadas, siglos… ya se perdió la cuenta. Que ahuyentaron los plomizos nubarrones cargados de tormentas frescas, a veces furiosas y que inundaban parajes y ciudades. Castraron el brillo radiante del Astro Rey.

 

Algunos de los esperanzados, desesperados licitadores recuerdan entre ellos, como leyenda urbana, las advertencias de cuidar el ambiente, de frenar el calentamiento global, de revertir el cambio climático. Otros afirman que existieron ríos, lagunas, grandes presas alimentados por abundantes lluvias; cuerpos de agua de libre acceso, a grado tal que, por ejemplo, los mexicanos se jactaban de vivir en un paraíso hídrico, en el que el vital líquido era prácticamente gratuito y sin límite en su consumo y desperdicio, bastaba con pagar alguna pequeña cantidad de dinero por él. El cobro por metro cúbico para uso doméstico tenía un precio de 4.82 de algo que llamaban pesos; para uso comercial, 21.72, y 23.48 para consumo industrial (2022).

 

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En algún chip archivado, se podía leer que en esos remotos tiempos los gobernantes se jactaban con que para cubrir las necesidades de un país de 196 millones de hectáreas bastaba con tener una infraestructura hidráulica de 4,462 presas y bordos, como se les conocía a estos últimos, que eran pequeñas obras de almacenamiento construidos por el hombre -en su mayoría de terracería-, y se ocupaban para abastecer de líquido la mediana y pequeña agricultura. Las 667 presas estaban en la categoría de “grandes” por su capacidad de almacenamiento de agua, y todo en conjunto captaban 150 millones de metros cúbicos.

 

Contaban los que revisaban esos chips, que, además, existían 631 plantas potabilizadoras y 2,029 plantas de tratamiento de aguas residuales municipales: muy pocas para la extensión del país y la población de esos tiempos que era de unos 130 millones de seres humanos.

 

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Pero en su visión de primates superiores, los gobernantes sustentaron sus decisiones sobre el uso y abuso del recurso agua, con base en la precipitación anual que registraba el territorio nacional en esos tiempos, aunque fuera mitad seco y mitad verde: un promedio de 1.5 millones de hm3 (hm3 equivale a un millón de m3) de agua de la que 67% correspondía al verano, entre junio y septiembre, y caía en su mayoría (50%) en la región sursureste. Lo que rebasaba y por mucho, la capacidad de almacenaje del vital líquido. Había lluvias de sobra. Nada de qué preocuparse. La abundancia permitía, en promedio, que cada persona pudiera disponer de hasta 10,000 m3 al año (1960).

 

Así de fácil lo veían, a lo cortito. Tanto que los gobiernos cada vez más recortaban los presupuestos para garantizar el suministro y preservación del recurso agua. No les preocupaba realmente el tema. Año con año comprimían esos recursos financieros: se requerían 600 mil millones de los esos pesos, para tal propósito, y sólo destinaban 35,600 millones (2021).

 

Ah, pero eso sí, los gobernantes utilizaban el tema para contratar préstamos internacionales para lo que llamaban obra hidráulica y mejoras en el suministro de agua, y en un par de décadas (2000-2024) se endeudaron con más de 20,000 millones de los ya citados pesos. Pero ni así, por extrañas razones, pudieron llevar agua potable a todos los hogares, al menos un tercio de los habitantes no contaba con ella. Por esos mismos años, de los 7,500 millones de personas que tenía el planeta, al menos 2,500 millones de ellas no tenía acceso de manera suficiente y oportuna de agua potable.

–Nada de eso es verdad –se acercó una voz a los susurrantes— de haber existido lo que dicen, no estaríamos aquí, así como estamos. Es absurdo pensar, imaginar, que todo eso, como lo describen, pudiera terminarse.

 

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Siete, uno, tres, ocho, dos, cinco, cero, cero, los dígitos siguen, llegan y se van. Mejor estar callados, atentos a los números. Alejados de escepticismos y punzantes optimismos, en ambos casos se repetiría el tormento del desenlace aventurado. Una distracción omitiría alguno de los resultados y sería el acabose, la planilla debe estar completa y correcta en el orden que dicta la pantalla, para acceder al premio. Ni el tedio, hermando a la desesperación, llevan a intentar, tan solo intentar, tragar saliva. Sería inútil: ni apresuraría ese algo favorable deseado, ni habría de donde tenerla.

 

Oscurece y la pantalla parpadea unos segundos. La muchedumbre está a punto de caer en estampida sobre ella. El certamen cerró en ceros. El garrafón de agua regresa al blindaje de la bodega. Mañana será otro día, tal vez con mejor suerte.

 

Días de AguaCero

POLÍTICA

Núm. 300 – Noviembre 2024